Sobre la extraordinaria Misión de San Nicolás Tavelic y sus compañeros mártires

Mucho nos complace presentar el testimonio de estos Santos, que, como precisa S.S. Pablo VI, es un testimonio de carácter “sumamente precioso”[1].

En el siglo XIV, San Nicolás Tavelic concibió un proyecto apostólico del todo osado: ir a predicar la Santa Fe Católica a la mezquita de Jerusalén. Luego de rezar, él y sus compañeros, y de confirmar –por medio de oportunas consultas- el origen divino de tan singular moción, partieron a convertir a los mahometanos. El Papa Pablo VI explica claramente el propósito de estos Santos:

tenían “una doble intención: la de predicar la fe cristiana, refutando valerosamente, y no menos cauta y sabiamente, la religión de Mahoma; y la de desafiar y provocar el riesgo del sacrificio de la propia vida”[2].

Acompañaban a San Nicolás otros tres sacerdotes franciscanos: Deodato «de Ruticinio», Esteban de Cuneo y Pedro de Narbona. Fue un apostolado fiel a la vera impronta de San Francisco, quien«por la sed del martirio, en presencia del Sultán soberbio, predicó a Cristo» (Dante, Par., XI, 100)”[3].

Portaban una gran proclama (o cartel) para exhortar publicamente a los musulmanes a la conversión, pero cuando quisieron entrar a predicar a la mezquita, les fue impedido el paso. Fue entonces cuando pidieron los lleven ante el Cadí pues querían, como dijeron,“decirle cosas muy útiles y saludables para sus almas”.

Así, ante el Cadí y muchos musulmanes, los Misioneros anunciaron a Jesucristo y exhortaron a los presentes a dejar la religión islámica y convertirse a la Fe Católica.

La respuesta de los musulmanes fue unánime: la tortura y el martirio de los Misioneros. Sufrieron prisión y tormentos durante tres días. Luego, fueron descuartizados, ejecutados y quemados. Murieron mártires en Jerusalén el 14 de noviembre de 1391. Su muerte, como dijo S.S. Pablo VI fue una “bienaventurada muerte”[4].

El 21 de junio de 1970 S.S. Pablo VI canonizó a estos cuatro heroicos soldados de Cristo Rey, exaltando su fortaleza con palabras de San Cipriano: “¿Cómo cantar vuestras alabanzas, oh hermanos intrépidos? ¿Con qué elogios puedo celebrar la fuerza de vuestro espíritu […]?» (Ep. VIII; PL 4, 251-252)”[5].

Como explica el Papa,

si bien “«nadie debe entregarse espontáneamente a la muerte» (S. Agustín, De Civ. Dei, 1, 26; PL 41, 39)”, […] pueden presentarse situaciones en las que, bien por impulso del Espíritu Santo, o por otras circunstancias especiales, el heraldo del Evangelio no tiene otro procedimiento para remover la infidelidad que el de hacer de su propia sangre la voz de un testimonio supremo”[6].

El ejemplo de estos Santos es inmensamente admirable, pero solo será imitable en situaciones extraordinarias, es decir, y hará falta una perfecta certeza moral de que Dios lo quiere, si bien –y esto debe quedar claro- se trata de algo extraordinario. Antes de emprender un apostolado misional concreto, se debe discernir que sea Dios quien lo inspira y lo pide. No basta la valentía, hace falta también el discernimiento a las mociones del Divino Espíritu.

Roguemos a Dios que el ejemplo de esta “aventura misionera” –como la llamó Pablo VI- inspire a muchos jóvenes a crecer en el celo apostólico.

P. Federico, misionero en la meseta tibetana

(Taiwán, 29-I-14)


[1] S.S. Pablo VI, Homilía en la Canonización de los Mártires Nicolás Tavelic, Deodato Aribert De Rodez, Esteban de Cuneo y Pedro de Narbona, Roma 1970.

[2] Ibid.

[3] Ibid.

[4] Ibid.

[5] Ibid.

[6] Reproducimos el pasaje entero: “Es verdad que «nadie debe entregarse espontáneamente a la muerte» (S. Agustín, De Civ. Dei, 1, 26; PL 41, 39), y que «uno no debe dar a los demás ocasión de obrar injustamente» (S. Tomás, íb., 13), pero, como nota el mismo Benedicto XIV, refiriéndose al caso que nos ocupa, pueden presentarse situaciones en las que, bien por impulso del Espíritu Santo, o por otras circunstancias especiales, el heraldo del Evangelio no tiene otro procedimiento para remover la infidelidad que el de hacer de su propia sangre la voz de un testimonio supremo” (Ibid).

7 comentarios

  
Ricardo de Argentina
Impresionante testimonio de supremo amor por los extraviados musulmanes.
16/11/16 3:44 AM
  
Palas Atenea
La primera ilustración corresponde a los 26 mártires de la Colina de Nagasaki, en Japón, que fueron crucificados y luego alanceados el 5 de febrero de 1597. La fiesta oficial es la de San Pablo Miki y Compañeros Mártires y la festividad el 6 de Febrero.
16/11/16 9:50 AM
  
Carmen
Gracias, Padre Federico.
Palas, creo que la imagen es simplemente a título ilustrativo.
16/11/16 5:03 PM
  
Palas Atenea
Lo sé, pero puntualizo y, además, hago conocer a estos mártires si alguno no ha oído hablar de ellos.
16/11/16 10:22 PM
  
Padre Federico
Gracias por el aporte Palas.
Puse la imagen propia ahora.
18/11/16 7:22 PM
  
luis
Otra muestra de la "tolerancia" de la autoproclamada "religión de paz".
02/01/20 2:50 AM
  
Juan Faraone
¡Gracias, padre, es un hermosísimo testimonio de amor y de entrega total a Cristo y por la salvación de las almas, llevándoles el anuncio del Evangelio!
Me gustaría mucho saber (si es que ésto estuviese documentado y tuviese usted tiempo para hacerlo), los frutos espirituales, conversiones y demás, que vinieron a raíz del "riego" con la sangre de estos benditos mártires?
Muchísimas gracias, y bendiciones!


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Estimado

No conozco documentos, pero uno de esos frutos es nuestra admiración.

In Domino

PF
02/01/20 3:33 AM

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