InfoCatólica / Non mea voluntas / Archivos para: Marzo 2018

28.03.18

"Yo, para esto he venido" :: Viernes Santo.

Si no fuera verdad -terrible y hermosísima verdad: terrible por lo que le ha costado; hermosa por lo que supone para nosotros los hombres-, nadie podría haberse inventado una cosa así. Imposible. Pero es la simple y la más pura verdad; porque habla el Logos, la Palabra, que solo es tal cuando es verdadera: “Yo soy la Verdad", nos revelará. Y el Camino. Y la Vida. “¡Es el Señor!", dirá Juan; y lo hemos de decir todos si queremos tener parte con Él, y salvarnos.

Sí. Jesús bajó a la tierra, tomó carne como la nuestra “del seno de la Santísima Virgen María, por obra del Espíritu Santo", y se hizo uno de nosotros, “semejante en todo a nosotros menos en el pecado”, precisamente para “cargar sobre sí con nuestros pecados” y “hacerse obediente hasta la muerte y muerte de Cruz”. Así es como podemos rezar en el Credo: “por nosotros, y por nuestra salvación, bajó del cielo".

Y todo con la libertad que da el Amor. Esa “locura de Amor” en favor nuestro -por todos y por cada uno- es realmente el “mysterium amoris” que nos trae -nos revela-, la Escritura Santa: el “misterio del amor de Dios por nosotros".

Por eso, además de dejarnos claro aquel “para ésto he venido”, llamará “¡Satanás!” a todo el que pretenda apartarle de “su” Camino; por ejemplo, al mismo Pedro: ¡Apártate de Mí, Satanás, que me escandalizas! Tendrá prisa por subir por última vez a Jerusalén: así lo relatan los evangelistas. Y en la hora agónica de su Oración en el Huerto de los Olivos, se identificará plenamente, totalmente, con la Voluntad de su Padre-Dios, reiterando: “Padre mío, si es posible pase de Mí este Cáliz; pero no se haga Mi voluntad sino la Tuya”.

Ciertamente, existe otra cara de la moneda: la que ponemos nosotros. Frente al “mysterium amoris” se alza -soberbio, desafiante, engreido, loco y altanero- el “mysterium iniquitatis", el PECADO: la maldad de la criatura que se alza contra su Creador; la maldad del hombre que se revuelve contra Dios, en un intento, tozudo pero inútil, por ser más que Él, por independizarse de quien depende de un modo absoluto: para nacer, para vivir, para morir y para alcanzar la verdadera felicidad, la que anhela íntimamente aún sin querer reconocerlo, y que sólo está en Dios: la Vida Eterna en el Cielo.

El Crucifijo, el Crucificado, es la respuesta -real, innegable, sublime- a la pregunta sobre el Amor de Dios por nosotros y sobre la realidad del pecado.

El Amor de Dios por nosotros: “Tanto amó Dios al mundo, que nos entregó a su propio Hijo". Por eso Juan, al comienzo del capítulo 13, donde nos va a narrar al por menor toda la Pasión y Muerte del Señor -incluyendo su larga “oración sacerdotal": el único que la recoge así- escribe esta entradilla como la clave de interpretación de todo lo que va a escribir a continuación: “Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, como hubiese amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó -"nos” amó- hasta el fin”. Y no es un fin teórico sino real: hasta dar su Vida por nosotros. San Juan sabe de lo que escribe porque ha sido testigo directo: ha estado allí, junto a Jesús, al pie de la Cruz -y antes en todo su Via Crucis-, porque la Santísima Virgen se lo ha cogido y lo ha llevado con Ella todo el rato.

La realidad del pecado. Se lee en Camino: “A Jesús le cosen al madero no tres clavos sino tus pecados y los míos". Y el mismo autor reiterará en varios escritos suyos que “el pecado es hacerle repetir a Cristo toda su Pasión y Muerte": es volver a crucificar a Jesús

Es más: nuestros pecados tienen mucha más malicia que el que cometieron los que le entregaron y los que materialmente le mataron. Por una muy directa razón: porque nosotros SÍ SABEMOS lo que le han costado -y le cuestan- nuestros pecados, y aquellos otros sujetos, no. Y, aún así, preferimos -elejimos- pecar.

