La fe. 9. ¿Es libre creer?
La fe es libre, porque creer es una respuesta voluntaria a Dios. “Ninguna constricción en las cosas de fe”, afirmó en Ratisbona el Papa Benedicto XVI citando una sura del Corán. Nadie puede ser obligado, en contra de su voluntad, a abrazar la fe. La confianza no es el resultado de la presión externa. No podemos ser forzados a amar, a otorgar nuestra amistad o a reconocer algo, por imposición, como bueno o verdadero: “El acto de fe es voluntario por su propia naturaleza” (Dignitatis humanae, 10). Una conversión forzada sería, a lo sumo, una conversión aparente pero no real, como la historia, tristemente, ha puesto de manifiesto en alguna ocasión.
Jesucristo jamás coacciona. No impuso por la fuerza la verdad. No obligaba a seguirle ni a permanecer con Él. Al joven rico le propone un seguimiento radical: “vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres” (Mc 10,21). Una propuesta que el joven no acepta. Y Jesús no insiste. A los Doce, que se escandalizaban de su enseñanza, el Señor les pregunta: “¿También vosotros queréis marcharos?” (Jn 6,67).
No obstante, la libertad de la fe no se opone a la obligación moral de buscar la verdad. No somos menos libres por el hecho de hacernos cargo de nuestros deberes; no somos menos libres por ser más responsables; al contrario, a más responsabilidad más libertad y viceversa. El hombre, como ser dotado de racionalidad y de voluntad libre, tiene la responsabilidad personal de buscar la verdad y tiene, en consecuencia, la obligación moral de “adherirse a la verdad conocida y a ordenar toda su vida según las exigencias de la verdad” (Dignitatis humanae, 2).
Es en este plano moral donde se sitúa la responsabilidad del hombre ante Dios. El fin del hombre es Dios; hemos sido creados por Él y para Él. En tanto que Creador nuestro, tiene derecho a que respondamos a su revelación con la obediencia de la fe: “Nuestro deber para con Dios es creer en Él y dar testimonio de Él” (Catecismo 2087). Pero, ya que el hombre es libre, siempre es posible, aunque no sea moralmente lícito, decir no a Dios.
El hombre ha de decidir sobre sí mismo y sobre la orientación profunda de su vida. Por este motivo, la verdad - y el bien - no pueden resultarle indiferentes: “La verdad os hará libres” (Jn 8,32). La libertad no consiste únicamente en la ausencia de coacción, sino que tiene un carácter positivo, es libertad para el bien, es autodeterminación; es decir, “capacidad de hacerse uno a sí mismo de una vez por todas” (K. Rahner).