Dar a conocer la doctrina cristiana: El ejemplo del papa Francisco

Me he fijado en un detalle del Papa Francisco. A la Presidenta de Argentina y a la de Brasil les ha regalado un libro del Documento de Aparecida, que corresponde a la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe.

El Papa es el Obispo de Roma. No hace falta recordarlo, aunque resulte un poco extraño que algunos se sorprendan de que Francisco utilice, sobre todo, ese título. Es el más importante que tiene. El Obispo de Roma es el Sucesor de Pedro y, por ello, el Pastor de la Iglesia Universal.

Como decía Benedicto XVI: “La comunión con el Obispo de Roma, sucesor del Apóstol San Pedro, puesto por el Señor mismo como fundamento visible de unidad en la fe y en la caridad, es la garantía del vínculo de unión con Cristo pastor, e inserta a las Iglesias particulares en el misterio de la Iglesia una, santa, católica y apostólica”.

La comunión con el Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, es criterio de permanencia en la Iglesia de Cristo. Si hay plena comunión con el Obispo de Roma los fieles pueden tener la certeza de que, unidos con él, permanecen en la verdadera fe y en la verdadera unidad fundada por Cristo y vivificada por su Espíritu.

Pero no deseo entrar en estas cuestiones eclesiológicas. Prefiero referirme a algo más simple. El Papa es, también, de hecho, un Jefe de Estado. Es el Soberano del Estado de la Ciudad del Vaticano. La Santa Sede es una entidad soberana, suprema e independiente, desde muy antiguo. Con territorios o sin ellos, esa soberanía se ha conservado hasta el presente. Al servicio de la misma, desde los Pactos de Letrán, está el Estado de la Ciudad del Vaticano.

Habrá a quienes estas palabras: “soberanía”, “Estado”, etc., les produzcan urticaria. A mí no me la producen en absoluto. Que la Santa Sede sea soberana no es más que un medio - humano, pero conveniente – para garantizar la libertad de la Iglesia y de su Pastor Supremo. El Obispo de Roma, Pastor universal, no puede estar condicionado por los intereses de una nación, ya que su servicio se extiende a todos los hombres de todas las naciones.

Pues bien, el Obispo de Roma, el Papa, cuando se encuentra con otros Jefes de Estado, se encuentra, en cierto modo, con sus “iguales”, tómese el calificativo en sentido análogo. ¿Y qué hace el Papa cuando se encuentra con sus “iguales”? Hace lo que deberíamos hacer todos cuando nos encontramos con nuestros “iguales”, nuestros compañeros de trabajo y de profesión: les da a conocer la doctrina católica.

Los católicos tenemos un trabajo por hacer: esforzarnos muchísimo más en conocer, comprender y difundir la doctrina católica. Resulta llamativo que personas que dicen profesar la fe católica desconozcan - o no sepan defender - el enfoque católico de temas tan esenciales como el derecho a la vida, a la libertad religiosa o las exigencias sociales que brotan de la fe.

Me aplico el cuento. Mi primera obligación, como sacerdote y como profesor de Teología, es conocer, comprender y difundir. Malamente podré difundir si no intento comprender lo que enseña la Iglesia. Y no podré comprender si no conozco. Es una obligación grave para mí leer, estudiar y saber lo que la Iglesia enseña.

¿A quién, primeramente, debo comunicar lo que he conocido? Yo diría que, ante todo, a mis compañeros sacerdotes, a mis alumnos y a mis feligreses. En las predicaciones no se puede ni se debe decirlo todo – y, menos, ser pesado - . Pero la homilía no agota el ministerio de la predicación, ni el ministerio de la predicación agota la enseñanza. Así como a los alumnos debemos proporcionarles bibliografía, a los feligreses debemos facilitarles el acceso a libros, textos y documentos que contribuyan a su formación.

¿Y qué han de hacer los que no son sacerdotes ni profesores de Teología? Pues, esencialmente, lo mismo. Si uno es médico, que haga llegar a otros médicos la doctrina de la Iglesia. Si uno es profesor, a otros profesores. Etc.

No como quien da lecciones, sino como quien, humildemente, ofrece la posibilidad de conocer, directamente, lo que la Iglesia dice. Muchas veces lo que llega a las personas no es lo que la Iglesia, a través de su magisterio, dice, sino lo que, de un modo muy superficial, algunos dicen que dice. Que no es lo mismo.

Quizá quien reciba esos instrumentos no hará caso. Pero al menos que sepa, exactamente, cuál es la enseñanza.

Es un apostolado directo que el Papa – y también los Papas anteriores – practican. A mí me ha ayudado ese ejemplo a intentar hacer lo mismo.

Guillermo Juan Morado.

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EL CAMINO DE LA FE. REFLEXIONES AL HILO DEL AÑO LITÚRGICO
Autor : Juan Morado, Guillermo
ISBN : 978-84-9805-608-2
PVP : 7,21 € (s/iva) 7,50(c/iva)


El itinerario del año litúrgico es una magnífica escuela de vida cristiana. Por eso, el seguimiento y la reflexión, domingo tras domingo, de la Palabra de Dios proclamada en la Eucaristía será la mejor guía para caminar por el camino de la fe. Partiendo de la Pascua, este libro nos introduce en el sentido profundo de la presencia del Señor en nuestras vidas, y a partir de ahí nos invita a descubrir su enseñanza y lo que el mensaje evangélico implica para nosotros, si queremos ser fieles a la fe que profesamos. Guillermo Juan Morado (Mondariz, Pontevedra, 1966), sacerdote diocesano de Tui-Vigo y doctor en Teología por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, es director del Instituto Teológico de Vigo, párroco de la parroquia de San Pablo y canónigo del Cabildo de Tui-Vigo. Autor de distintos trabajos de teología y de espiritualidad, Guillermo Juan Morado completa con este libro la reflexión que inició, en esta misma colección, con el volumen titulado La cercanía de Dios.

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