¿Quién no se estremecerá ante estas dos realidades, tan distintas -muy distintas- pero inseparables en la práctica: el Amor que Dios nos tiene y la maldad del pecado?

Para ésto celebra nuestra Madre la Iglesia la Semana Santa: para que nos entre hasta por los ojos estass cosas. Para que no sea algo “inimaginable", sino bien visible. Es lo que ponen delante de nuestra vista primero, y de nuestro corazón después, esas espléndidas Procesiones -cada una con su “espíritu” propio-, especialmente las del Viernes Santo, que han cuajado a lo largo del tiempo desde lo más hondo del corazón de los hombres: desde el de los artistas que tallaron todos esos tesoros del arte religioso, hasta el de los que les pagaron sus buenos dineros, pasando por el de la gente sencilla y alta, rica y pobre, pecadora y santa, religiosa o menos, creyente y alejados… Hay personas que, a lo largo del año, es casi lo único que las mantiene “unidas” al Señor, a la Virgen, a la Iglesia y a la Fe.

No perdamos esta oportunidad, porque bien puede ser “la” oportunidad de nuestra vida. El Viernes Santo es Jesús que pasa frente a nosotros diciéndonos -mostrándonos-: “Yo te quiero así. ¿Y tú?" 

Porque seremos juzgados por nuestra respuesta personal al Amor que Dios nos tiene: a lo que hemos hecho con Jesús, que nos quiere “hasta el fin".

Amén.

25.03.18

"Conversaciones" de Francisco.

El sociólogo Dominique Wolton, francés él, además de agnóstico -o sea y para entendernos: además de francés, no cree en Dios; ¿que Dios pudiera existir? Pues quizá sí; pero… ¿quién puede saberlo?-, ha publicado una serie de entrevistas o conversaciones con el papa Francisco, que ha ido recogiendo a lo largo de casi dos años. Y ahora se ha presentado en Madrid la traducción española del libro, apadrinado por el señor cardenal, monseñor Osoro.

La verdad es que, para no ser creyente, ni católico -ni nada en ese horizonte religioso-, es curioso cómo se arrima al Papa que es, en la doctrina católica y por institución divina -directamente de Jesucristo: ¡ahí es nada!- la Cabeza Visible de la Iglesia Católica. 

Claro que no le pasa sólo a él, sino a otros muchos de ese corte; más a otros que, siéndolo teóricamente, viven para cargarse a la Iglesia: y también se arriman mucho al Papa. ¡Cosas de la vida! Y se arriman, lógicamente, para ganarse unos eurillos, que nunca estan de más: siempre son pocos para todos estos agnósticos y demás patulea pseudocatóliquilla.

Por supuesto: también hay que contar con los colaboradores “gratis et amore": en este caso debe estar, supongo, el señor cardenal, que ya se ve que se apunta a lo que haga falta: también y en especial si están en las periferias, o así. O no. Pero me da, a lo que parece, que le gusta “salir en la foto".

También es curioso lo bien que se siente el Papa con este tipo de personal -como con Scalfari, por ejemplo, periodista y ateo, que publica periódicamente entrevistas con el Papa, y que producen bastante revuelo; lógico-: cómo les sonríe, cómo les dedica tiempo, cómo les hace ganar unas perrillas y, lo “mejor” de todo, cómo no le importa que digan que él ha dicho o que pongan en su boca, deseos, expresiones, ilusiones, dichos, palabras que, a fuer de sinceros, bordean o caen en lo anticatólico; no “casi", sino de lleno. Pero ya sabemos que él está feliz en las periferias. En todas. Y armando “lío", que es su deporte favorito, y a lo que anima al personal. Y nunca sale a decir que no ha dicho tal.

Sinceramente: se le dan mejor las entrevistas -las tertuliejas a dos- que lo de escribir. Es como su formato más “personal", y donde se maneja como pez en el agua. Escribir es una pesadez, porque cuesta: hay que repasar lo escrito, pensar, cotejar, corregir bastantes veces…; vamos, un tostón. Además, luego hay que firmar; y ahí es donde uno se pilla realmente los dedos; porque no vale decir “que lo ha escrito un negro"; ya, pero lo has firmado, y la responsabilidad es toda tuya, y nada del negro. Mientras que en las entrevistas o conversaciones, informales de por sí  -el Dominique ha dicho que se han reído mucho incluso, que ha sido todo muy suelto y vivo, etc.-, todo es sin compromiso, espontáneo, casi juvenil y rejuvenecedor…; máxime en una persona tan dicharachera como él. ¿Que luego dicen que ha dicho? “Chi lo sa?", que dicen en Italia: sin compromisos, y a otra cosa.

