La Iglesia, Misterio, Belleza y Profecía.

Y, de pronto, el mundo entero está vuelto hacia la Iglesia.

La Iglesia de Jesús, que inició cuando una pequeña joven dijo “Sí” a la invitación del Ángel de permitir la encarnación de todo un Dios en su seno.

La Iglesia, la que comenzó a manifestarse cuando el Verbo encarnado convocó junto a sí a un puñado de hombres y mujeres -humanamente hablando- insignificantes. La que albergó desde sus inicios la perfecta santidad de María, la fragilidad de los discípulos y la traición de Judas.

Sí, la Iglesia, que en un plano más profundo -el del misterio, oculto a los sentidos- brotó, cual nueva Eva, del costado del Nuevo Adán dormido en la Cruz… y que en Él -su Cabeza- y en su Madre, Asunta a los Cielos, está ya glorificada perfectamente, mientras peregrina aún en la historia.

Es la Iglesia de Jesús de Nazareth, uno de la Trinidad, enviado por el Padre y dador del Espíritu.

Es su Cuerpo místico, la Viña regada y fecundada con su Sangre, la Barca en que alcanzar la orilla de la eternidad, la Ciudad levantada en lo alto del monte, el Pueblo del Padre.

Colmada de santidad y a la vez hecha por hombres de barro, que escondemos un tesoro infinito en endeble condición.

Es la Iglesia que todos los totalitarismos han querido destruir, y no han podido; y que todas las ideologías han combatido o intentado corromper, mas no lo han logrado ni lo lograrán.

Porque más allá de las tormentas, y de los nombres que van y vienen, y por encima de los intereses y las mezquindades, y las ambiciones y confusiones, en ella vive, actúa y reina el Señor de la Historia: Jesucristo.

Es Su Iglesia: no la de Juan Pablo, ni Benedicto, ni Francisco, ni del Papa (siervo de los siervos de Dios) que el Señor en su Providencia nos envíe.

Es Suya, sobre todo y ante todo, porque la amó como a una Esposa. Es su Novia amadísima, purificada con su Sangre, custodiada, alimentada y nutrida por el Sacramento del Altar. El se ha unido con ella en nupcias eternas, ya reales pero aún no consumadas.

Esta Iglesia, que es para tantos caduca y obsoleta, aracaica y prescindible, y que hoy, en estos días, emerge en su arcano fulgor.

Es Misterio que atrae y fascina, en el horizonte pragmático y gris de nuestro tiempo; es Belleza que refleja (iridiscente y discreta) la infinita Belleza de su Señor, sanando los corazones del imperio de la fealdad. Y es, así, Profecía de un mundo distinto. Esperanza.

Gracias, Jesús, por formar parte de esta Iglesia. ¡Ojalá todos, todos, se sintieran atraídos hacia Ti, presente en Ella!

Que aún sigue -al igual que al principio- albergando la santidad de María, la fragilidad de los discípulos y la traición de Judas.

Pero que es tuya. Y sabemos muy bien que “el poder de la muerte no prevalecerá contra ella".

P. Leandro Bonnin.

23/04/2025

4 comentarios

  
Deo gratias
Veo venir un tiempo —no lejano, quizás a la vuelta de unas generaciiones — en que los viejos conventos, hoy convertidos en hoteles de diseño y spas silenciosos, volverán a oler a incienso y a rezo al alba. Las superioras ocuparán de nuevo las habitaciones donde ahora duermen turistas fugaces, y los claustros resonarán con cantos de novicias que redescubrieron la belleza de la entrega total. Dios no olvida sus moradas.

Y esos estadios colosales, construidos para ídolos de barro y goles efímeros, acogerán liturgias diarias concelebradas, multitudes en silencio adorando al Santísimo expuesto bajo luces que ya no serán de espectáculo, sino de gloria. Lo que hoy se piensa muerto, renacerá con más fuerza, porque en su Providencia infalible, Dios todo lo previó, todo lo tejió: hasta las caídas eran parte del retorno.

Los himnos sustituirán los cánticos de victoria y, en lugar de bufandas y banderas, se alzarán rosarios y misales. No será nostalgia, sino cumplimiento. La Iglesia no regresa: resucita. Y lo hará en lugares que hoy nadie imaginaría.
24/04/25 5:50 AM
  
Deo gratias
Hoy, el Dies Domini, día del Señor, es cada vez más suplantado por un eco ensordecedor y vacío. Familias enteras, padres que deberían ser pastores del hogar y madres que deberían enseñar a orar, se visten de colores ajenos al Evangelio y conducen a sus hijos no al altar, sino a gradas inflamadas, donde no se alaba a Dios, sino al gol. Allí, en lugar de himnos sagrados, se alzan gritos de odio, insultos al árbitro, desprecio al rival. Y los pequeños ojos que observan, aprenden el ruido y no el silencio, el furor y no la paz, el escándalo y no el ejemplo.

Pero vendrá el día —¡y vendrá!— en que esos estadios, ahora templos profanos de idolatría moderna, serán consagrados por lágrimas de arrepentidos. Allí donde hoy se blasfema, se entonará el Sanctus. El césped se volverá alfombra del cielo, las pantallas proyectarán el Evangelio, y no habrá goles sino gracias. Porque Dios no abandona lo que ha creado: lo espera. Y todo lo que hoy arde en pasión vana, mañana arderá en amor eterno.
24/04/25 5:57 AM
  
Maldan
¡Qué preciosidad, y qué falta hace leer esto...!
24/04/25 7:26 AM
  
Marta de Jesús
Deo gratias, yo veo volver a Jesús. No literalmente, entiéndase. No lo veo con mis ojos. Lo creo. No ahora mismo. Pero en breve. *Breve* puedan ser décadas o incluso algún siglo. Pero no milenio(s), eso ya no sería en breve. Pero quizá sea después de eso que usted ve o no sea tan en breve. También puede ser que eso no pase y vuelva en medio del presente derrumbe, como pienso yo. Me cuesta creer que las mujeres vayan a volver a aparecer, la verdad. El cristianismo ascendió, dicen, sobre todo por las mujeres de entonces, donde más caló el mensaje. Las de ahora, pareciéndose en muchos aspectos, no las veo por la labor. Solo Dios sabe, pues para él nada hay imposible.

Me guardo su post para releer de vez en cuando. Precioso.
25/04/25 10:08 PM

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