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6.05.17

¡Necesitamos la Verdad en la Iglesia!

Sin la verdad el hombre se muere: intelectual, moral, eclesial y espiritualmente hablando. Porque, lo mismo que hemos sido creados por la Verdad -En el principio era el Logos (Jn 1, 1), estamos hechos para la Verdad: para vivir en ella y por ella. 

Lo queramos o no, lo reconozcamos o no, somos “racionales” -ya nos lo descubrieron y nos lo demostraron “racionalmente” los griegos cinco/cuatro siglos antes de Cristo, y sigue estando vigente todo eso-, aunque haya mucha gente que no lo demuestre en su actuar, o se apee de tal naturaleza y tarea, o lo desprecie sin más y se ponga como máximo nivel “pseudo-intelectual” cualquier ideología de turno o de guardia; y cuanto más degradante sea por más inhumana, mejor.

Como “no podemos” vivir sin Dios. O sin Fe. O sin libertad. Cuando al hombre le falta alguna de esas cosas -vitales para ser persona- por un tiempo que se pasa por mucho y echa raíces, su vida se torna despreciable, insoportable e indigna de ser vivida; porque una persona así se ve incapaz -ahora, y paradójicamente, “con razón"- de luchar por ella y sacarla adelante: se ve incapaz de vivir.

Los suicidios morales y/o físicos -que están in crescendo en todo el mundo y ganando terreno en edades cada vez más tempranas-, lo demuestran, porque van a la par con la “ausencia” de Dios, que es “la verdadera Vida del hombre”. Y, además, la única Vida -la única Verdad- que lo dignifica y lo protege contra las fuerzas, tanto internas como externas, que pretenderán y pretenden que abdique de su dignidad personal; y, materialmente, se destroce y se aniquile.

Sin Verdad el hombre queda esclavo y esclavizado: de sí mismo y de lo que le rodea. La libertad se da solo en la Verdad y en el Amor, que proceden de la fuente originaria de la Creación que es Dios mismo. El hombre, lo quiera o no, “es” dependente: de la Verdad, del Bien y del Amor que están en Dios, del que procedemos y hacia el que vamos.

¿A qué viene toda esta entradilla? A toda la parafernalia que se está montando -en la Iglesia y fuera de ella, pero a mi me interesa “en” la Iglesia- a todos los niveles, con un uso del lenguaje que no solo no es inocuo, sino inicuo; y todo con un tufo de irracionalidad que no solo apesta, sino que ahoga…, y mata: las conciencias, en primerísimo lugar. Porque se ha llegado ya a un punto en que no se sabe de qué se está hablando, ni dónde estamos. Lo único que tenemos claro es, si seguimos así, a dónde vamos: al precipicio, por decirlo “caritativamente".

Y pongo unos ejemplos “calentitos", de plena actualidad.

El primero viene de Bélgica, donde unos “Hermanos de la Caridad” -congregación religiosa laical masculina, fundados en Gante, en 1807 y aprobados por Roma en 1888, con unos -a día de hoy- 600 religiosos y 103 casas en el mundo- y que se dedican -mejor, “se dedicaban"- al cuidado de ancianos, ciegos, enfermos mentales, pobres, discapacitados, y sordomudos, se han desmelenado con que van a aplicar en sus sitios de “acogida y atención” las leyes belgas de eutanasia y demás a todo el que lo pida.

Claro, le ha faltado tiempo a su Superior, que vive en Roma, a solicitar al Vaticano que pare la masacre; porque a él, ni caso ya. Y menos mal que eran “de la Caridad", porque si llegan a ser “de la mala leche"…, ni te cuento la que arman.

Pero esto se está haciendo también en otras instituciones de titularidad “católica"; solo que no han dado “el salto a la fama” de los belgas de la Caridad; la última -de momento-, en Irlanda, donde un hospital “católico” ha anunciado que practicará los abortos previstos por la ley irlandesa.Y lo mismo sucede en universidades “católicas” donde se dedican a “matar” conciencias, que es bastante peor que practicar abortos o eutanasias. 

Con todo, lo peor es que nadie “de arriba” ha movido un dedo para atajar o salir al paso de estas burradas que no tienen nada de católicas porque son inmorales de raíz; con el agravante de que cuando, supuestamente, se ha pretendido hacer -caso de la Universidad Católica de Lima, o con el caso Livieres, que en gloria está, por poner dos ejemplos-, ha sido peor el remedio que la enfermedad. Con lo cual…

Ya no se sabe -en amplios sectores de católicos y de miembros de la jerarquía- lo que significa “caridad". Ni “católico". Ni “Iglesia". Ni “religoso". Ni “pecado". Ni “gracia". Ni “Magisterio". Ni “Fe". El relativismo, el buenismo, la pastoral de “rebajas", la asunción de ideologías y demás problemáticas mundanas que no tienen nada que ver con el quehacer y la tarea de la Iglesia, y un largo etc., han traído estas y otras cosas. Sin olvidar la dejadez, el tancredismo, el dejar hacer, el ya escampará…, cuando no directamente la asunción de esas posturas por parte de miembros de la misma Jerarquía católica.

