Una escuela peor

En España ya estamos acostumbrados a los vaivenes de las leyes sobre educación. Duran muy poco estas leyes. Y convencen a muy pocos, dejando a parte a quienes las elaboran y las aprueban.

Habría que aspirar a algo más que a la (escasa o amplia) mayoría parlamentaria. Habría que aspirar a la verdad y al bien. Parece obvio que, estas últimas, son aspiraciones demasiado elevadas en relación con lo que vemos cotidianamente.

Estoy convencido de lo conveniente que es para los alumnos la enseñanza religiosa escolar. Me refiero a la clase de Religión. Y hablo de la religión católica, sin excluir la enseñanza de otras religiones que tengan acuerdos con el Estado y demanda por parte de los ciudadanos.

Mi experiencia como alumno y estudiante de Religión fue muy buena. Tanto en la escuela pública como en la escuela privada. Siempre tuve la convicción de que en esa asignatura – Religión – se aprendían cosas interesantes. Durante muy poco tiempo fui docente de esta materia, primero en un colegio público y luego en otro privado. Me esforcé en cumplir con mi obligación de enseñar la asignatura lo mejor que supe, con la certeza de que en algo beneficiaría a los alumnos.

La enseñanza de la Religión no desaparece de la escuela, en teoría, pero en la práctica se sitúa en una posición muy difícil. Se ofrece esa enseñanza, pero no habrá materia alternativa y la nota no contará para casi nada. Decirle a los alumnos que una asignatura pueden cursarla o no y, encima, que en caso de cursarla, dará lo mismo la nota que tengan es más o menos como decirles que esa asignatura no vale para nada.

En esta irrelevancia de la asignatura de Religión veo el desprecio del que es objeto mi propia especialidad, la Teología. En España, y en otros países, mi especialidad no existe como titulación universitaria. En muchos otros, sí. En España, las titulaciones en Teología tienen efectos genéricos. Uno es reconocido por el Estado, genéricamente, como licenciado o doctor si tiene el título de licenciado o doctor en Teología. Hoy sería más exacto hablar de grado, máster, doctor…

No se trata de una mera disputa entre facultades. Se trata de la sensibilidad ante la verdad y el bien. La Teología – la clase de Religión – tiene la misión de invitar a los alumnos a buscar la verdad, a buscar el bien, a buscar a Dios.

También he estudiado Filosofía. Tengo una licenciatura civil y otra eclesiástica en este saber. Un saber casi tan despreciado como la Teología, pero no menos relevante. La razón achicada, la razón anulada, no es razón.

Teología y Filosofía nos remiten a la verdad. Sin referencia a la verdad no hay ética, ni libertad, ni verdadero consenso. Sin verdad, el poder se transmuta en un cálculo de ventajas y desventajas. Sin verdad, el poder puede llegar a ser tiránico.

La Teología – la clase de Religión – y la Filosofía son necesarias para velar por Dios y por el hombre, como decía Benedicto XVI en Santiago de Compostela en 2010. No basta con la “verdad funcional” de la ciencia; hay que aspirar a la verdad misma.

Sin Cristo no se puede responder al interrogante sobre la verdad. Él “atrae hacia sí el corazón de todo hombre, lo dilata y lo colma de alegría”, decía también Benedicto XVI.

¿Por qué privar a los alumnos de Cristo, del conocimiento de Cristo? ¿Por qué relegar este conocimiento a una especie de pseudo-saber, máxime si los padres de los alumnos lo piden para sus hijos, sorteando una carrera de obstáculos continua, un referéndum que ningún partido ganaría, como la petición, año tras año, de la enseñanza religiosa en la escuela?

Termino con una cita del Concilio Vaticano II: “En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor, Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. Nada extraño, pues, que todas las verdades hasta aquí expuestas encuentren en Cristo su fuente y su corona” (Gaudium et spes, 22).

La enseñanza, la escuela, es peor si oculta a Cristo, si relega la enseñanza sobre él a las horas que no cuentan. No se gana nada con este ocultamiento. Si algo se beneficia es el fundamentalismo, en sus diversas versiones: ateas, agnósticas o falsamente religiosas.

 

Guillermo Juan Morado.

Los comentarios están cerrados para esta publicación.