7.09.08

Más aborto y aquí no pasa nada

Como que hemos perdido la capacidad de sorpresa. Aquí no pasa nada. Acaba de anunciarse una nueva ley del aborto, y la vida sigue igual. Vivimos una profunda crisis económica, y aquí no pasa nada. Como que hemos perdido la capacidad de reacción.

España envejece. No hay reemplazo generacional. La pirámide de edad está invertida, es decir, son muchos más los ancianos que los niños y jóvenes. Las autoridades no apoyan ni una sola iniciativa social que quiera ayudar a las mujeres que quieren ser madres. Todas las facilidades para las que quieran abortar y matar a sus hijos en el seno materno. No hay igualdad de oportunidades. Los que matan tienen mejor cobertura que los que producen vida.

Se apela a la libertad de la mujer, a la separación de la sexualidad y la reproducción. Uno puede disfrutar de su sexualidad sin freno, y eso está protegido, despenalizado, propagado. Y al mismo tiempo, taponar las fuentes de la vida o manipularlas a su antojo, fecundar nuevos embriones in vitro sin conocer ni quién es el padre, y a veces ni siquiera quién es la madre. Estamos ante un claro síntoma de estrepitosa decadencia cultural. Esto no es un avance, esto es un retroceso, porque no se busca el bien del hombre, sino el interés egoísta de cada uno. Por este camino –miremos la historia de la humanidad- han caído los más grandes imperios de la humanidad. Por mucho bienestar que se nos predique, vamos aceleradamente hacia el desmoronamiento de esta sociedad. Lo que no produce vida, sino que produce muerte, contribuye a esa destrucción.

A pesar de todo, “la Iglesia está viva, la Iglesia es joven, la Iglesia lleva en su seno el futuro del mundo”, con palabras del papa Benedicto XVI. En una situación suicida y catastrófica, tenemos puesta nuestra esperanza en el Señor, que no defrauda a los que esperan en él. “Levanto mis ojos a los montes, ¿de dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra” (Salmo 121).

El futuro de una sociedad está en manos de las minorías creativas. Nadie puede hoy infundir más esperanza en nuestra sociedad que aquellas familias que se abren a la vida y forman una familia numerosa. De ellos es el futuro. ¿Y quiénes son capaces hoy de realizar esta proeza? Solamente aquellos que creen firmemente en Dios y en la vida eterna. Para uno que cree en la vida eterna, un hijo es copartícipe de esa vida que no termina, y, por eso, se ensancha la mesa para que vengan más hijos a sumarse a esa felicidad en la que cree. Para uno que no cree en Dios ni en la vida eterna, un hijo más es un estorbo para la propia felicidad, es alguien que viene a restar bienestar. A lo sumo se “fabrica” de diseño un hijo o dos para rellenar algunas tendencias insatisfechas. En el primer caso, el hijo es un don que desborda la capacidad de admiración humana, y trae la felicidad consigo. En este último caso, el hijo es un producto humano, se convierte en un objeto peligroso, que hay que evitar a toda costa.

La clave de todo está por tanto en el acercamiento o el alejamiento de Dios. Una sociedad que se aleja de Dios, se vuelve contra el hombre se autoaniquila. Una sociedad con Dios, entiende y valora al hombre no como una amenaza, sino como a un hermano. Por toda Europa están brotando ya pequeñas luces que iluminan esta noche terrible. Parroquias, grupos, movimientos, comunidades, que viviendo al estilo evangélico producen vida abundante. Cuando todas esas luces se juntan, constituyen como un potente foco que nos hace entender todo de otra manera, como Dios lo ha hecho. Es precioso. Millones de jóvenes han descubierto ya esa luz. He ahí nuestra esperanza. Ellos cambiarán esta situación decrépita en una nueva primavera. Demos gracias a Dios.

Con mi afecto y bendición:

+ Demetrio Fernández, obispo de Tarazona

31.08.08

El sustento de la fe, por monseñor Pérez González

Creo que los cristianos tenemos una gran responsabilidad y es la de hablar sencillamente del marco de nuestra fe que es el Credo. Hay quien piensa que la fe ha cambiado como los tiempos y las circunstancia. La esencia de la fe es la misma siempre porque no parte de una ideología sino de una vida que viene salvada y garantizada por Jesucristo, el Hijo de Dios. La fe goza con la presencia de Cristo que ha prometido vivir en medio de nosotros y siempre. Vana sería nuestra fe si no creyéramos que Cristo ha padecido, ha muerto y ha resucitado. La garantía de la fe es la Resurrección de Cristo. La mayor gloria que se siente en los santos es su convicción tan profunda en esta Verdad y tanto es así que muchos han entregado la vida antes que desertar o apostatar de las enseñanzas de Cristo custodiadas y garantizadas por su Iglesia.

La fe es patrimonio de la Iglesia puesto que Jesucristo le encomienda su custodia. Y el Credo que recitamos de modo especial los domingos, como signo de la adhesión filial y fiel a las enseñanzas que hemos recibido, hace posible que vivamos unidos en la misma fe. No es una propiedad personal en la que cada uno se sustenta de su propio sentimiento o de su propio raciocinio. Creer es afirmar generosamente la fe de la Iglesia. Quien se salga de esta dinámica se pone al margen del Credo y está fuera de la comunión con la Iglesia. Es mejor el menos perfecto en comunión que el más perfecto fuera de ella. Ciertamente que muchos no hubieran firmado su acto de repudio a la Iglesia si hubieran dado estos pasos de humilde adhesión al Credo que ilumina el caminar de la fe de la Iglesia.