Todo esto es tan grave, y está ya tan “interiorizado” en diversos sectores o segmentos de la misma Iglesia, que se ha llegado a un punto -y es el segundo ejemplo- en el que cuando un obispo -en este caso Novell: ¡bien por él!- ha querido echar marcha atrás y denunciar los usos indebidos y falseados de las iglesias y demás, al día siguiente le han salido ya unos cuantos respondones que le han dicho, públicamente: ¡tararí que te ví!, porque no le van a hacer ni caso. 

Por supuesto, la clac visceralmente anticatólica de páginas de religión “católica", han saltado como monos enjaulados para acoger misericoriosa y caritativamente a los respondones -cuatro gatos viejos y con sarna-, mientras se les caía la babilla con la fruición del desmadre activamente acumulado por tantos años de desidia eclesial; desidia que, desde esas mismas páginas, se ha trabajado desde hace ya bastantes años; y con notable éxito, especialmente con eminentes obispos, arzobispos y cardenales españoles: con la mayoría de ellos.

El tercer ejemplo -también muy reciente: de esta misma semana- es la “presentación” que hizo el mismísimo exdirector del Instituto Superior de Pastoral de Madrid y profesor colaborador de la universidad San Dámaso, Antonio Ávila, de Marciano Vidal, “teólogo moralista", al que hace años el Vaticano y la CEE lo pusieron a caldo por sus errores de bulto en cuestiones de moral pues justificaba por la directa la homosexualidad y la masturbación; así, sin más; y de hecho le obligaron “oficialmente” a retractarse de tales errores, cosa que hizo, con gran escozor por su parte, porque eso duele. 

Pues el tal Marciano, con el buenísimo saber hacer de PPC y con el concurso inestimable del ISP de Madrid -que ya no saben ni uno ni otro de qué va lo católico, y si lo saben, peor-, flanqueado por tales “instituciones” se “larga” con la declarada de que “los católicos divorciados y vueltos a casar pueden comulgar". Todo ello, insisto, con el patrocinio, visto bueno, apoyo y supongo que también con perricas de PPC y del ISP de Madrid. A nadie le habrá extrañado que haya añadido que la Amoris laetitia es la antítesis -a la contra, se la carga- de la Veritatis splendor.

De pena ambas instituciones eclesiales, o así, que ya no saben ni lo que son; o sí, claro. Pero peor es que los que debieran tomar cartas en el asunto  -"o no", que diría un famoso estadista del que no recuerdo nombre ni lugar-, deben estar muy entretenidos viendo los partidos de fútbol en San Antón, que les sale más baratito; y hay, además, muy buen ambiente.

Todo esto, no es que sea un caos, que lo es: es el desprestigio más absoluto de la misma Iglesia Católica. Porque ninguna institución -excepto las del mundo marxista-comunista-socialista- pueden sostener una cosa y su contraria y que no pase nada, y pretendan que el tinglado se va a mantener tal cual.

Si no se corrige -con tesón y fortaleza por parte de la Jerarquía-, si no se vuelve a acoger, respetar, difundir, y encarnar la Verdad de Dios -de su Palabra, de su Gracia y de su Iglesia-, si ya no nos creemos que hay más Verdad en el Credo que en lo que nos dicen los “enteraos” de turno…, nos vamos a convertir en una iglesita más, algo mínimo e inoperante, colocados al mismo nivel que las protestantes y luteranas -y asimiladas que aún pululan, sí- y con las que ahora parece que tenemos tantos puntos en común que somos ya prácticamente la misma cosa, a falta de firmar algún papelillo de nada…; lástima que ya no sean tampoco nada espiritualmente hablando, y menos aún en orden a la Salvación. 

Por cierto, han llegado a la nada más absoluta precisamente por esto que acabo de escribir: han llevado tan malamente y con tanta frecuencia la jarra a la fuente, que se les ha cascado: y se han quedado sin Verdad y, por tanto, sin Doctrina y sin Fe: exactamente y en concreto, sin Dios.

Necesitamos aire fresco, límpio. Necesitamos Verdad. Gracia. Necesitamos a Dios y a su Iglesia.

18.04.17

Reescribir. Y no solo la historia.

Siento tener que decirlo, pero lo digo como lo siento: me da que hay todo un intento de re-escribir todo: la misma historia, por ejemplo; pero no solo eso, sino también la doctrina; y, apurando, hasta la misma Fe.

¿Por qué lo digo? O, ¿en qué me apoyo para hacer esta afirmación, que bien puede parecer una auténtica “denuncia"?

Pues en lo que está pasando; tal como yo lo veo y entiendo, por supuesto. Y es perfectamente legítimo que otro lo vea de manera distinta, o incluso contraria. Es lo que pasa siempre con las valoraciones: dos profesores distintos corrigen el mismo examen, y bien puede pasar que la nota que pongan sea diferente o, incluso, muy distinta.

¿Y por qué se hace -o se intenta-, y desde sitios tan distintos? ¿Qué hay detrás?

