5.01.17

Yo tampoco celebraré a Lutero

Leandro Bonnin

El miércoles 4 de enero, mientras descanso en casa de mis padres, comenzó con un momento de Adoración al Santísimo, expuesto como cada semana durante todo el día en mi parroquia natal. Allí, un poco de rodillas y otro poco sentado, hice un momento de meditación y recé mi breviario lo mejor que pude. Y alabé a Dios por la Presencia Real de Jesús en la Eucaristía, por quedarse con nosotros de un modo tan pero tan impresionantemente real.

Poco más tarde, salí con unos jóvenes a hacer unas tareas que me encomendaron mis padres. Pero antes de completarlas, visité la parroquia vecina, y encontré al cura párroco dispuesto a administrarme el Sacramento del Perdon, la Reconciliación, que recibí con corazón agradecido y luego pacificado. Y alabé a Dios por el regalo de su Misericordia, y por este sacramento de la Alegría, y por el ministerio del sacerdote, ungido por un sucesor de los Apóstoles, capacitado para hacer que la Sangre de Cristo se derramara sobre mi alma.

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3.01.17

"Leed el Catecismo, que no muerde"

Nuestro anciano profesor de filosofía en el Seminario de Paraná solía alentarnos a estudiar el pensamiento de Santo Tomás. Gustaba de hacerlo con una frase que aunaba la pureza del castellano con un poco de picardía criolla:

-          Leed la Summa, leed la Summa, que no muerde.

Y en ocasiones reforzaba la pintoresca frase con variados argumentos, pero insistía especialmente en dos: la Suma te “ordena las ideas” y te “enseña a pensar”.

Parafraseando al padre Lucho, me surgía con fuerza en estos tiempos aplicar esta frase al Catecismo de la Iglesia Católica:

-          Leed el Catecismo, leed el Catecismo, que no muerde.

 

Un tesoro inexplotado

En medio de las idas y venidas actuales, de las discusiones y las aclaraciones, de las acusaciones maliciosas y las defensas acerbas de innovaciones de dudosa ortodoxia, no he encontrado mejor antídoto para mí y para los demás que el Catecismo.

Y me sorprende bastante que en ambientes católicos de buena doctrina, e incluso entre quienes se hallan preocupados por la confusión de hoy, se lo use y se lo cite tan poco.

Tal vez para mí el recurso al Catecismo sea algo natural porque en mi Seminario –a diferencia de otros- era de utilización obligatoria en la enseñanza de todas las disciplinas teológicas, lo que nos impulsó a hacer de él una referencia completamente irreemplazable.

Y supimos ya entonces que el Catecismo, por aquellas mismas características que ante nosotros lo hacían insustituible, a otros les provocaba un rechazo virulento, cercano a la fobia. Ya desde su misma publicación recibió críticas de parte de quienes prefieren el claroscuro y la ambigüedad al esplendor de la verdad católica. Huían y huyen de él… como si en efecto mordiera. No les gusta que en muchos de sus puntos la cosa sea “blanco o negro".

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2.01.17

El misterio de María II

Virgen de Fátima

Comparto con ustedes el texto restante del artículo de Mons. Tortolo que comencé a compartir ayer. Como podrán descubrir, el autor se explaya desde las afirmaciones del Beato Pablo VI hacia consecuencias bien concretas en la vida de todo creyente que se anima a vivir este vínculo personal con María.

En este año que intuyo será un año mariano por el centenario de las apariciones en Fátima, creo que las enseñanzas de Mons. Tortolo son una invitación a adentrarnos sin temor a una relación cada día más íntima con María, molde de Dios.

IV.         VINCULO VIVO Y PERSONAL

La verdadera Teología no teme las consecuencias de sus principios. Deduciéndolos se enriquece. Y los principios anteriores llevan a estas consecuencias teológicas: relación personal  entre María y cada alma, comunicación de sus dones, viva comunión con Ella.