Pues bien. El tal Wolton, sociólogo y agnóstico -o sea, “ateo vergonzante y avergonzado"-, se marca unas cuantas largadas, todas en boca del Papa: “El Papa defiende que la `unión civil´ de los homosexuales es posible"; y le ha faltado tiempo o líneas para decir que Francisco está en ello. “Extraoficialmente dice que sí, que un día habrá mujeres sacerdotes. Pero extraoficialmente. No es imposible". “Y que habrá hombres casados en la Iglesia".

Estas afirmaciones son claramente escandalosas: las dos primeras chocan frontalmente con el magisterio precedente; especialemente lo referido a la ordenación de mujeres, tema que san Juan Pablo II declaró como “definitivamente cerrado” en la Iglesia Católica, después de decir que NO. Y respecto a la “unión civil", también dejó escrito que todo católico -TODO significa TODOS, del mayor al menor- debía oponerse a cualquier intento de leyes que supusieran ni de lejos una equiparación con la institución matrimonial, incluyendo la denominación específica de “unión civil” como sinónimo de reconocimiento “válido” para las uniones homosexs. Pero quizá al entonces obispo y luego cardenal no le dio tiempo de leer al papa Juan Pablo II: que Buenos Aires es muy grande y seguro que le dio mucho trabajo.

Y lo de los hombres casados como sacerdotes no es ninguna novedad pues hay ritos católicos no de régimen latino, en los que sucede así desde hace siglos. Es en el sacerdocio de rito latino donde no tiene cabida: ni teológica ni disciplinarmente, desde casi el mismo principio de la Iglesia Católica.

No digo que estas cosas las haya dicho el Papa tal cual: las ha dicho -y escrito, y publicado- Dominique; pero, eso sí, jurando por sus muertos que se las ha dicho el Romano Pontífice: oficial unas, otras de modo extraoficial. Pues todas esas cosas se han hecho libro, se han publicado, y las ha presentado el señor cardenal. Y ni el moderador -¡qué papelón está haciendo desde hace un tiempo el amigo Restán!-, ni mons. Osoro, han hecho la más mínima referencia a estas declaradas. ¿Les parecerán correctísimas y catolicísimas, ortodoxas a tope? ¿No habrán leído el libro siquiera, y han estado ahí porque alguien tenía que estar? ¿Habrán cobrado por el servicio? ¿Se les ocurre alguna pregunta más?

El señor cardenal remató su intervención así: “el amor y los puentes son manifestación de la misma realidad; no hay amor sin puentes hacia los otros. Esta es una tarea imprescindible: darnos cuenta de la tragedia de la inmigración y los refugiados, que lo vivimos en nuestra propia nación, en Europa". 

Creo que los dos, uno al presentar la pieza y otro moderando la presentación, se han entretenido con “el sexo de los ángeles": tema muy socorrido cuando no se quiere uno meter en más líos. Pero, ¿qué pasa entonces con lo de hacer “lío"?

Personalmente, yo estoy cada vez más liado: es que no me aclaro cómo en la Iglesia Católica, que tiene como seña de identidad la Verdad, que no teme enfrentarse a ningún debate sobre la verdad de las cosas, y mucho menos sobre la verdad del hombre y la verdad de Dios, se puede decir una cosa, su contraria y/o lo que a uno le parezca, presentándolo todo como CATÓLICO, y sin que medie nadie para decir: “¡eh, Chati, que te has pasao!”

Y esto es así especialmente en y desde el Concilio; donde la dejación de autoridad y, por tanto, de gobierno en el seno de la Iglesia Católica es clamoroso y trágicamente dañino. Máxime cuando, como ha sucedido, si ha habido un tema al que se le ha querido entrar, se le ha entrado y no ha pasado absolutamente nada. Por ejemplo: cuando san Juan Pablo II cortó por lo sano con las “secularizaciones de barra libre” de la época de Pablo VI; o cuando se ha entrado al tema -y se ha cortado- con la pederastia entre el clero secular y regular: “tolerancia cero". Y punto.

