InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Junio 2011

8.06.11

La credibilidad de Jesús de Nazaret

Ofrezco este texto que puede ayudar a contextualizar la lectura del libro de Benedicto XVI, “Jesús de Nazaret. Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección", Madrid 2011.

1. Introducción: Jesús de Nazaret, objeto, motivo de la fe y motivo de credibilidad

Preguntarse sobre la credibilidad de Jesús de Nazaret equivale a interrogarse por la responsabilidad intelectual de la fe, que tiene en Jesús su origen, centro y fundamento.

La fe cristiana consiste en la adhesión a Jesucristo, en reconocerlo a Él como el Mesías y el Hijo de Dios vivo (cf Mt 16,16). Él es no solo el Revelador, sino la misma Revelación, su mediador y su plenitud (cf DV 3). Tal como escribió San Juan de la Cruz: “Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra”.

La fe, como enseña el Concilio Vaticano I, ha de ser “conforme a la razón” y, para que esta conformidad o proporción sea posible, la revelación porta en sí misma motivos de credibilidad que muestran que el asentimiento de fe “no es en modo alguno un movimiento ciego del espíritu” (DH 3010). Entre estos signos ciertos de la revelación, adaptados a la inteligencia de todos, sobresale uno: la misma figura de Jesús de Nazaret.

Es decir, en Jesús de Nazaret coinciden el objeto de la fe – la revelación que Él es –; el motivo de la fe – la razón última por la que se cree: la autoridad divina, que en Jesús se nos presenta en su forma personal - y el motivo principal de credibilidad en virtud del que podemos asentir de un modo libre y humanamente responsable.

2. Tres dimensiones de la credibilidad de Jesús

Podríamos distinguir, al menos, tres aspectos en los que se refleja la credibilidad de Jesús de Nazaret, tres dimensiones que muestran que su Persona, su figura y su mensaje son dignos de ser creídos: Su perfecta coherencia, su historicidad y su significatividad; es decir, su capacidad de iluminar los interrogantes más profundos del hombre. Las tres dimensiones son necesarias y, a la vez, indisociables .

No bastaría con que Cristo fuese un personaje coherente, desde el punto de vista literario, para creer responsablemente en Él. Tampoco sería suficiente mostrar solo la historicidad de Jesús de Nazaret para que el acto de fe resultase conforme a la razón. Hay muchos personajes históricos, de los que tenemos abundantes datos, que no por ello se convierten, para una persona sensata, en objeto de una adhesión personal plena y definitiva como lo es la adhesión de fe a Cristo. No nos conformaríamos, asimismo, con mostrar solo la significatividad, la capacidad de iluminar la condición humana, de Jesús de Nazaret para poder creer en Él, si esta capacidad no estuviese respaldada por la coherencia y por la historicidad de su figura.

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3.06.11

Yo estoy con vosotros

Homilía para la solemnidad de la Ascensión del Señor (Ciclo A)

Cuarenta días después de la Resurrección, durante los cuales “come y bebe familiarmente con sus discípulos y les instruye sobre el Reino” (Catecismo 659), el Señor entra de modo irreversible con su humanidad en la gloria de Dios. El acontecimiento histórico y trascendente de la Ascensión supone la exaltación de Cristo a la derecha del Padre, obteniendo el señorío sobre todas las fuerzas creadas: “Y todo lo puso bajo sus pies”, escribe San Pablo (Ef 1,22).

La Ascensión del Señor no equivale a su ausencia, sino a un modo nuevo de presencia. Él, que tiene “pleno poder en el cielo y en la tierra”, les dice a los discípulos: “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (cf Mt 28,16-20). Jesús, que por su Encarnación se hizo el “Emmanuel”, sigue siendo el “Dios con nosotros”. Su presencia es, a la vez, un consuelo – ya que nunca estaremos solos – y un desafío, que nos tiene que mover a descubrirlo continuamente en los hambrientos, en los pequeños y en los marginados (cf Mt 25, 31-46).

La presencia de Jesús es incondicional: “Yo estoy con vosotros”. Nada ni nadie puede destruir esta presencia, ni siquiera la muerte o nuestra imperfección. Él siempre está y, por consiguiente, siempre podemos estar con Él o retornar a Él si nos hemos alejado del Señor por nuestro pecado. Igualmente, a pesar de las crisis que le toque padecer a la Iglesia en su caminar por la historia, tenemos la certeza de que el Señor sigue estando en ella y con ella.

San Mateo, en el final de su Evangelio, recoge esta promesa de Jesús; una promesa que va acompañada de un encargo: “Id y haced discípulos de todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” (Mt 28,19-20). A unos discípulos que no son perfectos - al menos, no todos, ya que, aunque “se postraron” reconociendo a Cristo, “algunos vacilaban” – el Señor les confía la misión de hacer nuevos discípulos.

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1.06.11

Sobre sacerdotes y blogs

Hoy he tenido una jornada bastante “mediática”. Un periódico, “Atlántico Diario”, ha publicado un reportaje titulado “Internet gana adeptos en el clero”. Recoge la experiencia de cuatro sacerdotes de diferentes edades y con una mayor o menor presencia en Internet.

Internet no es la panacea. Sería absurdo pensar que, por estar los cristianos en la red, ya el mundo es “ipso facto” evangelizado. No, las cosas no son así. Internet es un cauce y una posibilidad. Ni más ni menos. El Evangelio se transmite de persona a persona, sin que nada pueda suplir el testimonio de la propia vida, la palabra que lo ilumina y, sobre todo, la referencia a Jesucristo, centro de la revelación y de la fe.

Pero Internet es un medio que conecta a muchas personas, que hace posible el “milagro” de que lo que uno escribe pueda ser seguido, en tiempo real, en cualquier lugar del mundo. Las posibilidades de la palabra y del anuncio se multiplican hasta alcanzar dimensiones planetarias. En cierto sentido, también cabe el testimonio personal, aunque siempre de un modo más indirecto, menos inmediato y quizá por ello menos creíble.

Nada puede sustituir, en la Iglesia, la predicación directa, la celebración de la fe y de los sacramentos, la vivencia de la caridad. Lo “virtual” no suple lo “real”, aunque también lo virtual es real. Detrás de una pantalla de PC está una persona, con las mismas dudas, miedos y esperanzas que cualquier otra persona que podamos tener delante. Creo que en el mundo “virtual” debemos aspirar a una ética que no esté por debajo de la que se espera, o se practica, en el mundo “real”: No abusar del anonimato, no creerse impune, no atacar sin misericordia al otro pensando en que el ataque quedará encubierto.

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