“Y he aquí que venimos a descubrir una relación personal entre la Virgen y cada una de nuestras almas; una relación que puede  poner a cada alma en saludable eficiencia”.

La maternidad crea de hecho y de derecho una relación ontológica, permanente, entre la madre y el hijo. La Maternidad espiritual de María es muy superior en sus elementos a la físico-natural. Su Maternidad espiritual es Única en el orden creado: nos da la vida, pero nos mantiene siempre en Ella. Vínculo vivo y personal.

En virtud de esta relación cada uno es singularmente amado, formado, dirigido personalmente por Ella. Su acto de amor, su ruego, su actividad materna, su misión educadora, se vuelca concretamente en cada alma.

Coactora con Dios y con Cristo, conoce el pasado, el presente y el futuro. Conoce el designio de Dios sobre cada alma, su vocación individual en el Cuerpo Místico. Conoce la respuesta, la colaboración o el rechazo. Hilos divinos y humanos que están entre sus dedos, y que Ella -como en Caná- puede misteriosamente dirigir.

León XIII, cuya sabiduría y piedad mariana siguen vitalizando el mundo moderno, habla de “arcana quaedam Eius actio”. Arcana y misteriosa, pero eficaz acción de María sobre cada redimido.

El milagro de Caná ha revelado de una vez para Siempre el operoso y solícito espíritu materno de María, que hace suyo todo problema humano. Hoy, en la gloria, su Maternidad se ha revestido de una plenitud de gracia y de poder muy superior al de la hora aquella. Ve, oye, sigue los pasos de cada hijo. Previene, impulsa, corrige. Hasta el fin del mundo su corazón estará más en la tierra que en el cielo.

Cuando esta relación personal es vivida por el alma, conviértese en verdadera gracia de elección. María se da a quien se da a Ella. “Amo a los que me aman”. No porque su amor no preceda a la respuesta del hombre, sino porque la respuesta del hombre com-promete centuplicadamente su primer amor.

 

V. DIÁLOGO, PRESENCIA, COMUNIÓN

Esta relación personal acaba en comunión. Su forma habitual es el diálogo.

“Queremos creer que os es habitual esta confidencia filial y personal con María, este breve, caluroso y siempre renaciente diálogo, este modo de introducir su recuerdo, su pensamiento, su imagen, su mirada profunda y maternal en la celda de la religión personal, de la piedad íntima y secreta del espíritu”.

“Queremos creer”. Esperar estos frutos es lógico, aun cuando los frutos parezcan más del cielo que de la tierra. Pero se esperan, porque no se trata de carismas, sino de crecimiento interior.

La conciencia de esta relación es obra de experiencia personal. Al experimentar el Misterio maternal de María, el alma se abre. Es la confidencia. Lo más íntimo del corazón, aquello que quizá ni a nosotros mismos confiamos, ese mundo múltiple y complejo, herméticamente cerrado a otros, es el libro que filialmente se abre y se da a María.

Esta confidencia es diálogo. El diálogo es una necesidad metafísica del hombre, sobre todo el diálogo con Dios.

El diálogo es palabra, conversación, don mutuo Comporta presencia, apertura, comunión. Pero ¡cuántas formas puede tener el dialogo! Es voz, es gesto, es mirada, es transparencia personal, es ósculo, es silencio, es entrega. Diversas formas según el matiz personal o la profundidad del propio espíritu. Pero todas ellas formas válidas, irrenunciables, insuprimibles.

El diálogo con Maria es breve. Las palabras estorban; pueden obstruir la comunión íntima que la confianza engendra. Abrir el alma vale mucho más que hablar. Quien se da, se expresa del modo más perfecto.

El amor hace férvido el diálogo y lo torna renaciente. Refiriéndose a Dios y al amor de Dios enseña Santo Tomás de Aquino que “el amor crece con el frecuente trato”. El frecuente diálogo traduce el grado de amor, y el grado del amor hace renacer el diálogo a cada instante.

