InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Diciembre 2011

5.12.11

No basta con no ser hereje

La herejía es una cosa muy grave. El Código de Derecho Canónico la define así: “Se llama herejía la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma” (c. 751).

Para ser un buen católico y estar en plena comunión con la Iglesia y con su magisterio es imprescindible no ser hereje, pero no basta con ello. En una “Carta a los Presidentes de las Conferencias Episcopales”, del 24 de julio de 1966, la Congregación para la Doctrina de la Fe, entonces presidida por el card. Ottaviani, observaba, señalándolo como un abuso en la interpretación del Vaticano II: “El magisterio ordinario de la Iglesia, sobre todo el del Romano Pontífice, a veces hasta tal punto se olvida y desprecia, que prácticamente se relega al ámbito de lo opinable”.

El 25 de julio de 1986, en una “Carta al R. D. Charles Curran”, firmada por el card. Joseph Ratzinger, se dice muy claramente: “En todo caso los fieles no están obligados a aceptar solo el Magisterio infalible. Están llamados a dar el religioso obsequio de la inteligencia y de la voluntad a la doctrina que el Supremo Pontífice o el Colegio de los Obispos, ejercitando el Magisterio auténtico, enuncian en materia de fe o de moral, incluso cuando no pretenden proclamarla con un acto definitivo. Usted ha rehusado siempre hacer esto”.

De un modo más general, años antes, el 15 de febrero de 1975, una “Declaración sobre dos obras del Profesor Hans Küng”, firmada por el card. Seper, reprocha a Hans Küng, diciendo que “compromete gravemente” su doctrina, “su opinión sobre el Magisterio de la Iglesia. En realidad [se añade] el autor no se atiene al concepto genuino de Magisterio auténtico”.

En esta misma línea, el 30 de noviembre de 2000 se le recuerda, entre otras cosas, al Prof. Dr. Reinhard Messner, que “el Magisterio no está por encima de la Palabra de Dios, sino que le sirve. Pero está por encima de las explicaciones de la Palabra de Dios, en cuanto juzga si esa explicación corresponde o no al sentido que transmite la Palabra de Dios”. La notificación la firma el card. Ratzinger.

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4.12.11

¿Un artículo superfluo?

Yo creo que no. Y me refiero al texto, publicado en “L‘Osservatore Romano” por Mons. Fernando Ocáriz, “sobre la adhesión al Concilio Vaticano II”.

¿Por qué creo que no es superfluo? Porque lo obvio, a día de hoy, ha dejado de serlo para muchos. Todo lo que concierne al Concilio Vaticano II resulta un tanto especial. Se trata de un concilio prioritariamente pastoral. Sin embargo, no se pueden olvidar las palabras del beato Juan XXIII: “Esta doctrina es, sin duda, verdadera e inmutable, y el fiel debe prestarle obediencia, pero hay que investigarla y exponerla según las exigencias de nuestro tiempo”.

¿Todos los católicos coinciden en la misma valoración del último concilio? No. En su evaluación concreta han emergido, al menos, tres tendencias. Una tendencia minimalista, que casi vacía de contenido las afirmaciones conciliares. Una tendencia maximalista, que subraya su carácter irrevocable. Y una tercera tendencia, mayoritaria, de orientación hermenéutica. El concilio no hace ninguna definición dogmática, pero su enseñanza obliga en conciencia atendiendo a estos criterios: la materia de que se trata y la forma de expresarse.

Una pista muy a tener en cuenta, para la interpretación teológica del concilio Vaticano II, la ofrece el documento final del Sínodo extraordinario de 1985. Invita a considerar cinco aspectos:

1) Valorar todos los documentos del concilio y sus conexiones entre sí.
2) No separar la índole pastoral de la fuerza doctrinal.
3) No separar el espíritu de la letra.
4) Entender el concilio en continuidad con la gran Tradición de la Iglesia.
5) Recibir del concilio luz para la Iglesia actual y para los hombres de nuestro tiempo, sabiendo que “la Iglesia es la misma en todos los Concilios”.

No está demás que se repita, en unos momentos en los que se tiende a cuestionarlo todo, lo que todo católico debe saber. Que deba saberlo todo católico no quiere decir que lo sepa. Y, encima, no todos los que cuestionan el alcance doctrinal del Vaticano II lo descalifican sin más como si se tratase de una herejía.

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3.12.11

La fe, la inteligencia y la voluntad

La fe se asemeja y, a la vez, se distingue de otros actos intelectuales humanos, tanto desde el punto de vista psicológico como desde la perspectiva noética. Santo Tomás, siguiendo a San Agustín, define la fe como “cum assensione cogitare”; es decir, “pensar con asentimiento”.

Se trata de una formulación muy lograda. Creer no es ver, ni saber sin más – aunque sea una forma de saber - , ni opinar. Se parece al saber y al inteligir porque consiste en adherirse firmemente a la verdad, a la verdad revelada. Se parece a la opinión en el hecho de que la fe como conocimiento carece de la perfecta visión de su objeto.