Pero esos casos son habas contadas. Y como ya había dicho Aristóteles hace bastante tiempo: “una golondrina no hace verano".

Da toda la impresión, a juzgar por los líos montados -en especial en estos últimos cinco años- y, por otra parte, nunca aclarados, que la Iglesia Católica se está convirtiendo en “la casa de tócame Roque". O se ha convertido ya, al menos en una parte más que numéricamente importante. Si a esto se le suma “el silencio de los corderos"…, ni te cuento.

Porque esa es otra: da también toda la impresión de que, junto a que cada uno tiene bula para decir lo que le venga en gana y darlo como “católico", en la Iglesia todo lo que no sea la mansedumbre del borrego, domesticado y sumiso -¿"castrado” también, intelectual y moralmente hablando?- está pero que muy mal visto. Malísimamente mal.

Creo que cada vez entiendo mejor aquella expresión de Francisco, a poco de subir a las altas jefaturas eclesiales, de que los sacerdotes -y, por tanto y con mayor motivo, los obispos, y supongo que los cardenales aún más-, debían “oler a oveja". Sí, creo que lo pillo cada vez mejor: por volverse oveja, o borrego, como he dicho antes; no por ser realmente “pastor” y que se te pegue el olorcillo; que algo se le pegaría a uno, digo yo, si estuviese realmente entre ellas.

Amén.

19.03.18

El Sacerdote, ¿un hombre como los demás?

Hoy, Solemnidad de san José, se celebra también en la Iglesia Católica el “Día del Seminario": no hay ni puede haber mejor Patrono para los sacerdotes; como no hay ni puede haber mejor Madre que la Virgen María que, siendo Madre de todos, lo es “un poquito más” -si se me permite la expresión- de los sacerdotes.

¿Por qué es como más “Madre” de los sacerdotes? Porque ellos, por la ordenación sacerdotal, son “Cristo” sacramentalmente hablando y, en el ejercicio de su ministerio, actúan “in persona Christi". De ahí que la Virgen “los ve más” como a su Hijo.

No es desdoro para nadie el no ser sacerdote. Ni el que la Virgen María nos quiera un poco más. Porque las madres, como decía un santo sacerdote “quieren desigual a sus hijos desiguales” y, de este modo, los quieren a todos por igual. Son cosas de las madres, y no sirve darle más vueltas; porque “las madres, madres son". Y  punto.

Esta era la doctrina de siempre en la Iglesia: “el sacerdote, otro Cristo". No tenía ningún problema “de identidad” que venía a ser algo así como un preludio o anticipo de un problema “de género", que es lo que se impone hoy y ahora a todo el mundo.

“Era", claro; porque tras el CV II la Iglesia Católica se infectó con un virus, un “ébola” maligno, que se llevó, de un total de más de cuatrocientos mil sacerdotes como había en todo el mundo, a más de CIEN MIL en cosa de siete u ocho años, que se dice pronto, durante los últimos años del pontificado de Pablo VI. Una “mortandad” terrorífica e incuestionable.

¿Cómo se pudo llegar a esto? Pues no es fácil de explicar, porque se juntaron, sumando, varias “circunstancias". La primera de ellas fue la “curiosa” pretensión del Concilio de poner a la Iglesia al mismo nivel del mundo, y convertir a éste en interlocutor no sólo válido sino “autorizado": de igual a igual con la Iglesia. Y se pegó un tiro en el pie o en otras partes, queriendo o sin querer. Y de ahí vino casi todo lo demás, empezando por el “tema” de la “identidad sacerdotal", que había que “redefinir". ¡Y vaya si se redefinió!

Esta “nueva” composición de lugar tergiversó los términos de la relación Iglesia-mundo. Hasta el punto de que los echó abajo, y destruyó los cimientos de esa relación; una relación, por cierto, que no había puesto -ni mucho menos “impuesto"- la Iglesia, sino Dios, y que se enunciaba así: “Vosotros sois la sal de la tierra; vosotros sois la luz del mundo".