Apuntará San Juan de la Cruz que “la dolencia de amor no se cura sino con la presencia”. El amor exige la presencia de María, y descubre esta  presencia siempre nueva.

Del diálogo renaciente se pasa a la comunión íntima hasta el don mutuo entre María e hijo. Estamos en un proceso vivencial, y al mismo tiempo de fijación espiritual, mediante el recuerdo, la imagen, la mirada interior.

María, con su misteriosa realidad, por dulce y suave presión psicológica, penetra hasta el ápice del alma y se estabiliza desde adentro como una “forma vitae”. Se da, entonces, conversión interior hacia Ella: pensamientos, contemplación, afectos. A esta conversión interior del alma responde Ella con una análoga conversión de Sí misma; y se imprime en el alma. Esta impresión no es imagen muerta, no es forma inerte. Es forma viva.

La Madre revierte sobre el alma su propio modo de ser, su espíritu. Y su espíritu es plena saturación del Espíritu Santo.

 

 VI. ‘FIDELIDAD FIRME Y FÁCIL”

Nadie podrá explicar en el destierro que ocurre entre el núcleo más íntimo del yo y el mundo sobrenatural cuando éste lo fecunda. Cuando, refiriéndose a ello, el Papa dice: “¡ Bienaventurados Vosotros!”, la frase es primeramente una autoconfesión. Hijo de María también él, sabe por vía experimental qué cielo y qué nueva tierra es María para el alma. Pero luego la lacónica expresión del Papa equivale a aquella frase bíblica: “Todos los bienes me han venido con Ella”. Y quiere señalar algunos.

“La devoción a María, llevada a este grado de interioridad, posee virtudes maravillosas … , sobre todo la de una fidelidad firme y fácil a todo deber que lleve el sello de la voluntad de Dios y de la imitación de Cristo’’.

Esta reversión del espíritu de María sobre el alma, en virtud de su interioridad dinámica, imprime un estilo de vida: el de María, cuya tónica constante fue la más absoluta fidelidad a Dios.

Dios se gloría de ser fiel a su palabra. Hasta quiere llamarse así. Por eso encuentra su gloria en el hombre fiel, porque el hombre es su copia y delata su estirpe.

La fidelidad es la exigencia máxima que Dios pone al hombre, y para éste es su deber supremo. Sin embargo, cuando la fidelidad se hace forma habitual de vida, se convierte en desposorio con Dios, se entrega. Por lo tanto, debe ser firme, estable con estabilidad sagrada.

Pero, además, ésta fidelidad ha de ser fácil. ¡Con cuánta belleza y  profundidad se refiere Santo Tomas de Aquino a la facilidad con que el alma se entrega a Dios cuando está purificada y ha removido los contrarios! El amor, sobre todo, es el alma de ésta fidelidad, y el amor hace fácil aun las cosas imposibles.

El valor personal más relevante es, en este sentido, la historia de María Santísima en su fidelidad firme y fácil a Dios. Su historia está hecha de hechos desconcertantes. Y sin embargo, ¡qué serena en sus reacciones, que dueña de sí misma, qué línea recta y clara de sus pasos, qué segura en sus decisiones! Imperturbable por dentro y por fuera gracias al orden interior, centrado en éste único principio: la voluntad de Dios. Su fiat no fue un exabrupto, tampoco maduración de un instante, ni pronunciado una sola vez. Fue la respuesta más legítima y más profunda de su amor siempre en acto.

Esta imperturbable fidelidad es el estilo de vida que transfunde a quien se deja poseer por Ella.

 

VII.       LA DEVOCIÓN MARIANA: UNA ESCUELA DE FORMACION

Resume el Pontífice su pensamiento doctrinal con esta síntesis:

“Por lo tanto, se trata de una devoción de una utilidad pedagógica extraordinaria: por la singular firmeza con que sostiene la voluntad en la elección de lo mejor, en la constancia del empeño, en la capacidad del sacrificio; y, al mismo tiempo en la frescura sentimental -ya no peligrosa y ambigua- con que se llena de energías interiores, de frutos del espíritu, al alma devota. La devoción se transforma en fortaleza y poesía”.