Detrás hay lo que ha estado siempre: el intento de destruir la Iglesia Católica, desde dentro y desde fuera: todo servía, y desde todos los ángulos. Y este intento “constante” -"eterno", podríamos decir- responde, desde el principio de los tiempos católicos, al hacer y al quehacer del demonio, que siempre se ha servido de “ayudantes” bien humanos, visibles, terrenales…, dentro y fuera de la misma Iglesia. También por una razón: para que a él no se le vea, y no se pueda “echarle la culpa": nunca, es un emboscado de primera clase. Pero muy eficaz, porque tiene mucho “colaborador” donde elegir.

Es la eterna lucha que el demonio va a plantear a los hijos de María -la Mujer, la nueva Eva- y a los hijos de Jesús -el Hombre, el nuevo Adán-, que son los hijos de Dios.

Esta lucha, históricamente, ha brotado -con estrategias y métodos antiguos y nuevos- desde la primera persecución -por obra de los principales entre los judíos- contra los mismos Apóstoles y los primerísimos cristianos; lo cuenta, por ejemplo y en primera persona el mismo Pablo: no en vano era uno de los que buscaba aniquilarlos, y lo hacía concienzuda y eficamente.

Luego, vinieron las persecuciones por obra del poder romano, pagano, que se lanzó “con todo” contra los cristianos; con todo, incluso con las denuncias anónimas, que luego hubo de rechazar; como tuvo que rechazar también que se presentasen voluntarios al martirio, porque se les empachaban los leones, que no daban a basto y no podían ni hacer la digestión con tranquilidad.

Más sutiles fueron el arrianismo -que casi se cargó la Fe de la Iglesia- y el gnosticismo, que casi se carga todo lo cargable.

Los musulmanes, desde el siglo VII, pusieron también lo suyo; y arrasaron, espada en mano -en esto han evolucionado poco, la verdad- y, de hecho y como está escrito en el Apocalipsis casi siete siglos antes, hay muchos lugares donde no ha vuelto a crecer la “hierba": arrasaron hasta los cimientos, allí por donde han pasado.

En este intento, no puede uno olvidarse de Lutero, que no dejó títere con cabeza, y no solo intelectualmente hablando: no dejó tranquilo ni un solo artículo del Credo: a todos los “retocó", por decirlo finamente; arrasó con la disciplina de la Iglesia, con los Sacramentos, con la Cabeza, con los Piés, con la Misa…, o con todo lo que se moviese, o pasase por allí. Incluida alguna “monja", que también las debió haber, según se cuenta.

Desde entonces no había pasado nada “relevante” en este orden de cosas: el Concilio de Trento -y lo que construyó- fue la gran defensa y el gran valedor de todos en la Iglesia, frente “al mundo, al demonio y la carne".

Pero lo que ahora se pretende es no dejar nada en pié -y además, “¡deprisa, deprisa, que el tiempo vuela!"-; es buscar, y lograr, el desmantelamiento -concienzudo, con poderosos medios y, como es lógico además, con dinerito fresco, porque para ir contra la Iglesia nunca falta, ni siquiera desde la misma Iglesia-, de la Iglesia, con el concilio Vaticano II y su “espíritu” como música de fondo -ya solo pueden agarrarse a eso: a un fantasma, una ideología, porque la realidad va por otro lado- y de sus “construcciones”; ambiente que había sido acallado y arrinconado con san Juan Pablo II y Benedicto XVI, pero que ha rebrotado y reverdecido en estos últimos tiempos: muy pocos años, en concreto. Y es lo que más pavor da: su virulencia, y la urgencia con la que actúan. Al menos a mí. Pero no por mí, sino por la Iglesia y por las almas.

Pero como la Iglesia molesta, como la civilización que ha construido -humana, valiosa y fecunda, rica en cultura y arte, madre que no desampara a nadie- hay que desmantelarla. Primero hay que re-interpretar su Palabra -que es de Dios: “en la época de Jesucristo no había grabadoras"-, para luego poder re-escribirla: “Jesús hoy estaría a favor del divorcio". Y así “inventarla” o, como mínimo, “pelillos a la mar". Una vez ya sin este referente divino, todas las interpretaciones humanas tienen la puerta abierta y carta de bienvenida. Luego, a la Iglesia se la deja hacer -y nada más- las obras de beneficencia que siempre ha hecho, para que los que creían en algo esten entretenidos… Y a correr.

Además, es muy sencillo hacerlo: basta con escribir, por ejemplo, la palabra “celebrar” a la hora de “acoger fraternalmente” el hecho de acompañar desde las más altas instancias católicas -para poder más tarde refrotarlo por los magines de la plebe- en la celebración de los 500 años de la mal llamada “reforma” luterana. 

Es un ejemplo, entre otros muchos, que los hay. Sin ir más lejos, la aceptación pacífica e incluso “especialmente cercana y comprensiva” -en ámbitos “católicos"- de las teminologías que utilizan los que no lo son, y lo hacen, además, para forzar a la Iglesia a entrar a su trapo -posición que se me antoja absolutamente incomprensible por parte “católica"-, no es más que poner a la vista lo que estoy manifestando.

