InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Marzo 2012

7.03.12

Via Crucis: III estación

III estación: JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ

Y deseas dejarlo. Es demasiado
el horror del corazón humano
sin ti. Pesan, aplastan
el camino de su redención.
Es demasiada la prueba.
Y caes.
Buscas
abandonarte. Quizá soltar
la carga, que pase
el cáliz.

Te siguen gritando,
escupiendo, insultando;
y sientes
cuántas veces cae el hombre
sin ti.
Sin ti, tu criatura es sólo
carga y caída.

Y entonces, sí,
cargas con nuestra cruz,
y vuelves a levantarte.
Esta es tu gloria, Señor,
esta es tu gloria.

_________

Eduardo Jariod.

6.03.12

Via Crucis (escrito por Eduardo Jariod): II Estación

II estación: JESÚS CARGA CON LA CRUZ

Ya estás solo.
El mundo es una inmensa carga,
y carga de cruz. Desde este momento todo
gira en torno a tu sufrimiento,
esa lucha que harás de ti
un abrazo de amor clavado;
clavado por el odio nuestro,
y por tu amor sin correspondencia.

Clavado y cargado…
Cargado de sombra y de pecado,
cargado de soledad y orgullo,
cargado de lujuria y egolatría,
cargado del hombre sin Dios,
cargado de Dios hecho hombre.
Sudas, temes, lloras;
te golpean, te insultan,
…y te duele.

Ya estás solo.
Y sigues amándonos.

Eduardo Jariod.

5.03.12

Via Crucis (escrito por Eduardo Jariod): I Estación

I Estación: JESÚS ES CONDENADO A MUERTE

Con un beso y una pregunta comienza
tu condena. El amor, pervertido; el saber,
ignorado.
No hay verdad, ya no hay besos.
Van exponiéndote (¿qué, la verdad?)
en el circo de la mentira.

Eras demasiado ("Yo soy") para tanta nada.
El beso es muerte y la autoridad no sabe
de dónde procede (¿qué, la verdad?).
Van acusándote, van humillándote
a golpes, a risas, a odios.
La autoridad no protege y el beso es blasfemia.

Y el Padre,
entregándote
para salvarnos.

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Eduardo Jariod.

3.03.12

En una montaña alta

Las lecturas de la Palabra de Dios del domingo II de Cuaresma evocan acontecimientos que han tenido lugar en la montaña. Abrahán acude, por mandato de Dios, al país de Moria, donde se dispone a ofrecer en sacrificio a su hijo Isaac “sobre uno de los montes” (cf Gén 22). Jesús, en el umbral de la Pascua, de su muerte y resurrección, se transfigura delante de tres de los suyos en una “montaña alta”, el monte Tabor. En el trasfondo de las lecturas se perfila un tercer monte, el Calvario, en el que Dios entregó a su propio Hijo a la muerte por nosotros (cf Rom 8,31-34).

Moria es el país a donde Abrahán se dirige, siguiendo la llamada de Dios. La Liturgia de la Iglesia se refiere a Abrahán con el título de “nuestro padre en la fe”. Él personifica la obediencia en la que consiste la fe; la sumisión libre a la palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma (cf Catecismo 144). Dios ordena a Abrahán sacrificar a su propio hijo en un monte para poner a prueba su fe. Sin embargo, el ángel del Señor detuvo la mano de Abrahán. Un carnero enredado por los cuernos en la maleza sirvió de víctima para el sacrificio, en lugar de Isaac.

San Marcos sitúa en una montaña alta el episodio de la Transfiguración del Señor (cf Mc 9,2-10). Jesús es el verdadero Isaac, el “Hijo muy amado” del Padre que, en la proximidad de su Pasión, muestra su gloria divina revelando que el camino a la Resurrección, de la que la Transfiguración es sólo un anticipo, pasa por el sacrificio de la cruz. Ya Elías y Moisés, los profetas y la Ley, habían anunciado los sufrimientos del Mesías. Se confirma así la confesión de fe de Pedro: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). Sí, Jesús es el Cristo, el Ungido, el Mesías, el Siervo sufriente que “no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20, 28).

El monte del sacrificio del país de Moria y el monte de la gloria de la Transfiguración parecen preludiar un tercer monte, el monte Calvario. Dios, que detiene la mano de Abrahán para preservar a Isaac, no ahorró a su propio hijo, “sino que lo entregó a la muerte por nosotros” (Rom 8,32). Cristo es aquel carnero enredado en la maleza de la historia que ocupa nuestro lugar en el sacrificio, para expiar nuestras culpas – esa inmensa masa de culpa que pesa sobre la historia de los hombres –.

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1.03.12

Defensa de la vida y ética de la responsabilidad

El reconocimiento de Dios exige la justicia; valor ante el que nuestros contemporáneos se muestran particularmente sensibles. El libro del Éxodo incluye, entre las obligaciones de la justicia, el respeto a la vida del inocente.

En este sentido, el Papa Benedicto XVI ha recordado que la obligación de respetar la vida se sitúa en el contexto de la búsqueda de la justicia, de la cuestión social y de la ética de la responsabilidad: “hay que reafirmar la enseñanza del amado Juan Pablo II, que nos invitó a ver en la vida la nueva frontera de la cuestión social (cf Evangelium vitae, 20). La defensa de la vida, desde su concepción hasta su término natural, y dondequiera que se vea amenazada, ofendida o ultrajada, es el primer deber en el que se expresa una auténtica ética de la responsabilidad, que se extiende coherentemente a todas las demás formas de pobreza, de injusticia y de exclusión” (“Discurso”, 27 de Enero de 2006).

Esta ética de la responsabilidad con relación a la vida humana se fundamenta, para un cristiano, en el respeto al Creador y en la dignidad de la persona humana (cf Catecismo de la Iglesia Católica. Compendio, 466). Por ambas razones, la vida humana es considerada sagrada, y de esa sacralidad deriva un imperativo práctico: “No quites la vida del inocente y del justo” (Éxodo 23, 7).

La vida humana “es fruto de la acción creadora de Dios y permanece siempre en una relación especial con el Creador, su único fin” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2258). Es decir, la vida humana es una realidad que es contemplada en toda su hondura sólo desde una mirada que deje a Dios ser Dios, y que comprenda todas las cosas en su relación con Él, como origen y como fin. Privada de su vínculo con Dios, desprovista de “esa especial relación con el Creador”, en la que consiste su singularidad, la vida humana se devalúa, pierde consistencia y densidad.

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