InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Diciembre 2013

20.12.13

Alma Redemptoris Mater

IV Domingo de Adviento.


Una bella antífona invoca a María como Alma Redemptoris Mater, Santa Madre del Redentor, y dirigiéndose a Nuestra Señora dice: “Tú, que ante el asombro de la naturaleza, engendraste a tu Santo Creador, virgen antes y después de haber recibido de la boca de Gabriel aquel “Ave‟, ten piedad de los pecadores”.

María es la mujer elegida por Dios para realizar el misterio de la Encarnación. En Ella se cumple el vaticinio de Isaías: “Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pone por nombre Emmanuel (cf Is 7,14). “En efecto, aquél que ella concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su Hijo según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad” (Catecismo 495).

San Cirilo de Alejandría compara la Encarnación del Hijo de Dios con nuestro propio nacimiento. Cada uno de nosotros ha nacido de una mujer, en cuyo seno se ha ido formando nuestro cuerpo, al que Dios infundió un alma racional. Pero no decimos que nuestra madre sea la madre de nuestro cuerpo, sino que decimos que es nuestra madre en sentido pleno; madre de todo lo que somos.

De modo semejante, María es Madre de Dios, porque en su seno virginal el Hijo de Dios, sin dejar de ser Dios, asumió la naturaleza humana, uniéndose a un cuerpo animado por un alma racional: “El Verbo de Dios nace en la eternidad de la sustancia del Padre; mas, porque tomó carne y la hizo propia, es preciso confesar que nació de una mujer según la carne. Y como a la vez es verdadero Dios, ¿quién tendrá reparo en llamar a la Santa Virgen “Madre de Dios"?”, concluye San Cirilo.

El vínculo que une a un hijo con su madre unió, de un modo peculiar, a Jesús con María. En su seno, el Corazón de Jesús comenzó a latir, haciendo humano su amor divino por nosotros. María fue el sagrario que custodió ese amor para que, incluso antes del nacimiento, inundase a toda la humanidad. En su seno Jesús es ya el Emmanuel, el “Dios con nosotros”.

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17.12.13

Un capítulo de "El encuentro con Jesús"

51. Un amor definitivo


Cuando los novios acuden a la parroquia para iniciar el expediente matrimonial, se le formula a cada uno de ellos, entre otras, la siguiente pregunta: “¿Tiene intención de contraer matrimonio como es presentado por la ley y doctrina de la Iglesia: uno e indisoluble, ordenado al bien de los cónyuges y a la generación y educación de los hijos?”. Si el contrayente careciese de esa intención, el matrimonio no se podría celebrar y, de hacerlo, sería en sí mismo nulo; una pura apariencia de matrimonio, sin realidad.

La Iglesia no ha “inventado” el matrimonio, ni ha dispuesto, por su propio capricho, que este sea “uno e indisoluble”. La Iglesia ha recibido esta doctrina de Jesús: “Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” (Mc 10,6-9).

El Señor se remite “al principio”; es decir, a la acción creadora de Dios, y lo hace con palabras tomadas del libro del Génesis (2,24). El matrimonio es creación de Dios; Él mismo es el autor del matrimonio: “La vocación al matrimonio se inscribe en la naturaleza misma del hombre y de la mujer, según salieron de la mano del Creador. El matrimonio no es una institución puramente humana”, nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1603).

Dios es amor; amor fiel. El amor de los esposos, en virtud del sacramento del matrimonio, está llamado a testimoniar esa fidelidad. El esposo y la esposa no serían “una sola carne” si no se entregasen totalmente el uno al otro; exclusivamente el uno al otro; únicamente el uno al otro. Y esta entrega no es total si no abarca también el futuro; si no es una donación definitiva, en lugar de ser un compromiso pasajero. Cuando los novios contraen matrimonio se dicen el uno al otro: “Yo te quiero a ti, como esposo (o como esposa) y me entrego a ti, y prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida”. “Me entrego a ti”, definitivamente. El matrimonio no es un contrato de alquiler, ni una cesión por un tiempo; es una mutua donación irreversible.

Jesús, en el Evangelio, habla también de la “dureza del corazón”. Si Moisés permitió el repudio fue “por la dureza de vuestro corazón”, por vuestra “terquedad”; por la resistencia a aceptar y a cumplir el proyecto de Dios. El corazón deja de ser un corazón duro cuando se abre al amor irrevocable de Dios. Para los esposos puede resultar difícil unirse para toda la vida. Pero lo que parece casi imposible para los hombres no lo es para Dios. Los esposos, si corresponden a la gracia del matrimonio, experimentarán que su amor es engrandecido por Dios, su fidelidad fortalecida por la fidelidad de Aquel que no quebranta su alianza, su entrega mutua elevada a signo eficaz de la entrega de Cristo a su Iglesia.