Porque hay que re-interpretar para re-escribir para re-educar para… destruir. Y, por cierto, ¡deprisa, deprisa! que corre el reloj y ya hemos perdido demasiado tiempo con Juan Pablo II y Benedicto XVI. Lo que decía, por ejemplo, Kasper frente a Küng a los pocos años del Vaticano II y lo que dice desde hace unos pocos años y se reafirma ahora, es para nota. Pero es un ejemplo vivito y coleando.

Una cosa lleva a la otra, necesariamente: se “celebra” juntamente, se “con-celebra” fraternalmente, y se participa, luego ya, en la misma Eucaristía. De este modo, se han borrado los perfiles, se han difuminado las fronteras: “todo el mundo es bueno", todas las religiones son iguales, todas salvan, ninguna lo hace por sí misma, ninguna es verdadera, todas son inventos humanos. 

¡Si hasta los mormones cantan a coro -muy bien, por cierto, y en un coro más que monumental espectacular-, la Resurrección de Jesucristo! Si para esto no hace falta ser católico, tampoco para nada más, es la conclusión, hoy, de bastante gente dentro de la Iglesia. Aparte que “cantar” no es “creer", hay gente -en la Iglesia- que esto ya no lo distingue: que no lo distingan los mormones, la verdad, no me preocupa porque no es mi problema.

Ciertamente, es una “contradictio in terminis” que se pretenda aceptar como “normal” el “participar” en la misma Eucaristía; sobreentendiendo en este hecho que se participa de la misma manera y, por tanto, con los mismos frutos, entre católicos y no católicos. Que es como si se pretendiese que los solteros y los casados -por poner otro ejemplo gráfico y bien visible-, “participan” del mismo “matrimonio". ¡Alguien iba a salir con unos aditamentos frontales que ni te cuento, Manuela…!

Sinceramente. Me parece un gran complejo de inferioridad -por parte de la Iglesia- “rebajarse” hasta esos extremos: san Pablo ya nos advertía que, con los paganos, ni usar sus mismos términos, no la fuésemos a liar. Que los mormones -por seguir con ese ejemplo- nos puedan enseñar a cantar, no quiere decir que nos puedan enseñar la Fe, ni los Sacramentos, ni lo que es la Iglesia, ni nada más…, porque no tienen nada más.

Por otro lado, y por parte de gentes de Iglesia, me parece que se les suma otro complejo: el de pretender “ser el perejil de todas las salsas". La Iglesia -su Jerarquía- tiene que saber, y respetar, cual es su sitio y cuál no; y cual es el sitio de los católicos, y cual no.

Y lo mismo que los poderes públicos no pueden asfixiar la iniciativa privada, y debe limitarse en sus funciones al principio de subsidiaridad, lo mismo ha de saber hacer la Iglesia y los miembros de su Jerarquía. En caso contrario, mantiene como “menores de edad” a sus hijos; y eso no es educar; y dejaría de ser buena madre. Y esto se llama CLERICALISMO, mal que ha denunciado el mismo papa Francisco hace bien pocos días.

8.04.17

"Yo, para esto he venido..."

Mañana, Domingo de Ramos, comienza la Semana Santa. Ninguna otra semana del año se califica de este modo: Santa. Y lo es muy propiamente porque, de la mano de la liturgia -con el Triduo Pascual- “entramos” -nos entra por los ojos: lo “vemos"- el misterio de la locura del Amor de Dios por todos y cada uno de nosotros -sus hijos por el Bautismo-, pecadores.

Es el “mysterium amoris” del que nos habla la Escritura Santa; un “misterio” tan insondable y tan por encima de nuestras propias “entendederas", que nos sería imposible creer si no lo “viésemos". Y lo vemos ahí: en el Jueves Santo, con la institución de la Eucaristía; y con el Viernes Santo: su Pasión y Muerte, con la que nos entrega hasta la última gota de su divina Sangre.

Lo que más nos “ciega” para no ver lo que tenemos ahí, delante de nosotros -nos debería bastar con mirar con amor un Crucifijo: es lo que le bastó a Teresa, con bastantes años ya de monja de clausura a cuestas, para convertirse, ni más ni menos, en Santa Teresa, la Santa Reformadora-; lo que más nos ciega, decía, aparte los pecados personales y las estructuras de pecado que hemos montado directa o indirectamente -dejando que las montasen-, es la facilidad con que podemos decir, “¡crucifícale, crucifícale!". Decirlo, y pretender además que no pasa nada.

Como aquel pueblo que, habiendo sido “escogido” por Dios mismo -y lo sabían perfectamente-, pasan, en poquísimos días, del “¡Hosana!” al “¡quita, quita: crucifícale!“. Incluso prefieren a Barrabás por Jesús. Es más: no se cortan un pelo gritando: “¡Caiga su Sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!“. Como aquel pueblo, así también nosotros, en cuanto nos “descuidamos", y “preferimos” -anteponemos- nuestros pecados -y los ajenos- como composición y presupuesto necesario de nuestra vida, personal y socialmente hablando. Es el “misterio de la maldad” -el “mysterium iniquitatis"-: la criatura -el hijo- se alza, contra toda lógica, contra su Padre.