Con esos “títulos” la Iglesia Católica -y con Ella y en Ella, los cristianos todos- era “el alma” de la sociedad y del mundo, la “levadura que hace fermentar toda la masa” puesto que, sin Ella, la masa se corrompe. Y, además, el mundo -con sus máximas contrarias a Dios- era uno de los enemigos “clásicos” de la salvación de las almas: había que santificarse en el mundo, sÍ; pero no como el mundo pretendía seducir al hombre: “te daré todo esto si, postrándote, me adoras".

Con este “nuevo” planteamiento del lugar y posición de la Iglesia respecto al mundo, a la sociedad y, por supuesto y en primer lugar, a los hombres, “cambió” también la relación del sacerdote con los demás hombres, con la sociedad y con el mundo.

El sacerdote, “elegido por Dios en el mundo, pero separado de él", “debía” de entrada no significarse en nada respecto a los demás: “debía ser uno más"; y actuar también como uno más. De ahí y como primera provisión, el abandono de la sotana -los religiosos de sus hábitos-, al grito -justificación confesa de pequeñísimo recorrido intelectual, espiritual y eclesial- de que “el hábito no hace al monje"; y no lo hace, ciertamente; pero, “si te lo quitas, te deshace", como se ha demostrado desgraciada y ampliamente.

Por lo mismo, el sacerdote, que tenía por disciplina eclesial evitar sitios, modos y maneras mundanas, empezó a ver esas “prohibiciones” -que no eran otra cosa que su defensa frente al mundo y lo mundano, y frene a su propia debilidad humana-, como impedimentos que “coartaban” su “realización personal” y no le dejaban ser “hombre", por decirlo de alguna manera.

Surgió así, en muchos, un “complejo de inferioridad” que, junto a la dejación de su vida espiritual más la deficiencia en su formación, les llevó a querer trabajar en cosas ajenas a su ministerio, a ir a sitios donde nunca había pisado un sacerdote, a quitar el confesonario y confesar al personal en un banco o en una salita, a tratar a la gente -en especial a las chicas, mujeres, jovencitos y jovencitas, niños y así- con “naturalidad mundana", impropia de un sacerdote que debe vivir la “naturalidad sacerdotal", que es otra cosa y está en otro plano. Y sin hábito sacerdotal -o, en su caso, religioso- que le protegiera. Y pasó lo que pasó, como está archidemostrado y más que documentado. Desgraciadamente.

En otra vuelta de tuerca de ese absurdo “complejo de inferioridad", a muchos el “celibato sacerdotal” se les empezó a quedar tan en las antípodas de lo que vivian los demás hombres, “sus iguales", que, instalados en esta (i)lógica, “reverdecieron” los intentos -de siempre- de cargárselo y pasar a poder casarse. Y como en eso, romper la disciplina del celibato para ordenarse sacerdote, ya no cedió la Jerarquía -en todo lo demás hizo la vista no gorda, sino que voluntariamente cerró los ojos y se cegó-, poco a poco primero, y luego ya en una catarata que se hizo casi imparable -un aluvión incontenible-, llegaron las demandas de secularización. Y pasó lo que pasó, con números y todo.

¿Cómo un hombre que puede consagrar “in persona Christi", que trae a Dios al mundo y a las almas, que perdona los pecados, que salva a los hombres para toda la eternidad, que anima, reconstruye vidas, habla, sana, aconseja, cura, y es uno de los signos vivos de Cristo presente entre los hombres pueda sentirse “inferior” a ellos, “no realizado” o dejarse llevar de un insensato e ilógico “complejo de inferioridad” que le destroza la vida? Misterios. 

Curiosamente, y como “novedad postconciliar", en Roma las secularizaciones se tramitaron en tiempo record, y a miles: ¡deprisa, deprisa! Pero con dos connotaciones, “perversas” a mi modo de ver. La primera, se cambiaron de un plumazo los “motivos” de las secularizaciones.

Antes del Concilio, una secularización era, normalmente, una “pena canónica” recogida en el Código: es decir, la propia Iglesia, por motivos muy graves, quitaba a un sacerdote o religioso el caracter sagrado o consagrado; y el que un sacerdote pidiese la secularización había sido rarísimo, y tenía que demostrar la nulidad de su Ordenación, por ejemplo, para que se le concediese; aunque también estaba previsto en el Código que se pudiese subsanar tal anomalía. Cuando las cosas eran irreversibles, se concedía. Pero esas peticiones, hasta entonces, habían sido rarísimas: habas contadas. Porque, y para decirlo claro, siempre eran un baldón, que además se arrrastraba toda la vida, incluso aunque no fuese público.

