El reconocimiento de Dios exige la justicia; valor ante el que nuestros contemporáneos se muestran particularmente sensibles. El libro del Éxodo incluye, entre las obligaciones de la justicia, el respeto a la vida del inocente.
En este sentido, el Papa Benedicto XVI ha recordado que la obligación de respetar la vida se sitúa en el contexto de la búsqueda de la justicia, de la cuestión social y de la ética de la responsabilidad: “hay que reafirmar la enseñanza del amado Juan Pablo II, que nos invitó a ver en la vida la nueva frontera de la cuestión social (cf Evangelium vitae, 20). La defensa de la vida, desde su concepción hasta su término natural, y dondequiera que se vea amenazada, ofendida o ultrajada, es el primer deber en el que se expresa una auténtica ética de la responsabilidad, que se extiende coherentemente a todas las demás formas de pobreza, de injusticia y de exclusión” (“Discurso”, 27 de Enero de 2006).
Esta ética de la responsabilidad con relación a la vida humana se fundamenta, para un cristiano, en el respeto al Creador y en la dignidad de la persona humana (cf Catecismo de la Iglesia Católica. Compendio, 466). Por ambas razones, la vida humana es considerada sagrada, y de esa sacralidad deriva un imperativo práctico: “No quites la vida del inocente y del justo” (Éxodo 23, 7).
La vida humana “es fruto de la acción creadora de Dios y permanece siempre en una relación especial con el Creador, su único fin” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2258). Es decir, la vida humana es una realidad que es contemplada en toda su hondura sólo desde una mirada que deje a Dios ser Dios, y que comprenda todas las cosas en su relación con Él, como origen y como fin. Privada de su vínculo con Dios, desprovista de “esa especial relación con el Creador”, en la que consiste su singularidad, la vida humana se devalúa, pierde consistencia y densidad.
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