Esta es la gran mentira de la “cultura” -ideología- occidental: que podemos y debemos montarnos la vida “como si Dios no existiese” (Diderot). Lo que ya no nos cuenta Diderot, ni nadie perteneciente a tamaña “cultura” -la nomenklatura: cínica, hipócrita, sin presupuestos morales e inhumanamente cruel con el mismo hombre-, es qué clase de vida es esa en la que todo rastro de “humanidad", por ínfimo que sea, ha de ser arrancado violentamente de la persona y de la sociedad humana.

Y lo primero es arrancarle al hombre a Dios de su propio corazón.

¿Por qué? ¿Por qué se necesita una sociedad anti y contra Dios? ¿Por qué necesita esto el NOM y los vendidos a él, en especial los “poderes públicos” sin los que no podría llevarse a cabo tamaña crueldad, tan falsa, por cierto, como Judas? Porque cuanto menos Dios más embrutecido el hombre y, por tanto, más manejable, por más animalizado.

Los “animalistas", para los que un perro es preferible a una persona; o para los que los toros es “tortura” y el aborto un “derecho” -por poner solo dos notas entre miles-, son el ejemplo visible y visualizado de lo que afirmo.

No cabe mayor “deconstrucción” del hombre que posponerlo a los animales; hasta el punto de haber pasado en un primer momento de conceder a los animales los mismos derechos que tienen las personas, a otorgárselos mayores: “especies protegidas” se les califica, y se gasta una pasta gansa en lograrlo; mientras que el hombre es “especie a eliminar, erradicar y extinguir": cualquier método es bueno, y será, por tanto, “legalizado". Por supuesto: se gasta también una pasta gansa en conseguirlo. Pero si la pasta se mueve -y es este el segundo motivo que "les pone” a todo este personal-, les queda el % correspondiente como sobresueldo fijo y “en negro".

Dios ha hecho las cosas de muy diferente manera; y siempre al servicio -en favor- del hombre. Solo le pide a este, para que haga suyo el orden creado -y “elevado” por la Gracia divina-, QUE CREA. De hecho, ¡cuántas veces, lo único que pregunta Jesús es: “¿Crees esto?". Por eso afirma tajantemente: “El que crea se salvará; el que no crea se condenará". Y precisamente por esto lo pregunta.

Sí. Dios había hecho las cosas de muy distinta forma: por algo era Dios. De entrada, nos había “creado"; y nos había puesto en el vértice de la escala: éramos los dueños y señores del resto creado. Y Adán y Eva lo sabían: se les hacía absolutamente evidente. Pero no Le creyeron. Y pecaron. Ydejaron de ser lo que eran, y transmitieron además las consecuencias a toda su descendencia humana.

Pero Dios, no nos abandonó: no paró hasta salvarnos. Y el “pagano” fue su Hijo: “Tanto amó Dios al mundo que nos entregó a su propio Hijo".Y Jesucristo, “nos amó hasta el extremo”: con su Pasión y Muerte. Con esta promesa, que se cumple inexorable, porque “fiel es Dios que ha comenzado una buena obra en nosotros, y la llevará a término”“el que crea esto…, vivirá".

¿Por qué se nos hace tan fácil rechazar este Amor de Dios que se nos da gratuitamente y a manos llenas? Porque no nos creemos que Jesús haya hecho esto realmente, en primer lugar. Y en segundo lugar, porque no nos creemos que nuestros pecados le hagan repetir a Cristo, realmente, toda su Pasión y Muerte.

Por lo mismo, toda “pastoral” que se zafa de este “realismo", todo edulcoramiento de lo absolutamente “realista” que es nuestra Fe, al desvirtuar la Verdad Revelada, se aparta también de la realidad histórica, y se hace ineficaz espiritualmente hablando. ¿Por qué? Porque se convierte en una mentira, pierde por tanto la sintonía con lo vivido -padecido- realmente por Cristo, y la “religión” pasa a ser, en el mejor de los casos, un placebo sentimental y sentimentaloide.

Pero ya no será -porque ha dejado de serlo- la Palabra y la Gracia que salvan. Esta es la gran tragedia que, en el seno de la Iglesia, se ha gestado desde el año 1970, por señalar una fecha redonda. 

Pero empezó antes: desde el “segundo uno” del posconcilio, con el pretencioso y pretendido “espíritu del concilio", que se convirtió en el “¡ábrete, Sésamo!” de toda aberración teológica y pastoral. De hecho, “anonadó” -convirtió en nada- a tantos y tantos miembros de la Jerarquía católica, la mayoría desaparecidos ya por ley de vida -pero alguno queda-, que se quedaron cual estatuas de sal.

Y el “asunto"aún no ha tocado fondo, ni en la sociedad ni en la Iglesia: seguimos cavándonos la propia fosa, y así no hay forma de salir. Como decía no recuerdo quien: “para salir del agujero, lo primero que hay que hacer es dejar de cavar".

¡Elemental! Pues eso.

