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5.04.16

La Conferencia Episcopal Peruana (y otras parecidas)

Hace unos días el obispo de Arequipa publicaba para sus fieles una nota con motivo de las próximas elecciones en el país. Decía -rotundo- que votar a favor del aborto y del “matrimonio” homosexual era un pecado “mortal".

Le faltó tiempo a la CEP (Conferencia Episcopal Peruana) para salir al paso de tamaño “atrevimiento” por parte de dicho obispo, hermano suyo en el episcopado, por cierto. Y quiseron desautorizarlo remitiéndose a una nota anterior de la susodicha Conferencia, en la que daban una lista de líneas de conciencia que debían seguir los ciudadanos a la hora de emitir su voto: hacerlo en conciencia, optar por candidatos que defiendiesen la vida, el bien común y el bien social, que no estuviesen salpicados de corrupción, etc.

Es decir: señalan lo mismo que el señor obispo, hermano suyo; pero, eso sí, obvian la palabra “pecado”. Han hecho de la pusilanimidad su “modus docendi” -si a eso, tal como están las cosas, se le puede llamar “enseñar"-, y su “modus vivendi": “calladitos estáis mejor”, que es lo que les dice la progrez a los obispos, un día sí y otro también. Y ellos, a callar: ni molestar, ni molestarse: ¿para qué?.

Claro que por lo menos han hablado; y lo que han dicho, aún siendo tan “cortito", tan “apocadito", tan “nadita", por lo menos es algo. En España, y con el mismo motivo -las elecciones-, nuestros obispos en comandita bajo el paraguas de la CEE, ni se molestaron en decir nada. Sólo dos o tres, a título particular -como ha hecho valientemente el de Arequipa, en defensa del vivir “en católico” de sus “ovejas”-, dijeron públicamente que un católico, en conciencia, no podía votar a ningno de los partidos políticos al uso en nuestro país.

Por cierto, “no poder votar en conciencia” para un católico significa, exactamente, que si se vota en contra de la propia conciencia, formada rectamente en la Fe y en la Doctrina católicas, es un pecado grave; o sea, un pecado mortal.

¿Por qué? Porque es amparar con el propio voto -es decir, con la propia colaboración directa- el aborto, el divorcio, la eutanasia, el “matrimonio imposible", el desmadre social, la corrupción en general y de las conciencias en particular, etc.

Y ya que estamos con las Conferencias Episcopales: en mi opinión, han sido un intento bienintencionado -por parte de la Iglesia- de fomentar la colegialidad y la comunión entre los obispos. Había motivos, para montarlas. Pero, desgraciadamente, y los ejemplos traídos a colación -la peruana y la española, más otros muchos casos que podrían aducirse- son un ejemplo palpable de que el intento ha fracasado. Y habrá que replantearse el asunto por quien corresponda, pues es muy grave.

En la mayoría de los casos -las excepciones de obispos que hablan en nombre propio, aun cuando la Conferencia de la que forman parte haya dicho lo que haya dicho, son muy, muy minoritarias-, se han convertido en un rebajar todo lo rebajable -y también lo no rebajable- en orden y finalidad de un “consenso” que ha de ser necesariamente de mínimos. Y, necesariamente, no “cubre” ni “soluciona” ningún problema “real” de ninguna Diócesis.

Bajo ese “consenso” se refugian mediocridades episcopales, ausencias, dejación de deberes, irresponsabilidad personal en el gobierno de las diócesis…, cuando no abandono de las ovejas, “dejando el futuro de los españoles” en manos de los políticos y de los partidos. Más claro no lo pudieron decir Blázquez ni Sebastián: yo me limito a reproducirlo.

Por cierto, que cuando se crearon las Conferencias Episcopales, lo primero que dejó claro el Vaticano fue que la responsabilidad del gobierno de las Diócesis seguía siendo deber exclusivo de sus titulares, los obispos.

Me da que a muchos se les ha olvidado, o esa parte no la leyeron. Las prisas, ya saben.