Frases densas con afirmaciones definitivas. La devoción a María tiene un valor pedagógico excepcional. La batalla del mundo actual ¿no se libra, acaso, en torno a la formación del hombre? Cómo formar al hombre para que el hombre informe el tiempo.

La respuesta está en manos de María. Ella es Madre. Formar al hombre es deber inherente a su Maternidad, pero también es su derecho y es asimismo la exigencia de su proximidad con Dios.

Formar al hombre sobrenatural es replasmar a Cristo. Sólo Ella puede hacerlo en una línea universal, porque sólo Ella coactúa  al mismo tiempo con la gracia y con el hombre.

No hay dos almas iguales. Cada una responde a un designio singular de Dios, cada una es portadora de un misterio personal. Y cada una provoca la actividad materna de María y su misión formadora.

En ocasión de esta misma festividad, la de la Madonna della Fiducia, Juan XXIII  compuso una oración cuyo final tiene esta riquísima y delicada expresión: “Opus tuum, nos, o María. Oh María, nosotros somos tu obra”.

 

Magnanimidad

La acción formadora de María es fuerte en sus exigencias. Exige y promueve lo mejor. Contempla a Dios, y la escala de valores aparece nítida a sus ojos.

La elección de lo mejor no siempre es fácil. Se requieren claridad interior y libertad espiritual; dos calidades actuadas por otros altos valores. Calidades culpablemente raras.

A cada alma se le ofrece la opción de lo mejor frente a lo simplemente bueno No se trata de diferencia de matices, sino de grado. A toda alma noble, movida por el Espíritu de Dios, la opción de lo mejor se le impone con indudable exigencia.

María, llena de Dios, eligió siempre lo mejor. Por eso la magnanimidad fue la forma permanente de su virtud y de sus actos. Virtud aristocrática, en sentido teológico, y que junto a Ella se convierte en norma. Junto a Ella nadie puede tener un corazón pequeño. Como disposición habitual infunde Ella en las almas la sed de cosas grandes, la magnánima opción por lo mejor, el ansia de ser perfectos como el Padre Celestial lo es.

 

Constancia

Pero, además, imprime María la constancia en la acción espi-ritual. La constancia supone una fuerte voluntad. El sacrificio, cuando es pan diario fortalece al alma. Un alma heroica, y por tanto fuerte, sólo junto a la cruz puede ser formada. Y junto a la cruz está María.

Alude el Santo Padre a la riqueza interior de sentimientos que manan de esta devoción. ¡Cuánto se habla de ésta devoción enfermiza, peligrosa, subestimadora de Dios! Ciertamente la verdadera devoción mariana, porque es profunda y vital, es expansiva. Pero al mismo tiempo es sal que mantiene incorruptas la doctrina espiritual y la vida.

 

Poesía

 Qué hermoso punto final: “La devoción se transforma en poesía!

Vivimos una edad traumatizada, neurótica. Almas intranquilas, inestables, opacas, duras. Reacciones sin control, cambios imprevistos de frente. Todo esto agravado por las radiaciones contagiosas.

¿No será signa de una obscura y triste orfandad de Madre?

María es el cielo de Dios, y es también el cielo de los hombres. La presencia saturante del Espíritu Santo en el alma de María la ha enriquecido de un modo extraordinario con sus dones y sus frutos. Y frutos del Espíritu Santo son la paz, el gozo, la alegría …

Esta riqueza es toda para sus hijos. Vivir en el alma de María es respirar su atmósfera interior, es contemplar su incomparable belleza, el esplendor divino de su forma espiritual, la poesía, en su acepción más sublime, es el aliento más natural del alma.

Cabe exclamar a modo de conclusión: “Feliz el alma que descubre el Misterio de María. Feliz, aún más, quién lo vive”.