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14.12.13

"El encuentro con Jesús", un nuevo libro

En el origen de este libro está la predicación. A los ministros ordenados – obispos, presbíteros y diáconos – se les encomienda esta tarea. Pero a todos los fieles, también a los ministros, les corresponde un cometido no menos grave: escuchar y meditar la Palabra. Una escucha y una meditación que puede prolongarse más allá del momento de la celebración litúrgica, para que el diálogo entre Dios y su pueblo, que acontece verdaderamente en la Liturgia, empape por completo nuestras vidas.

En doce secciones - Dios viene, la alegría del encuentro, el Evangelio de Dios, conversión, en el extremo del amor, permanecer, la fuerza, la potencia de la misericordia, Maestro y Pastor, la libertad de la fe, lo más válido y la generosidad de Dios - se articulan los 58 capítulos de esta obra – todos ellos muy breves - . Al lector le compete completarlos, volviendo sobre los textos bíblicos, que han sido comentados a la luz del Catecismo y de otros documentos de la Iglesia, para renovar su personal encuentro con Jesús y hacerlos fructificar en su vida.

Guillermo Juan Morado.

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12.12.13

La alegría y el Adviento

El anuncio del profeta: “Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os salvará” (cf Is 35,1-6.10), se cumple con la llegada de Jesucristo. Las obras que el Señor realiza testimonian su condición mesiánica: “los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia” (Mt 11,5).

Enviando a sus discípulos a encontrarse con Jesús, Juan Bautista, el Precursor, busca confirmarlos en la fe: “Miró, pues, en esto Juan, no a su propia ignorancia, sino a la de sus discípulos y los envía a ver sus obras y sus milagros, a fin de que comprendan que no era distinto de Aquel a quien él les había predicado y para que la autoridad de sus palabras fuese revelada con las obras de Cristo y para que no esperasen otro Cristo distinto de Aquel de quien dan testimonio sus propias obras” (San Hilario).

La cercanía del Señor, su proximidad inaudita, engendra en el corazón del cristiano la alegría: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito: estad alegres. El Señor está cerca” (Flp 4,4.5). San Pablo, que da este mandato, no careció en su vida de sufrimientos y de tribulaciones. No obstante, vivió y mandó vivir la alegría. Como comenta Benedicto XVI: “Si el amado, el amor, el mayor don de mi vida, está cerca de mí, incluso en las situaciones de tribulación, en lo hondo del corazón reina una alegría que es mayor que todos los sufrimientos” (3-10-2005).

Caminar hacia el encuentro de Cristo que viene equivale a descubrir su presencia cerca de nosotros, en medio de nosotros, para ver “la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios”. Su presencia es oculta, pero real, y sus obras siguen hablando en favor de Él. También hoy los ciegos dejan de serlo cuando descubren la Luz. También hoy los paralizados por el miedo son capaces de andar. También hoy los estigmatizados por el mal quedan limpios y los muertos por el pecado resucitan a la vida de la gracia. También hoy el Evangelio es anunciado a los pobres.

“El Señor está cerca”. Nos visita cada día con la fuerza de su palabra, con el vigor de sus sacramentos, con la potencia regeneradora de la vida cristiana. Necesitamos, como recomienda el apóstol Santiago (cf St 5,7-10), paciencia y firmeza, no sólo para aguardar su última venida, sino para tomar conciencia de su venida cotidiana. Paciencia para esperar que la semilla del Evangelio fructifique de verdad en nuestras vidas, sin desalentarnos por no poder cosechar ya lo que todavía necesita ser regado por la lluvia, y firmeza para no dejarnos abatir por lo que, en apariencia, desmiente la cercanía de nuestro Dios: el dolor, la enfermedad y el sufrimiento.

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9.12.13

Mandela y la reserva escatológica

Hace unos años, justamente el 25 de enero de 2009, publiqué en este blog un post con el título: “Obama y la reserva escatológica”.

Decía en ese post: “El teólogo alemán Metz ha popularizado la expresión ‘reserva escatológica’ para aludir a la relación dialéctica que existe entre las promesas de Dios y la realidad histórica. Toda realización intramundana es provisional; ningún logro político, social o económico es, sin más, ‘el Reino de Dios’ ”.

Me reafirmo en lo mismo. ¿Mandela ha conseguido muchas cosas buenas? Parece que sí. Y no seré yo quien desfigure sus méritos. Y es muy posible que, también, haya hecho o propiciado muchas cosas menos buenas, o directamente malas.

¿Mandela ha traído al mundo “el Reino de Dios”? En absoluto. Habrá hecho, quiero pensar, lo que ha podido. Para bien y para mal. En parte para bien – ¡Dios de lo premie! - , y en parte para mal – ¡Dios se lo perdone! - .

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