2.04.17

Verdades de Fe, ¡NI UNA! Mentiras de ideología, ¡TODAS!

El título de la entrada quiere poner de manifiesto un hecho perfectamente constatable: a la Iglesia Católica, en concreto; a los católicos, en general; a las manifestaciones públicas de sentido y vida religiosa: católicas, por supuesto; y a todo postulado que pueda parecer que tiene un origen católico, aunque no sea así en realidad; a todo este “mundo” -el obrar católico: doctrina y vida- que ha construído la familia y la sociedad, que ha “salvado” y difundido la cultura en todos sus ámbitos hasta hace pocas décadas -y lo ha hecho bastante bien, por cierto- y a la que ninguna otra realidad humana le hace la más mínima sombra en estos campos: a la Iglesia Católica y a sus realizaciones, se las persigue, se las difama, se las arroja fuera de la sociedad y de la familia -que ha forjado incluso a precio de sangre-, además de echarla de la conciencia y del corazón humano. 

Y se hace con saña; descarada y sistemáticamente, y -desde los fantasmas más truculentos de sus autores- lo más humillantemente posible para ella. Todo, con el apoyo incondicional de los poderes públicos -de los políticos, y con los dineros e instituciones que manejan estos sujetos- y con el añadido de impunidad que amparan tantas veces…, para que ni se la vea ni se la oiga, para volverla a las catacumbas de nuevo, para acallarla y dé la impresión de que ya ni existe.

Por supuesto que nada es nuevo: este panorama, estas intenciones y estas planificaciones son muy antiguas -desde su mismo nacimiento la Iglesia sufre persecución, y martirio sus hijos e hijas-; son repetitivas, y tan poco originales -en estos campos está todo inventado ya-, que, la verdad, son en exceso cansinas. Amén de inútiles: no se conoce de ninguna persecución que haya triunfado hasta el punto de que allí ya no crezca ni una brizna de vida cristiana.

Se cumple, y se cumplirá siempre hasta el final de los tiempos que, “la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos” (Tertuliano, cristiano y abogado, c.150-225 DC). Los dramas, las heroicidades, la fortaleza de los cristianos de Irak y Siria, por ejemplo, tan cercanas en el tiempo y no tan lejanas geográficamente, son un ejemplo vivo de lo que es la Iglesia, y de lo que “nace” de ella.

Frente a la riqueza de bien hacer; de bondad con todos; de auténtica liberalidad con los “ajenos”       -que nunca lo han sido ni lo son para la Iglesia-; de generosidad sin límites con las necesidades humanas, familiares y sociales de todo tipo que generan los males que traemos los humanos en cuanto nos descuidamos; de respeto y tolerancia con todos; de humanidad a raudales…, ¿qué pueden aportar las IDEOLOGÍAS -de izquierdas y de derechas-, que es lo único que hay y en lo que se queda el hombre sin la Iglesia, alejadas de Dios y, en consecuencia necesaria y “obligatoria", ajenas al hombre y a lo humano, hasta el punto de pretender “deconstruirlo” o “desmontarlo"?

¿Es más humana la sociedad ahora que hace, por ejemplo, 50 años? Vamos a verlo, con valoraciones y datos objetivos; tan objetivos que son los “oficiales", los que las mismas instituciones públicas ponen en circulación.

Hace 50 años, ¿se constataba que el 25% de los NIÑ@S de 12-13 años estaban ya enganchados al alcohol, la droga y otras adicciones? ¿Estaba presente el “acoso escolar” en las aulas? ¿El suicidio infantil era corriente? ¿Existía la psiquiatría infantil? ¿El número de niñas embarazadas, menores de edad, era el mismo que ahora, o practicamente no existían tales casos? Como no existía el suicidio infantil, ni las patologías psiquiátricas infantiles.

Yendo a los adultos, ¿el saldo anual de muertes por “violencia de género” se acercaba a las cifras actuales; o ni se había “inventado” tal expresión, porque la “necesidad” ni siquiera estaba presente? ¿El número de matrimonios “rotos” se acercaba al de ahora, cuando se “rompen” seis de cada diez, ya en los primeros años de matrimonio?

Y situándonos en el ámbito “social” y “sociológico", ¿la falta de respeto por las personas y los bienes ajenos se parecía a lo de ahora? ¿La corrupción como género habitual de vida -en el ámbito público y en el privado- era lo que se constataba, un día sí y otro también, tal como sucede ahora? ¿La inseguridad ciudadana estaba “asegurada” -era lo que había, como el calor en el verano o el frío en el invierno-, tal como se constata a día de hoy?

¿Eran concebibles entonces temas como “anticoncepción", “aborto” y “eutanasia", con lo que esto ha generado: no se renueva la población, se envejece la pirámide poblacional, no se pueden pagar las pensiones, etc., de tal modo que el país entero está fallido -ha hecho “crack"-, económicamente hablando? Tenemos ya una deuda impagable, sin visos de cambio, ni “motivos” para intentarlo.