Juan XXIII cerró el Retiro preparatorio para sus 80 años con esta afirmación: “La frase que expresa el pensamiento de clausura es la conocida, pero tan preciosa: “Ad iesum per mariam” (Giornale del anima, pág. 320). A los 80 años volvía así su gran corazón al dulce lema de la teológica piedad medioeval y lo convertía en ley íntima de su inminente retorno al Padre.

San Pío X, cuyo Pontificado está nutriendo las vertientes del Vaticano II, había escrito con la sabiduría incomparable de los Santos: “No hay camino más seguro y más fácil que María para llegar a Jesucristo y obtener la perfecta adopción de hijos que los hace santos… Desgraciados los que abandonen a María bajo pretexto de rendir honor a Jesucristo” (Ad diem illum)

 

 

VIII. EPILOGO

A modo de epílogo queremos añadir esta reflexión. Si transportamos la doctrina expuesta del plano personal al plano general de una Comunidad, Seminario, Nación o a un momento de la  historia del mundo, se descubre de inmediato su extraordinaria proyección. Y se intuye qué puede ser una Comunidad, un Seminario, una Nación marianizada; o también un momento marianizado en la historia del mundo.

La esperanza, siempre alentadora de un mundo mejor, no tienen sustento más firme que la presencia de María. “Este es el siglo de María”, lo vienen repitiendo multitud de voces. La de los Papas y la de los Santos están entre ellas. ¡Ojalá quienes tenemos el grave deber de guiar, apacentar y santificar al Pueblo de Dios le ofrezcamos y le hagamos vivir la gracia de Dios en el Misterio maternal de María Santísima! Por Ella y para Ella no vacila Dios en abrir cauces milagrosos.

31.12.16

El misterio de María, con mons. Tortolo.

Madre de Dios

Me complace enormemente compartir en la víspera de la Fiesta de María Madre de Dios, un precioso texto de Monseñor Adolfo Servando Tortolo, quien fuera Arzobispo de Paraná en el siglo pasado.

Hay algunas intuiciones del autor que, enraizándose en la Escritura y en la Tradición, se expresan con una originalidad y una potencia inéditas. Creo no equivocarme al decir que el pensamiento mariológico de mons. Tortolo puede ayudar a todos nosotros a quedar cada día más fascinados ante el misterio de María, y su misión como formadora.Tortolo

Les dejo la primera parte de un texto publicado en el libro “La Sed de Dios", Ed. Lumen, 1984. En días sucesivos compartiré la segunda parte, que ahonda en la relación materno-filial que María quiere establecer con cada uno de nosotros.

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María, molde de Dios

Glosa a una homilía de Pablo VI *

 

Al celebrar con sus seminaristas la festividad de la Madonna della Fiducia Patrona del Seminario Mayor de Roma—, Su Santidad Pablo VI expuso en una densa y apretada homilía de qué modo María Santísima integra, y debe integrar, la formación espiritual cristiana.

Texto y contexto tienen carácter doctrinario. La glosa sólo pretende subrayar la importancia de ciertos párrafos en orden a la vida interior más que a la especulación intelectual.

Conviene prenotar que la Fe se ordena a la vida, y la vida se nutre de la Fe, porque es su Principio. El exponente más alto y más real de esta Fe vivificante llámase vida interior. Y la vida interior es la forma más válida y más auténtica del “homo religiosus”.

Por eso los principios informantes de esta vida interior deben tener una absoluta seguridad teológica.

La autoridad del Vicario de Cristo, y tantos siglos de Iglesia que hablan por sus labios, nos dan inconmovible certidumbre en su doctrina.

 

I. “MADRE MÍA, CONFIANZA MÍA”

Luego de un prólogo ocasional, señala el Santo Padre: “Dejemos que la cándida y piadosa expresión: mater mea, fiducia mea”, envuelva la dulce efigie, mientras cada cual piensa en su corazón cómo apropiarse del significado, del valor y del consuelo de las afectuosas y audaces palabras”.