Creer es una forma de juicio; es decir, va más allá de la aprehensión y del raciocinio. Se distingue de otras formas de juicio porque la inteligencia se determina a una parte movida, no por la evidencia del objeto, sino por la voluntad. Santo Tomás decía que el creer es acto del entendimiento en cuanto es movido por la voluntad a asentir.

El asentimiento no está causado por el pensamiento, sino a partir de la voluntad (“ex voluntate”). Creer es “asentir con cogitación a algún testimonio por la autoridad del que testifica” (R. Garrigou-Lagrange).

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Preparad los caminos del Señor

Homilía para el II Domingo de Adviento (Ciclo B)

¿Cómo podemos preparar la venida del Señor a nuestras vidas? Mediante la escucha de la predicación y la penitencia. El que predica la Palabra del Señor, como Isaías y Juan el Bautista, hace rectos los senderos posibilitando que esa Palabra llegue al corazón de los oyentes para penetrarlos con la fuerza de la gracia e ilustrarlos con la luz de la verdad.

La predicación es un anuncio de consuelo y de alegría: “Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios; hablad al corazón de Jerusalén” (Is 40,1). El contenido de este anuncio es la alegría causada por la presencia de Dios: “aquí está vuestro Dios. Mirad: Dios, el Señor, llega con fuerza, su brazo domina” (Is 40,9-10).

Juan el Bautista que, como dice San Jerónimo, es el amigo del Esposo que conduce la Esposa a Cristo, es la voz que grita en el desierto llamando a preparar el camino al Señor, predicando la conversión, anunciando la llegada del “que puede más que yo” (Mc 1,7).

La predicación de la Palabra de Dios es la proclamación del “Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios” (Mc 1,1). El Evangelio es la “Buena Noticia” que tiene como objeto central la persona misma de Jesús, Mesías e Hijo de Dios. Jesús es la palabra definitiva que Dios dice a la humanidad: “El Hijo mismo es la Palabra, el Logos […] Ahora, la Palabra no solo se puede oír, no solo tiene una voz, sino que tiene un rostro que podemos ver: Jesús de Nazaret” (Benedicto XVI, Verbum Domini, 12).

Para ver ese rostro, para recibir a Jesús, es necesaria la penitencia: “que los valles se levanten, que los montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale” (Is 40,4). Los valles pueden ser interpretados como imágenes de nuestros vacíos en nuestra relación con Dios: se trata de los pecados de omisión; de lo que, debiendo hacer, no hacemos. Por ejemplo, no dando prioridad a la vida espiritual, reduciendo la oración a mínimos o siendo poco generosos en la vivencia de la caridad.

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2.12.11

Un artículo esclarecedor: “Sobre la adhesión al Concilio Vaticano II”

Mons. Fernando Ocáriz ha publicado en “L’Osservatore Romano” un interesantísimo artículo “sobre la adhesión al concilio Vaticano II”.

El texto consta de tres partes: Una introducción, un apartado “sobre la debida adhesión al Magisterio” y otro sobre “la interpretación de las enseñanzas”.

La introducción es muy clara: El concilio Vaticano II, por el hecho de tener una finalidad pastoral, no deja de ser doctrinal. La doctrina se orienta a la salvación y, además, “en los documentos conciliares es obvio que existen muchas enseñanzas de naturaleza puramente doctrinal”. Sería terrible, añado yo, que doctrina y pastoral se disociasen, como si se pudiese encaminar hacia Dios a las personas al margen de la verdad de lo que Dios ha revelado.

Tras la introducción, un apartado sobre “la debida adhesión al Magisterio”. Sale al paso Mons. Ocáriz de una versión minimalista del Magisterio – versión compartida, dicho sea de paso, por “progresistas” y por algunos “tradicionalistas” - . No solo es Magisterio el Magisterio formalmente “infalible” y/o “definitivo”: “Toda expresión del Magisterio auténtico hay que recibirla como lo que verdaderamente es: una enseñanza dada por los Pastores que, en la sucesión apostólica, hablan con el ‘carisma de la verdad’ ”.

No se puede sostener que este carisma y esta autoridad faltasen en el concilio Vaticano II. Eso no quiere decir que todas las afirmaciones del concilio tengan el mismo valor doctrinal. El mismo concilio, en LG 25, así como la fórmula de la “Professio fidei” de 1989, han recordado los diversos grados de adhesión a las doctrinas.

Hay verdades que requieren la adhesión de fe teologal; otras, un asentimiento pleno y definitivo; otras, un “religioso asentimiento de la voluntad y de la inteligencia”, que se encuadra “en la lógica y bajo el impulso de la obediencia de la fe”. En las cuestiones circunstanciales, lo que se pide es una actitud de respeto y gratitud, sin que requieran una adhesión intelectual en sentido propio.

La tercera parte del artículo versa sobre “la interpretación de las enseñanzas”. Aquí, a mi modo de ver, Mons. Ocáriz hace frente a la tentación de un “fundamentalismo” magisterial” (al que propenden, quizá, algunos “tradicionalistas"). El Magisterio es, sustancialmente, unitario; continuo y homogéneo en el tiempo.

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