Nada de esto ha venido por la Iglesia Católica o desde la Iglesia Católica; aunque esto no quiere decir que no haya tenido “culpa", porque, en el mejor de los casos, ni se ha enterado; cuando no ha mirado para otro lado, o no ha sabido estar a la altura, o no ha querido… Cuando digo “Iglesia” me refiero a la jerarquía e instituciones católicas, entre las cuales me cuento.

Entonces, ¿de dónde han venido estas cosas? ¿Quién las ha traído? Las IDEOLOGÍAS: desde el marxismo -socialista o comunista, ilustrado o pedestre, “intelectual” o cazurro-, hasta los diversos “liberalismos” -que no existen-, la inútil y vendida “democracia cristiana", pasando por la “intelectualidad” que no ha iluminado positivamente ninguna de estas realidades tan inmoralmente insanas -entran aquí, por supuesto, los medios de comunicación-, y no digamos los políticos y su “partitocracia” -verdadera dictadura inmoral e inhumana- que ha traído las (anti)"leyes” que han instalado todo este desmadre, que han arrasado con conciencias y haciendas, hasta convertir el entero país en un erial intelectual, empobrecido y endeudado económicamente, y en un auténtico “catre de mancebía” moralmente hablando.

Para más “inri” no hay político -gobierne o no; jubilado o en activo, de derechas o de izquierdas-, que quiera verlo y valorarlo. Y así, desde dentro del sistema, ni hay remedio ni puede haberlo, porque todo ese resario de calamidades “es” el sistema.

5.03.17

¿Solo "oír, ver y callar"?

bonitosHay mucha gente que lo tiene muy claro: lo único que podemos y debemos hacer, con la que está cayendo en todos los horizontes de la vida -social, política, religiosa- es lo de los tres monos: “no ver, no oír, no hablar"; o como se dice en castellano: “oír, ver y callar”, que en el fondo es la misma postura.

Una postura, por cierto, muy poco acorde tanto con la misma dignidad humana como con la Voluntad de Dios para con nosotros, que nos quiere “bien habladores"; es decir: “apostólicos y proselitistas", aunque haya gente que ya no lo entienda. Pero es su problema, no el de los demás, que sí lo entendemos, modestamente.

Por ejemplo, y por aterrizar en la vida real. Hay gente que, en el ámbito político y de la participación ciudadana en el mismo, no tienen más horizonte que el de “votar". ¡Hay que votar, obligatoriamente! Y argumentan que, si no vas a votar, si no votas, no tienes luego derecho a decir nada: ni siquiera a quejarte de los desmanes -las injustas crueldades, las inhumanas barbaridades, la corrupción generalizada, la podredumbre maloliente, el infame adoctrinamiento ya con los críos y desde críos y por ser críos- que perpetran los políticos, los partidos y los gobiernos.

Les parece, además, que no votar es el mayor “pecado” que puede cometer un ciudadano. Un inciso: ¿nunca se han planteado que votar puede ser un pecado? Y cuando les argumentas con lo que hacen los políticos en todos los ámbitos en los que meten la mano y el pie, y lo hacen con tu voto precisamente, que les ha dado alas, y ven y entienden que no hay ni un solo partido político “sano", porque no hay prácticamente ni un solo político “sano” -yo, desde luego, no pongo la mano en el fuego por ninguno: por ninguno; no vaya a ser que me pase como a González que puso la mano por Guerra, y todavía le escuece la quemadura-, entonces se desazonan, se les desgarra el corazoncito…, y plañen, desconsolados y huérfanos: ¿entonces, a quíén voy a votar?

Si no votan, les parece que ya no viven en el mundo, ya no alientan en la sociedad. ¡Qué horror! exclaman. Y claro, siguen votando, con lo que siguen manteniendo lo mismo que se dan cuenta que deberían aborrecer y rechazar.

En el mundo eclesial, pasa exactamente lo mismo aunque en otro plano. Por ejemplo: ante la marejada, cada vez más fuerte -"mar gruesa” ya-, que se ha generado en la Iglesia de unos añitos a esta parte y que tanto hace sufrir a la buena, buenísima gente; además de sufrir, mucha de entre estos que sufren no le ven más “salida” al tema que estar con la Cabeza, haga lo que haga, y diga lo que diga: en caso contrario se encuentran como sin salida, como sin asidero, como que están suspendidos sobre el vacío y sin ver lo que hay debajo: una auténtica pesadilla.

Y pretenden resolverlo con aquello que les da “seguridad"; al menos aparentemente, o así les parece a ellos: “¡SIEMPRE con el Papa!". Y subordinan e hipotecan su conciencia a lo que dice y hace, sea lo que sea. Bueno, lo que cada día nos llega que es; porque en este ámbito, estamos servidos no solo al día, sino a cada hora de las que tiene el día.

¿Ha de ser esto así? ¿No hay más solución o soluciones? En los dos ámbitos en los que más nos jugamos, para el presente y para el futuro, a nivel personal y a nivel comunitario, ¿no queda sino “oír, ver y callar"?

