Claro que es necesaria la hermenéutica

Hay quien defiende que se evite la lectura, en la liturgia, de determinados pasajes de la Biblia que pueden resultar sorprendentes,  inconvenientes o chocantes con la mentalidad actual. Y hay, también, quien, perseverando en esa misma línea de pensamiento, afirma que entender la palabra de Dios no precisa de hermenéutica.

 

Pues no estoy de acuerdo ni con la primera aseveración ni con la segunda. Y diré por qué. La liturgia es el marco más adecuado para proclamar la  Palabra de Dios. En la liturgia se hace vivo y actual el diálogo de Dios con su Pueblo, con la Iglesia. Quien participa en la celebración es uno que forma parte del “nosotros” de la Iglesia; es uno que cree junto a los demás creyentes, y no solo por su cuenta, y que sabe que la norma de su fe, el modelo de la misma, es la fe de la Esposa de Cristo: “No mires nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia”, pedimos en la Santa Misa.

 

¡Claro que hay textos bíblicos que nos sorprenden y nos desconciertan! Hay páginas oscuras, que contienen violencia e inmoralidades. Y hay un motivo que lo explica: la revelación bíblica está arraigada profundamente en la historia. Y la historia no ha sido, ni es, un camino de rosas. También hoy hay comportamientos oscuros, inmoralidad y violencia. Estas zonas de sombra están ahí, en la realidad del mundo, y nos desafían, para poder superarlas. Pero no se superan negándolas o silenciándolas.

 

Sería equivocado no considerar los pasajes bíblicos problemáticos. Esos textos nos exigen procurar tener la adecuada competencia para interpretarlos bien; para leerlos en su contexto y en la perspectiva cristiana, que tiene como clave a Jesucristo y su mandamiento nuevo: el del amor.

 

Benedicto XVI, que no es un aficionado a la Teología, sino un gran teólogo, afirma con absoluta claridad: “exhorto a los estudiosos y a los pastores, a que ayuden a todos los fieles a acercarse también a estas páginas mediante una lectura que les haga descubrir su significado a la luz del misterio de Cristo” (Verbum Domini, 42).

 

La hermenéutica, la interpretación, no es un lujo opcional cuando alguien se acerca a la Biblia. Es una necesidad, es una exigencia que brota de la misma naturaleza de la Escritura – palabra de Dios en palabra humana - . Sostener que la inteligencia de la Palabra de Dios “no precisa de la hermenéutica” es una opinión completamente equivocada. Es lo mismo que apostar por el fundamentalismo, por una lectura estrictamente literal del texto que no respeta su sentido profundo.

 

San Pablo decía: “la pura letra mata y, en cambio, el Espíritu da vida” (2 Co 3,6). Es necesario, pues, trascender la “letra”; ir más allá de ella, sin negarla. Es necesario caminar, en la Iglesia, hacia Cristo, ya que Él marca el criterio para discernir el sentido de la Escritura.

 

Pero ni el mismo Cristo, el Verbo encarnado, se escapa de la interpretación. No todos los que lo vieron y oyeron le interpretaron bien. De hecho, murió acusado de blasfemia y de sedición. Necesitamos que el Espíritu de Dios nos abra la mente y el corazón para reconocer en Él, la Palabra de Dios en persona, al Salvador del mundo.

 

Guillermo Juan Morado.

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Para contextualizar el texto de este post:

Pueden leer esto. O esto

Y esto otro.

Y esto último

Es decir -  y lo digo con todo el respeto hacia la persona, que seguro que cree que está en lo cierto - , de mal en peor. Lo que más me ha llamado la atención es que alguien piense, y se lo crea, que por su edad, educación y nivel profesional esté capacitado para entender algo y que suponga, o eso parece, que el resto del mundo carezca de esa capacitación. Como si, más o menos, los seres humanos no tuviésemos la suficiente inteligencia para entender las cosas. Y luego dirán que los soberbios somos los demás. Pero discrepar, con razones, de una opinión no es insultar, es solo eso: discrepar. Un sano ejercicio.

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