Madre mía, confianza mía. La confianza es hija de la Fe teologal. Toda la Biblia es un argumento vivo sobre la confianza en Dios. Exigida por Dios como algo irrenunciable a sí mismo; exigida como salvoconducto divino para todas las emergencias humanas.

Confiar en Dios es unir lo supremo de Dios y lo íntimo del hombre por un puente misterioso, cuyo nombre es este: confianza.

En su mirar hacia Dios, bañándose en su luz, el pueblo fiel fue concentrando su admirable sentido espiritual hasta cristalizarlo en este lema de simplicidad feliz y vigorosa: Mater mea, fiducia mea.

Las palabras de este lema —lo afirma el Papa— son audaces. Pero esta audacia nace de Dios, es suya. Nace de la intuición sobrenatural y de la fuerza interior. Se afirma victoriosa, no en la quimera, sino en la Fe y el Amor. Son sus alas, aparte de ser su vida.

Lógico, entonces, que el audaz contenido de este lema, sus palabras exigen ser fijadas en el lugar más grande de la espiritualidad y de la vida religiosa, que son propias de la formación cristiana.

No es el lema gramatical sino la concentración teológica del lema, su contenido, el que debe convertirse justamente en base de la vida espiritual.

Afirmar  que María ocupa el lugar más grande de la espiritualidad es afirmar que entra a una con Cristo, aunque diversamente, en esa vida interior donde se conjugan de modo vivencial los grandes Misterios: la Trinidad, Jesucristo, y a continuación María Santísima.

María pasa, de este modo, del orden estático al dinámico, de su actitud de ruego a la co-acción sobrenatural con Cristo. Entra, no al margen, sino en la misma corriente sobrenatural, y la integra, subordinada a Cristo, como elemento de Vida.

 

II.“TÉRMINO FIJO DE ETERNO CONSEJO”

El pensamiento pontificio avanza hacia el centro real de todo Misterio de María.

“No debemos olvidar nunca quien es Maria a los ojos de Dios: termino fijo de eterno consejo. No debemos olvidar nunca quién es Maria en la historia de la salvación: la Madre de Cristo y, por lo tanto, la Madre de Dios, y, por admirables relaciones espirituales, la madre de los creyentes y de los redimidos”.

Quién es María a los ojos de Dios es un misterio. La conducta divina revela, en parte, lo que Ella es para Dios. La frase de Dante, que el Papa cita, es un relámpago de luz que alumbra este misterio.

Término fijo equivale al ordenamiento hacia Ella de la actividad divina ad intra. Es como una marcha interna de Dios  hacia María, marcha interna que otra audacia teológica expresará de este modo: “María es el complemento de la Trinidad”.

“Por eso no en vano -señala el Pontífice-  la Liturgia y la Teología sobreponen el perfil de María a la Sabiduría eterna”. No en vano; no es mera alusión ni lenguaje metafórico. Primera creatura, concebida “ab aeterno” pasa a ser el paradigma de todo el Plan divino ad extra. María es un efluvio siempre manante de Dios, ayer como término hacia el cual, hoy cómo término con el cual se mueve Dios.

De la eternidad pasa al tiempo. Y el tiempo de Dios – Su tiempo-  es la hora de la redención. Ahora la pregunta es ésta: quién es María para Jesucristo.

La redención es el segundo mundo de Dios, más perfecto que el primero. Redimir es mucho más que crear. Y María, presente en la Creación como espejo del poder creador, entra personalmente ahora con título y misión exclusivamente personal en el mundo de la redención.

El nexo que unirá para siempre la predestinación de María  y la Encarnación del Verbo será un acto suyo: su consentimiento personal y libre al Plan de Dios. La manifestación de Dios en carne y sangre, va a ocurrir sobre el contexto vivo de esta Mujer; pero va a ocurrir no de un modo fortuito –imposible en Dios- ni menos aún violento, sino mediante dos actos libres: el de Dios y el de María.

