Conversión: desandar el camino (parte 2ª)
La CONVERSIÓN -lo escribíamos hace unos días- es, para todos los católicos, un mandato de Cristo. Lo recogía el Evangelio de la Santa Misa de este pasado domingo, I de Cuaresma: Se ha cumplido el tiempo, está cerca el Reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio. Evangelio que, para sus contemporáneos -sus hermanos judíos- era la Buena Nueva que custodiaba y transmitía, de generación el generación el Pueblo escogido. No podían ser los “Cuatro Evangelios” tal como los hemos recibido nosotros porque no existían. Para todos en la Iglesia Católica este Evangelio sí son, strictu sensu, los Cuatro que inician el Nuevo Testamento.
Y apuntábamos que conversión significa desandar el camino: volver a la casa del Padre, de la que nos alejamos con nuestros pecados.
Pero la conversión no es algo que sólo se nos pida a los comunes católicos de a pie: en la Iglesia se pide a todos, desde el Papa -encomendemos los Ejercicios espirituales que está haciendo estos días- hasta el más jovencito hijo de Dios, con uso ya de razón.