El santo y la concejala. Sobre san Junípero Serra

Me cuentan que una concejala de cierto partido y de cierto lugar ha animado a tirar, a derribar, una estatua de san Junípero Serra, un franciscano mallorquín evangelizador de California en el siglo XVIII.

Uno estaría casi dispuesto a conceder que no es lo propio de una concejala, de un miembro de una corporación municipal, animar al vandalismo de alta o de baja intensidad. Y menos animar al vandalismo contra una figura egregia de la propia tierra, lamentablemente degradada – la tierra – hasta el punto de contar con ediles de semejante miseria moral (porque parece que el portento “cívico” es también de Mallorca).

La concejala no merece ni una línea más. Solo se esperaría de ella la dimisión, si tuviese vergüenza, un bien escaso. Ayer mismo pude fijarme en un cartelito. Delante de una casa, en una calle de la ciudad donde vivo, estaban muy bien alineadas, en macetas, unas bonitas hortensias – me gusta mucho esa planta - , con un cartel que exhortaba: “Cacos, no robéis ni las macetas ni las flores. Tened vergüenza”. Me encantó ese gesto, quizá imposible, de apelar a la dignidad y a la ética. Es verdad que se dirigía a los posibles cacos, muchos de ellos a años luz de las (imposibles) concejalas, o de los (imposibles) concejales. Y sé que hay concejales, y concejalas, muy buenos.

San Junípero Serra está por encima de todo eso. Ha llegado al cielo. Que se le reconozca o no, desde la miseria moral, su grandeza es casi lo de menos. Pero nosotros, que no hemos llegado al cielo, sí que podemos reivindicar que el “menos” tienda – en lo moral – a ser “más". No se puede mentir tanto, ni injuriar tanto, ni reconstruir de modo tan caprichoso el pasado.

Menos deberían emprender esa arriesgada empresa los que aparentan defender a Lenin, a Stalin, a Mao… A dictadores genocidas. No se sabe que hayan propiciado el derribo de sus estatuas. Hitler también lo fue, dictador y genocida, pero – por desgracia para el mundo – no fue el único. Tenía – y tiene – más aliados de los deseables. Y deseable no sería ninguno, ni él mismo.

En la canonización de Junípero Serra, llevada a cabo por Francisco en el Santuario nacional de la Inmaculada Concepción (Washington D.C.) el  23 de septiembre de 2015, el papa afirmaba: “hoy recordamos a uno de esos testigos que supo testimoniar en estas tierras la alegría del Evangelio, Fray Junípero Serra. Supo vivir lo que es «la Iglesia en salida», esta Iglesia que sabe salir e ir por los caminos, para compartir la ternura reconciliadora de Dios. Supo dejar su tierra, sus costumbres, se animó a abrir caminos, supo salir al encuentro de tantos aprendiendo a respetar sus costumbres y peculiaridades. Aprendió a gestar y a acompañar la vida de Dios en los rostros de los que iba encontrando haciéndolos sus hermanos. Junípero buscó defender la dignidad de la comunidad nativa, protegiéndola de cuantos la habían abusado. Abusos que hoy nos siguen provocando desagrado, especialmente por el dolor que causan en la vida de tantos”.

Eso afirmó el papa, y eso se deduce del estudio de la historia. Pero lo que diga el papa y lo que se deduzca del estudio de la historia le importa muy poco, nada, a la mencionada concejala y a otros similares a ella. La realidad no les importa. Van a lo suyo, a destruir. No saben hacer otra cosa.

Guillermo Juan Morado.

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