InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Enero 2011

15.01.11

El Cordero de Dios

Homilía para el II Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo A)

San Juan designa a Jesús como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (cf Jn 1,29). Alude así al sacrificio redentor de Cristo. Jesús es el verdadero “Siervo de Yahvé” (cf Is 49,3-6), que viene al mundo para hacer la voluntad del Padre. El servicio y el sacrificio - dos palabras poco gratas a los oídos contemporáneos - están incluidos en el simbolismo del Cordero.

¿Qué significa “servicio”? En la Biblia, el “servicio” puede ser algo bueno o algo malo. Puede tratarse de la sumisión del hombre a Dios o bien de la sujeción del hombre por el hombre; es decir, de una forma de esclavitud. Se trata de acepciones antagónicas de un mismo término.

En el mundo pagano el esclavo, el servidor, no era considerado ni siquiera como una persona; era visto como una propiedad, una cosa, algo semejante a un animal. En la Ley de Israel, no obstante, el esclavo no deja de ser hombre y hasta puede llegar a ser alguien de confianza e incluso heredero (cf Gn 24,2).

Servir a Dios no es ser esclavo. Es todo lo contrario: se trata de un título de nobleza. Pero este servicio se ha de concretar en el culto y en la conducta, en el sacrificio ritual y en la obediencia.

Muchas veces, pretendiendo ser completamente autónomos, plenamente independientes de Dios, nos convertimos en esclavos: De los demás, de la moda, de los intereses dominantes o incluso de nuestras pasiones.

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14.01.11

El Purgatorio: El amor que purifica

nullResulta un fenómeno muy curioso que unas palabras del papa sobre el purgatorio despierten el interés de los medios de comunicación social. ¿Creemos o no creemos? Quizá creemos, o necesitamos creer, más de lo que estamos dispuestos a admitir pacíficamente. ¿Existe otra vida? ¿Hay vida más allá de lo que lo que habitualmente llamamos “vida”? Son preguntas que no podemos dejar de formular.

Los católicos creemos que los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, aunque imperfectamente purificados, sufren después de su muerte un proceso de acrisolamiento. Esta purificación final es llamada “purgatorio”. No se trata de un infierno provisional, sino de algo completamente distinto.

La Iglesia, basándose en algunos textos bíblicos (2 M 12,40-45; Mt 5,26; 1 Co 3,15 y 1 P 1,7), ha formulado la doctrina de la fe relativa al purgatorio, sobre todo en los concilios de Florencia y de Trento.

Al mismo tiempo, no ha dejado de orar por los difuntos, ofreciendo sufragios en su favor para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios.

Una cosa es el dato esencial de la fe y otra su elaboración teológica a lo largo de la historia. La teología contemporánea, sin negar nada de lo que la ha precedido, comprende el purgatorio en una perspectiva cristológica, antropológica y eclesial.

Desde el punto de vista cristológico, se subraya la importancia de “estar con Cristo”. Antropológicamente, se incide en la dimensión subjetiva del arrepentimiento. Eclesiológicamente, el acento recae sobre la dimensión penitencial de la Iglesia.

La doctrina del purgatorio incide, por encima de cualquier otra consideración, en la “solidaridad vital” que nos une a los que aún peregrinamos en el mundo con los que, casi, han llegado a la meta. Con los que se encuentran en “la antesala”, en un estadio preliminar a la visión de Dios.

Santa Catalina de Génova, ha recordado el papa Benedicto XVI, ha expresado la realidad del purgatorio con ayuda de categorías nuevas. No ha incidido en representaciones “espaciales”, si no, más bien, ha hablado del purgatorio como de un fuego “interior”; es decir, de un camino “de purificación del alma hacia la comunión plena con Dios”.

La fe en la existencia del purgatorio nos debe llenar de esperanza. Ante el encuentro con Cristo , toda falsedad se deshace: “Es el encuentro con Él lo que, quemándonos, nos transforma y nos libera para llegar a ser verdaderamente nosotros mismos. En ese momento, todo lo que se ha construido durante la vida puede manifestarse como paja seca, vacua fanfarronería, y derrumbarse.

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8.01.11

El Bautismo (una síntesis mínima)

Por si les vale a los lectores. Aunque me he propuesto limitarme a las homilías, no tengo tribunal superior que me impida incluir algún que otro post no estrictamente homilético. Como este. Un saludo a todos. GJM.

El Bautismo

Creo que un libro de cabecera, de referencia básica, para los católicos ha de ser el “Catecismo”. Ahí está casi todo: los fundamentos bíblicos, los testimonios de la tradición y la síntesis de la doctrina. Habría que ser muy ingenuos para pensar que el “Catecismo” es algo simple, impropio de cristianos “ilustrados”.

Al sacramento del Bautismo se le dedica el artículo 1 de la segunda sección de la segunda parte del “Catecismo”. Esta segunda parte trata sobre la celebración del misterio cristiano, parte que sigue a la primera, sobre la profesión de fe. En la segunda sección de la segunda parte se trata de “los siete sacramentos de la Iglesia”.

En el contexto de los sacramentos de la iniciación cristiana, se habla sobre el Bautismo, dando respuesta a siete cuestiones: I. El nombre de este sacramento. II. El Bautismo en la economía de la salvación. III. La celebración del sacramento del Bautismo. IV. Quién puede recibir el Bautismo. V. Quién puede bautizar. VI. Necesidad del Bautismo. VII. La gracia del Bautismo.