Con el estatus secular, la persona perdía su carácter sacerdotal y todas las connotaciones inherentes a ese estado en relación al ejercicio del ministerio. Todas…, menos una: seguía siendo “célibe", y no podía, por tanto, atentar matrimonio: se era “sacerdote para siempre". Por lo mismo, en caso de peligro de muerte un “sacerdote secularizado” podía absolver los pecados a un moribundo, o darle la unción. Se es “sacerdos in aeternum". También en el Cielo. O en el infierno.

Pero tras el Concilio, esto es lo que cambia, esto es lo “nuevo": es la iglesia la que “concede” por gracia maternal y misericordiosamente, la secularización a quien dice que no se siente con fuerzas para seguir. Pero, y aquí viene la segunda connotación: la reducción al estado secular llevaba aparejado el “derecho” a poder “casarse". Y esto fue el acabose. Hubo como un toque de “a rebato” y se produjo todo un efecto “llamada". Y el Vaticano quedó literlamente enterrado de demandas.

Y con un “toque” aún más clamoroso: a muchos de los nuevos secularizados, se les mantuvo en sus diócesis en quehaceres eclesiales -profesores de religión, catequistas, etc.,- con sueldo y demás de la misma Iglesia. Porque esto de la “misericorditis” viene de más atrás, aunque se haya pretendido que lo ha inventado el actual pontífice. 

¿Cómo la Iglesia pudo “aceptar” todo esto? Misterio. Más profundo que el anterior si cabe. Y cabe.

¿Quién cortó este desastre? ¿Cómo se cortó? Lo hizo, de un plumazo y de la noche a la mañana, san Juan Pablo II en cuanto fue elegido en Roma. Dijo: “¡se acabó!", y se acabó. Así de sencillo. Y las aguas, en este tema como en otros, volvieron casi a su cauce.

Y ahora vienen las declaraciones, calentitas, del arzobispo Vives, de La Seo de Urgell, que preside la Comisión Episcopal de Seminarios en lel seno de a CEE: “nuestros seminaristas gozan de buena salud humana y espiritual". Y me lo creo. Él lo debe saber porque es el encargado; claro que en la CEE y tal como están las cosas no significa gran cosa. Pero…

Me chocan dos cosas. La primera, que el encargado de seminarios en España sea un arzobispo que ha cerrado el suyo desde hace años -bastantes- o que ya se lo encontró cerrado: el hecho es que en su diócesis no tiene, ni se le espera. Los últimos datos que publica la diócesis de Urgell, del curso 2014-2015, dice que tiene SEIS seminaristas, que están en el seminario interdiocesano de Barcelona; de ellos, tres en el curso propedeutico -o sea, y para entendernos: el curso previo a entrar en el seminario y ser seminarista; es decir, aún no lo son-, dos en filosofía -en 1º y en 3º- y otro externo, sin más connotaciones. A día de hoy no sabemos nada de nada de ellos. ¿Han desaparecido?

Pues como para ir de experto. Claro que quizá le han nombrado porque debe tener tiempo para dedicarse a los demás seminarios. No sé.

Y la segunda cosa “chocante” -para mí; pero lógica según están las cosas- es su declaración a tumba abierta: “"El reto es ofrecer a los pastores del futuro una formación que encarne la reforma de Francisco". 

Tal cual. Y me he quedado sin palabras. Mudo.

Amén.

16.03.18

Lo que nació "muerto" no puede "resucitar"

Discurso de Pablo VI en el Concilio Vaticano II

Se oyen voces, más bien gritos destemplados, que propugnan “resucitar” el Concilio Vaticano II; como si se le hubiese “matado” al traicionar tanto su letra como su espíritu, según estos lamentos fuera de lugar: auténticas “lágrimas de cocodrilo". Nada más lejos de la realidad de lo que fue el CV II, y de lo que supuso el postconcilio: esto último sí está rebrotando. Y ahí están los resultados: netos, rotundos.