María al pronunciar su Sí, recibe al Hijo de Dios en sus entrañas. Y con Él recibe en sus entrañas el Misterio total de Cristo -el insondable Misterio-  el que comienza a vivir en sus entrañas puras y a recibir vida de su vida.

Desde este instante, el indivisible instante de la Encarnación, su misión de Madre intrínsecamente se desdobla sin sufrir en nada su unidad. Es Madre y Coactora con Cristo en todo el proceso subsiguiente: redención, santificación, consumación.

La redención en su primer acto —la Encarnación— queda ipso facto maternizada. Y, por lo tanto, definitivamente y para siempre marianizada la gracia de Jesucristo. Dos infinitos horizontes: maternización de la redención, marianización de la gracia cubrirán la apretada y extensa red de relaciones admirables entre María Santísima y sus hijos.

 

III. MADRE DE CRISTO

María, marco de Dios y pórtico de Cristo, lo será también para toda la Teología, porque esta es la ciencia de Dios.

“La visión panorámica de la Teología, centrada en la humilde Sierva del Señor, no debe desaparecer nunca de nuestra mirada espiritual si queremos comprender algo verdadero, auténtico, embriagador, de la creatura privilegiada, sobre la que se abre y descansa la trascendencia divina y cobra realidad humana el Verbo de Dios”.

Nuevamente las llamadas geniales del pueblo fiel. Las dos vertientes: eternidad y tiempo, se cruzan en María. Y el más puro sentir teológico ha condensado en una frase la prehistoria, la historia y la metahistoria de María: “genuisti qui te fecit”.

La trascendencia divina asocia a su fecundidad eterna a esta Mujer hija del tiempo. Y la gloria de Dios será convertirse en creatura.

Para la teología, María Santísima no es un hito, es la cumbre donde se asienta Dios.

Gradúa luego el Papa los estadios dc la piedad mariana. Estadio objetivo: de culto e imitación. Estadio subjetivo: dc suplica y de esperanza. La piedad objetiva nos conduce a “celebrar en Ella los misterios del Señor”.

La Maternidad divina es un hecho Único, correlativo de otro hecho Único: la Encarnación. La sobreeminente gracia de la Maternidad divina descansa, entre otras, sobre esta verdad: nadie puede elegir a su propia madre, excepto Dios. Esta elección, inseparable de la predestinación de Cristo, configura la mayor autodonación divina.

Esta autodonación es irrevocable e irá creciendo por el crecimiento y extensión de su vocación materna.

 Entonces “se llega a descubrir su superlativa función en la economía de la salvación…”

 Superlativa función de ayer, de hoy y de siempre, en el orden universal y en el orden particular.

 Su pura relación a Cristo no excluye en Maria una personal misión y acción. María no es a Cristo como la sombra al cuerpo que la proyecta. Es también eso, pero mucho más. Es agente y no paciente. Es instrumento de Cristo, pero  también es Socia y Coactora.

La economía de la salvación abarca la remisión de la culpa y la infusión de la gracia, la gracia santificante y las actuales, la gracia y la gloria. Donde Dios pone su Mano, allí está su Gracia; allí está María.

La Encarnación del Verbo, la asunción mística de toda la humanidad por el mismo Verbo encarnado, la Maternidad divina de María, son un hecho tridimensional.

Por eso cuanto más se estudia el Misterio de Cristo, su relación íntima con todos los hombres, el crecimiento de su  Cuerpo Místico, más esplendente y más universal emerge de la luz de la Fe el misterio de María.

También por eso la verdadera ubicación de María está dentro de la Iglesia y está sobre la Iglesia. Mater Christi, Mater Totius Christi, Mater Corporis Christi.

29.12.16

Juzgadores seriales

dedo acusador

Siguen apareciendo -dos o tres veces a la semana- intentos de desprestigiar a los cuatro cardenales y sus 5 dubia presentadas al Santo Padre en septiembre pasado.