I. El nombre del “Bautismo” remite al hecho de “introducir dentro del agua”. El Bautismo es un “baño” que ilumina el espíritu.

II. En la economía de la salvación, el Bautismo es prefigurado en la Antigua Alianza: en el misterio del agua como fuente de la vida; en el arca de Noé como ámbito de salvación; en el paso del mar Rojo, como signo de liberación; en el paso del Jordán, como acceso a la tierra prometida.

En Cristo culminan todas estas prefiguraciones. En el misterio de su Pascua, Cristo abrió a todos los hombres las fuentes del Bautismo. En la Iglesia, el Bautismo nos permite participar en la muerte, en la sepultura y en la Resurrección del Señor.

III. ¿Cómo se celebra este sacramento? Se inserta, como primera etapa, en el camino de la iniciación cristiana. La mistagogía de la celebración, los ritos que la conforman, manifiestan su significado: Cristo nos ha adquirido por su Cruz; Dios nos ilumina con su Palabra para suscitar en nosotros la fe; se renuncia a Satanás para poder confesar la fe de la Iglesia; el agua es consagrada por el poder del Espíritu Santo; se derrama tres veces el agua sobre la cabeza del candidato; se nos unge con el santo crisma y se nos reviste con la vestidura blanca.

IV. ¿Quién puede recibir el Bautismo? No cabe una respuesta más universal: “Todo ser humano, aún no bautizado, y sólo él”. Bien sean adultos o niños.

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7.01.11

Los Reyes Magos (escrito por Koko)

Nota del blogger: Subo al blog, con un cierto retraso, la homilía de Koko para la solemnidad de la Epifanía del Señor. Aunque ya haya pasado, no está de más volver sobre ese aconteciento. La homilía de la fiesta del Bautismo del Señor la encontrarán en el post precedente. GJM.

Hoy celebramos la fiesta de la epifanía, que quiere decir la manifestación de Jesús como (Mesías) Hijo de Dios, aunque la conocemos más popularmente como la fiesta de los Reyes Magos.

El Evangelio de hoy nos invita especialmente a dos cosas: a caminar en la fe y a adorar como los Magos.

Sin duda lo que más sorprende del pasaje evangélico es la actitud de los Magos, su asombrosa fe. Ya que seguramente ellos pensaban que se iban a encontrar en su viaje a Belén a un niño en un palacio o en un castillo, ya que sería llamado el Rey de los judíos, pero cuál sería su sorpresa al ver en un pesebre a un bebé en pañales en la más absoluta pobreza y además en un lugar inhóspito.

Y sin embargo, no pudieron más que dejarse sorprender por la humildad de todo un Dios hecho niño, y por eso cayeron de rodillas a adorarle. Sólo la fe les permitió reconocer en la figura de aquel niño al Rey que buscaban, al Dios al que la estrella les había guiado.

Los Magos quedaron maravillados de lo que allí contemplaron, ya que “vieron” como el Cielo bajó a la tierra en la figura de un niño pobre. ¿Quién se podía imaginar tal cosa? ¿Eso era impensable? ¿Dónde estaba la realeza y el poder de Dios? Y es que esta es la locura del Dios amor en el que creemos, descendió, se rebajó hasta tal punto de encarnarse para ascender, para elevar al hombre hasta Dios.

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4.01.11

La gracia del Bautismo

Homilía para la fiesta del Bautismo del Señor (Ciclo A)

Jesús acude al Jordán para ser bautizado por Juan (cf Mt 3,13-17). La iniciativa le corresponde a Jesús: Es Dios quien viene al hombre, “el Señor al siervo, el Rey a su soldado, la luz a la linterna”, comenta Remigio. La realidad hacia la que apuntaba el bautismo de Juan, la preparación mediante el arrepentimiento y el perdón para acoger el Reino de Dios, irrumpe ya en la persona de Jesucristo: Él es el Reino de Dios, el Ungido por el Espíritu Santo como Mesías, como Salvador.

Jesús, en su humildad, no teme descender a las aguas para ponerse a la altura de los hombres como tampoco temerá bajar, en su Pasión y en su Cruz, al abismo de la muerte. Jesús, lavado por las aguas, las deja santificadas para los que se bautizarán después: San Agustín escribe que “cuando nuestro Salvador quedó lavado, ya quedaba limpia toda el agua para nuestro bautismo, para que pudiese administrar la gracia del bautismo a las generaciones venideras”.

Jesús se sumerge en el agua para emerger de ella anticipando así su Resurrección, su triunfo sobre la muerte. En esta clave de inmersión y de renacimiento ve el apóstol San Pablo el sacramento del Bautismo: “¿No sabéis que cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús hemos sido bautizados para unirnos a su muerte? Pues fuimos sepultados juntamente con Él mediante el bautismo para unirnos a su muerte, para que así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en una vida nueva” (Rm 6,3-4).

La salida de Jesús de las aguas tiene como efecto la apertura del cielo y el descenso del Espíritu Santo. Viniendo a nosotros, el Señor hace que se abra el cielo; es decir, que sea posible, de un modo nuevo, la comunicación de Dios con los hombres y de los hombres con Dios. También, para cada uno de nosotros, se abre el cielo en nuestro Bautismo para hacernos, en la esperanza de la fe, moradores de la casa de Dios y conciudadanos de los santos. También sobre cada uno de nosotros viene el Espíritu Santo que, desde la humanidad de Cristo, mana como una fuente de vida que nos hace criaturas nuevas.

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