En la gestión del Concilio, y especialmente del postconcilio, se pone de manifiesto la historia -real- de una continua y continuada traición de una minoría. De una traición a la Iglesia Católica, a la única Iglesia de Cristo.

Fue traicionado desde dentro y ya en sus mismos inicios: de hecho, todo el trabajo preparatorio de la Comisión correspondiente -como sucede con todo concilio y con todo sínodo que se precie, hay una Comisión Preparatoria-, fue abandonado en su mismo comienzo por un acto de autoridad del Papa: las votaciones, que se hicieron, no daban para echar abajo ese trabajo; pues se echó, por decreto y mando. Y se comenzó, no de cero, sino desde lo que se traía preparado por parte de un buen número de padres y sobre todo de los peritos, ya dentro del Concilio. Todo como correspondía a la “nueva hermenéutica", al “nuevo espíritu", a la “nueva finalidad", y hasta con el “nuevo lenguaje” como expresión del “nuevo lugar” de la Iglesia en relación al mundo: que era lo que se quiso ventilar y resolver. Borrón y cuenta nueva. Esta fue la “primera gran traición”.

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6.03.18

En la Iglesia Católica el "lío" se promociona y agranda.

El C9 (-1= C8 de facto; claro que les da igual 9, que 8 que 28), en su papel de asesorar al Papa en el buen gobierno -para eso se lo montó-, en la XXIII reunión que tuvieron hace muy pocos días han tratado, entre otros, el tema del “estatuto teológico de las conferencias episcopales” -según declaró el portavoz-; creación, éstas, del CVII.

Este de las conferencias episcopales fue uno más de los intentos bienintencionados que se cocieron en esos años de Concilio; intentos que nacieron ya tan cargados de plomo, tan lastrados, que no pudieron ni remontar el vuelo… y se quedaron en nada serio; en este caso, puro formalismo en pro de la “tan deseable y fraternal comunión episcopal"; que está muy bien, pero que no se ha visto por ningún lado, salvo contadas manifestaciones de corporativismo al uso.

¿Por qué? Porque las diócesis, teológica y eclesialmente, son “autónomas”: así están concebidas y montadas; con una “cabeza” al frente, el obispo que, consagrado con la plenitud del sacerdocio y recibida del Papa su “missio canónica", no da cuentas ante nadie más que ante el Romano Pontífice. Y así han funcionado como han funcionado, desde que empezaron a nacer hasta hoy mismo, inclusive. Por otro lado, es más un intento tomado de la vida civil que de la vida eclesiástica; por eso no han funcionado ni pueden funcionar: habría que cambiar en efecto su “estatuto teologico". Claro que, tal como están las cosas, al C9 - 1 = C8 no se le pone nada por delante. ¡Hasta ahí podríamos llegar!

¿Para qué han servido las conferencias episcopales hasta hoy mismo? Para tan poquito, que es lo mismo que nada, porque sus competencias están tan sin fundamento real que, en la práctica, no lo saben ni los mismos que las componen. Se reúnen periódicamente; rezan algo, no mucho; se saludan con afecto; se distribuyen los cargos y las funciones; y estas funciones son más teóricas que funcionales y prácticas porque no tienen ningún poder real, o no lo quieren tener y ejercer los que están al frente: ¡que eso de mandar es muy complicado y muy cansino!. A muchos, les supera por todos lados.

No hay más que leer los documentos que publican -o las declaraciones de los portavoces- para darse cuenta de la inutilidad de los intentos. Por dos motivos. Primero: en el mejor de los casos, denuncian situaciones infumables, doctrinales y/o prácticas; cosa que están muy bien, pero como nunca llegan a poner ningún remedio práctico, porque no mandan nada, ya ni se leen. Otras veces, lo que publican y/o declaran es tan inane, tan sin fundamento, tan laigt, y/o tan alejado de lo verdaderamente eclesial para perderse en consideraciones sociológicas o políticas (en su sentido más amplio) que dan grima. Y que no están para eso, pero es en lo que se está cayendo y quedando en la misma Iglesia Católica.