Hombre, supongo que con la esperanza -pequeñita, en el fondo- de que “ya escampará"; aunque podamos llegar a creernos que, lo mismo que no podemos hacer nada para que pare de llover o para que pase la tormenta -porque nos excede su solución-, en el fondo, tampoco podemos hacer nada en el ámbito político -solo votar-, ni en el ámbito religioso y eclesial: solo “amén".

La respuesta en los dos casos es: NO. NEGATIVO.

En el ámbito eclesial, lo dejó meridiana y magistralmente resuelto el cardenal Newman -beatificado por Benedicto XVI en el Reino Unido, en septiembre de 2010-, cuando al preguntarle si puesto en la tesitura de si tuviera que brindar por el Papa o por la conciencia, por quién brindaría primero, contestó: “primero, por la conciencia; luego por el Papa".

Y lo razonó: no hay poder sobre la tierra -ni siquiera el del Papa- que esté por encima de la propia conciencia, rectamente formada; es decir, una conciencia recta, verdadera, justa, en la que lo que prima es hacer la voluntad de Dios por encima de la propia, en su personal lucha interior por buscar la identificación con Cristo, que es la esencia de la vida cristiana.

Por cierto, Benedicto XVI, el Papa que lo beatificó, comenta esta frase de Newman en el mismo sentido, ampliando incluso su respuesta y horizonte, y concluyendo que el Papa ha de ser el garante de la conciencia de cada uno, poque el primero que está “gravado” por “su” conciencia es el Papa, que no puede hacer lo que quiera sino exactamente lo que deba: en la Iglesia es el primer obligado por la conciencia, porque es el primer obligado a identificarse con Cristo. Sin esto, su ser Papa -sea este la pesona que sea en cada momento histórico- quedaría automáticamente descalificado porque habría perdido su razón de ser: se habría DESVIRTUADO. “Y si la sal se desvirtúa…".

Por eso, la Fe -y la vida de los católicos- no es “la fe del carbonero”, expresión que nació, por cierto, de una anécdota muy positiva en la isla de Sicilia que dejó admirado a todo un obispo de la época; pero que luego ha derivado hasta significar exactamente lo contrario: una fe ciega, poco instruida, que no tiene respuestas.

Sino que la Fe de los católicos es la humildad de la conciencia que se rinde y se postra ante lo que nos enseña Jesús y nos transmite la Iglesia. Esta es su referencia última, ante Quien “critica” y “discierne” todo: lo que viene del mundo, lo que viene de las propias pasiones, lo que viene del diablo y lo que viene de los falsos pastores: o sea, de los “mercenarios, que vienen para destruir y matar".

Sin Jesucristo como referencia, sin el Magisterio auténtico como referencia -el que ni “discute” con Jesús, ni “discute” con sus predecesores: por eso es Magisterio, porque no hay “rupturas"- no podríamos discernir entre los “verdaderos” y los “falsos” pastores, con unas “cualidades” que Él mismo nos enseña: precisamente para que sepamos distinguir, y aprendamos a no seguir “a ciegas". En caso contrario, no tendríamos el contrapunto de la VERDAD -que nos viene de Dios, y nos enseña el Espíritu Santo en su Iglesia- para “discernir", “juzgar” y “criticar": actitudes, las tres, eminente y esencialmente humanas, que no podemos dejar de ejercer, porque “dejaríamos” de ser personas. Es más, estamos obligados a ejercer, como personas y como católicos.

¡Por esto se ha liado la que se ha liado con la Amoris laetitia, que unos dicen NO, y otros dicen SÍ a la comunión de los adúlteros! Porque hay Pastores a los que su conciencia les dice que como eso va contra lo que nos ha enseñado Jesús sobre el tema, y va contra todo el Magisterio de la Iglesia hasta antes de ayer, no pueden decir que sí a tamaña burrada: y dicen que NONES. Y hay pastores -son el contrapunto- que dicen simplemente “amén". Cada uno sabrá de su conciencia, con la que se tendrá que presentar delante del Señor.

Criterios a aplicar que nos vienen del mismo Jesús y, por tanto, no tenemos -en conciencia- derecho a rechazarlos: nos convertiríamos en unos católicos bobalicones, sin criterio y, lo que es más grave, sin referencias con las señas de identidad que “el mismo Cristo nos enseñó”, y que no es solo el Padrenuestro. Ni solo los pobres. Ni solo el superior, el obispo o el papa.

El Papa, el obispo en su diócesis, el superior en una institución, serán siempre “piedra"…, mientras no se conviertan ellos mismos y por sus acciones en ARENISCA: porque dejan de ser “piedra”. Y por eso, y hace ya siglos, la Santa Madre Iglesia, con el Papa al frente, dejó sin efecto las “obediencias indebidas", las que iban contra lo que Jesús y la Iglesia enseñan, desligando la propia conciencia de esos falsos mandatos.

Por ejemplo, y para decirlo claro: nadie en la Iglesia -mucho menos en ningún otro ámbito- puede “obligarnos a pecar". Ahí siempre hay que responder que NO. En conciencia. Y no hacerlo así, y “obedecer", es PECAR.

Otro día entraremos al ámbito de la participación en la política, que ya hoy no me da.