La fe se sustenta en la Palabra de Dios. Es una comunidad que custodia una Palabra que ha escuchado. No la ha imaginado, ni es producto de una genial creatividad colectiva. Un Palabra que sobrepasa las capacidades humanas de conocimiento, pero que no se opone a la razón humana sino que es conforme a ella. Simplemente es más grande. Ha recibido una Palabra que contiene la respuesta adecuada a las más hondas aspiraciones de cada persona, de cada pueblo, de cada sociedad, y de la humanidad en su conjunto.

La Iglesia vive de una Palabra, el Verbo eterno de Dios, por el que todo ha sido hecho. Una Palabra creadora, que nos precede y nos sostiene, y por eso puede ser el fundamento de nuestra vida. Nosotros sabemos y tenemos experiencia de que contando solamente con nuestras fuerzas no nos podemos mantener por siempre, ni tampoco dar una respuesta convincente a las grandes aspiraciones de la inteligencia y el corazón. Sólo en ese Verbo por el que hemos sido hechos, en esa Palabra que es un presupuesto que nos viene dado, es posible encontrar el apoyo que nos permite alzarnos sobre los límites de nuestro ser.


+ Francisco Pérez González, arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela

25.08.08

Nuevo rector del Seminario de Tarazona

Queridos sacerdotes:

Con estas letras quiero comunicaros a todos el nombramiento del nuevo Rector de nuestro Seminario Diocesano en la persona del Rvdo. D. Esteban-Manuel Aranaz Aranda, sacerdote diocesano de Tarazona, en la actualidad párroco de la Parroquia de la Medalla Milagrosa en Taipei-Taiwan.

Don Esteban nació en Calatayud el 16 de noviembre de 1968 y está a punto de cumplir 40 años. Su familia está radicada en Cervera de la Cañada. Fue ordenado presbítero el 12 de junio de 1994, y ha ejercido su ministerio en nuestra diócesis, primero en las Parroquias de Mesones de Isuela y anejos y después en las Parroquias de Alhama de Aragón y anejos, hasta su envío como misionero diocesano fidei donum a Taipei-Taiwan, donde lleva casi 6 años.

Su deseo es el de entregar su vida entera a la evangelización de China, para lo cual se ha preparado estudiando la difícil lengua de los mandarines. Pero, ante mi petición de que asuma en este momento la dirección de nuestro Seminario Diocesano, cumplido el contrato por seis años firmado entre el obispo de Tarazona y al arzobispo de Taipei en noviembre de 2002, él ha aceptado en actitud de obediencia este nuevo ministerio que se le confía al servicio de nuestra diócesis. Demos gracias a Dios. Le conozco personalmente, muchos de vosotros le conocéis mejor que yo, y todos me habéis y me han hablado siempre muy bien de él. Espero de su ministerio un nuevo impulso para nuestro Seminario Diocesano y para la pastoral vocacional de nuestra diócesis. Y os pido que apoyéis con entusiasmo al nuevo Rector en esta preciosa tarea, en la que nos va el futuro de nuestra diócesis.

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1.08.08

La principal opción educativa, por Monseñor Saiz Meneses

La Jornada Mundial de la Juventud, en su vigésima primera edición, ha marcado la actualidad religiosa de este mes, sobre todo en Sydney (Australia) por los jóvenes procedentes de todo el mundo, pero también en Lourdes, donde jóvenes de toda Europa –del Este y del Oeste- se han reunido y se han unido espiritualmente a las celebraciones presididas por Benedicto XVI en el continente austral.

La Jornada Mundial de la Juventud es una herencia espiritual del gran Papa que fue Juan Pablo II. El Papa actual lo reconoció en su primer saludo a los jóvenes que asistieron a la jornada del año 2005, celebrada en Colonia: “Este gran papa –dijo refiriéndose al Pala polaco- supo comprender los desafíos a los que se ven confrontados los jóvenes y, afirmando su confianza en ellos, no dudó en invitarles a ser unos testigos valientes del Evangelio y constructores intrépidos de la civilización de la verdad, del amor y de la paz”.

Esta actitud del Papa Wojtyla estaba inspirada en el amor. Y en este sentido se convierte en un gran ejemplo para todos cuantos trabajamos en la pastoral juvenil.

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24.07.08

En la muerte de mi madre, por monseñor Demetrio Fernández

También los obispos tienen madre, gracias a Dios. Han venido al mundo como fruto del amor de unos padres, santificados por el sacramento del matrimonio, sobre el que se ha construido una familia cristiana. Doy gracias a Dios por haberme dado la vida en el seno de una familia cristiana.

En ella he nacido, he crecido, he aprendido a amar y a sufrir, he visto buenos ejemplos, he recibido prudentes consejos y oportunas correcciones, he compartido momentos de felicidad y de dolor. Mis padres y mis hermanos son un capítulo fundamental en mi vida personal.

Pues en esa zona de mi vida, la vida familiar, la muerte de mi madre ocurrida el pasado 12 de julio es un acontecimiento importante que quiero compartir hoy con todos vosotros, queridos diocesanos. Lo hago con emoción, con gratitud a Dios y con gratitud a todos vosotros.

Doy gracias a Dios porque me ha concedido poder atender a mi madre hasta su último día en la tierra, y espero encontrarme con ella, con mi padre y con mis seres queridos de nuevo en el cielo. Desde que murió mi padre, hace 17 años, mi madre vino a vivir conmigo. Yo había vivido hasta ese momento con plena libertad el ministerio sacerdotal, entregado de lleno a las tareas que se me habían encomendado, sin horarios y sin ningún otro cuidado añadido. Pero al morir mi padre, comprendí que Dios quería que atendiera también a mi madre, y la traje a vivir conmigo. En muchos momentos he tenido que armonizar estas dos obligaciones: atender el ministerio como tarea primordial y cuidar de mi madre, como gesto de gratitud y de piedad, que agrada a Dios.

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