Y en segundo lugar: como ni siquiera los obispos en sus diócesis están dispuesto a ejercer la potestad de gobernar -de MANDAR, para que se me entienda-, y se tolera, se tolera, se tolera, se tolera… hasta lo intolerable, ¿cómo van a mandar en comandita desde las conferencias episcopales que, para más inri, no están pensadas para eso?

Claro que lo que anuncia el portavoz vaticano es aún peor. Cita: “Todavía no se ha explicitado suficientemente un estatuto de las Conferencias episcopales que las conciba como sujetos de atribuciones concretas [lo que he dicho antes: que estaban vacías desde su misma concepción], incluyendo también alguna auténtica autoridad doctrinal". Y remata -nunca peor dicho- con la Evangelii gaudium, n. 32, de donde toma las citas: “una excesiva centralización más que ayudar complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera". 

Este portavoz, quizá por su juventud o quizá porque no ha tenido tiempo de leerse algo serio sobre la historia de la Iglesia Católica tras el Concilio -le recomiendo, como más a mano, las biografías de san Juan Pablo II y de Benedicto XVI-, no ha debido darse cuenta del daño que ese sistema de las Conferencias ha hecho a la misma Iglesia… para enfrentarse contra el mismo Papa, y no porque haya hecho falta -hablo contra Pablo VI, que sufrió auténtico martirio, Juan Pablo II y Benedicto XVI-, porque estos papas escribiesen herejías o así; sino para no hacerle caso, y ningunear todas sus denuncias de errores doctrinales y prácticos, todas sus pronunciaciones prácticas…, desde la liturgia a la organización de los seminarios, pasando, ¡cómo no! por la Humanae vitae. Y todo eso ¡sin tener atribuciones! Podemos imaginarnos teniéndolas. 

Por poner algún ejemplito: el catecismo holandes y antes el francés, lo publicaron las sendas CE sin tener atribuciones para ello, pasando por encima de Roma. Y la Iglesia Católica en Holanda como tal arriesgó hasta rondar el cisma. Hay más ejemplos, claro.

Pero sin irnos hacia atrás; supongo que el portavoz estará al tanto, al día, del cacao que se ha montado a propósito de la AL, ante la cual, tanto obispos a título personal como conferencias episcopales enteras, se han posicionado, unos a favor y otros en contra de lo que ahí está escrito. Y sin tener “atribuciones", porsu.

No sé por qué me da que a Francisco, como a muchos cardenales y obispos, lo de la Iglesia les aburre soberanamente: donde esté un buen calentamiento global o no global, un cuidado de la tierra entusiasmante, unos pobres a los que no se les saca de pobres pero se les puede “enseñar” ante las cámaras, y sin olvidarnos por supuesto de los musulmanes y los protestantes…, ¡que se quite todo lo demás, oiga!

Claro que, al ser el portavoz, le toca acudir a la EG; y por tanto sigue: “Se trata de releer el Motu proprio Apostolos suos con el espíritu de saludable descentralización del que a menudo habla el Papa, reafirmando que siempre es él el que custodia la unidad en la Iglesia". ¡Toma nísperos, Carmelilla, y agárrate que hay curva!

Debe decirlo, el señor portavoz -¡qué tragaderas hay que tener para serlo con ciertas personas!-, teniendo en mente -casi seguro- lo suave que se ha puesto la Iglesia Católica desde hace cinco años: ¡una balsa de aceite! ¡Y a esperar lo que nos depara la suerte, o quien sea!

¡Qué bien nos viene todo para volvernos más y más rezadores, clamando al Señor, Dios de los ejércitos, que acorte el tiempo de la prueba…, más todo lo que a Él se le ocurra: que será muy bien venido y mejor acogido por todos nosotros, sus hijos!

¡Y qué bien nos viene todo este tiempo de prueba para crecer, para ser y hacernos católicos desde uno mismo, con compromiso personal, mayores de edad, con criterio católico y con “nariz” también católica, sin pretender ya nunca más que se nos den las cosas hechas, masticadicas o, como dice san Pablo, sin ser capaces de comer normalmente y tener que quedarnos con lechecitas y potitos!

Esto, lo de ser “sociológicamente católicos", se ha acabado en la Iglesia Católica, al menos y de momento, en el mundo occidental. Y quizá, y gracias a Dios y a las personas que a su pesar lo han propiciado, para siempre jamás.

Amén.