Mejores plumas que yo han analizado ya cómo se va desarrollando esta confrontación. Pero como bien señalaba el padre Santiago Martín -y muchos otros analistas- es evidente y llama mucho la atención la diferencia en el tono de quienes apoyan la presentación de las dubia y quienes, en cambio, las rechazan. La de los primeros es una defensa mesurada y no ofensiva; la de los últimos, en cambio, es agresiva.

Quienes afirman que el Santo Padre hace bien en no responder a las dubia han invertido horas y páginas enteras en descalificar no sólo la presentación de las mismas sino a sus mismos presentadores.

El último intento, de una audacia increíble, ha sido del padre Antonio Spadaro. No sabemos si lo que él afirma es verdaderamente el pensamiento del Papa, pero como no queremos incurrir en lo que ahora señalaremos como negativo, aceptemos que es así. Copio un párrafo de su entrevista, traducida por Secretum meum mihi, que es más que elocuente.

“El Papa distingue entre dos tipos de oposición: Hay oposición que es la crítica de las personas que se preocupan por la Iglesia. Aman la Iglesia. Ellos reamente quieren, en buena conciencia, el bien de la Iglesia.

Pero hay otro tipo de oposición, que es solo la imposición de la propia opinión, que es oposición ideológica.

El Papa escucha a la primera y está abierto al aprendizaje. Pero no presta mucha atención a la segunda clase”

Pues bien, una vez más, alguien muy vinculado al Santo Padre juzga no sólo la acción externa de los presentadores de las dubia -y en ellos la de todos los que las apoyamos-, sino que se atreve a juzgar las intenciones y a cuestionar algo tan sagrado como el amor a la Iglesia.

En el fondo está diciendo: los cuatro cardenales no aman la Iglesia, no quieren su bien y sólo quieren imponer su opinión.

¿Cómo sabe el p. Spadaro lo que con tanta seguridad afirma? ¿Con qué argumentos sostiene que ellos no aman a la Iglesia, siendo que han entregado su vida a ella, y los cuatro son reconocidos ampliamente? ¿Qué elementos en las trayectorias de los cuatro cardenales puede mostrar para sostener su tesis? 

El p. Spadaro considera, quizá, que él SÍ es quien para juzgar. Tal vez posea un don especial de criptognosis, pero desde el lugar que ocupa está dando un testimonio equívoco a la Iglesia entera. Y vuelve a sentar en el banquillo de los acusados a los cardenales sin dar la más mínima razón.

Juzgadores seriales han venido a ser, no concediendo la más mínima chance de redención a quienes osan “oponerse” -el lenguaje dialéctico merecería tratamiento aparte- a sus propuestas de cambio.

¿Por qué lo hacen? No me voy a aventurar a bucear en su psicología ni en el mundo de sus intenciones, porque estaría incurriendo en su mismo error. Yo considero que el p. Spadaro ama a la Iglesia y hace lo que hace con recta conciencia, aunque creo que está equivocado. Sólo señalo la gravedad de los hechos y la necesidad de no caer en esa hostilidad recíproca donde lo emocional prima sobre la reflexión serena y rigurosa, iluminada por la fe.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos trae al respecto una cita preciosa de Ignacio de Loyola, que indudablemente es conveniente aplicar en este momento de la vida eclesial. Y que -al menos desde mi punto de vista personal- están aplicando mucho más quienes apoyan a los 4 cardenales en su pedido de clarificación -no oposición- que quienes se muestran como defensores del Santo Padre.

«Todo buen cristiano ha de ser más pronto a salvar la proposición del prójimo, que a condenarla; y si no la puede salvar, inquirirá cómo la entiende, y si mal la entiende, corríjale con amor; y si no basta, busque todos los medios convenientes para que, bien entendiéndola, se salve» (CCE 2478)

Por amor a la Iglesia, en recta conciencia, para que resplandezca la plenitud de la verdad de Cristo -y no las opiniones de los hombres-.

Y para no transformarnos en juzgadores seriales.