20.04.12

Vosotros sois testigos

El Evangelio del tercer domingo de Pascua presenta a Jesús apareciéndose a los discípulos en el Cenáculo. El Señor, pedagógicamente, ayuda a entender a los suyos la realidad de su Resurrección. Les muestra que no es un simple espíritu: “Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo” (Lc 24,39). La relación, no sólo visual, sino mediante el tacto y el gesto de compartir la comida, manifiesta claramente que su cuerpo glorificado es un cuerpo auténtico y real.

Su cuerpo es el mismo cuerpo que ha sido martirizado y crucificado, y que sigue llevando las huellas de la pasión: “Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona” (cf Catecismo 645).

El Señor introduce también a los discípulos en la comprensión del sentido y del alcance salvífico de la Resurrección. Todas sus palabras y las predicciones de la Escritura tienen en la Resurrección su cumplimiento: “Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse” (Lc 24,44). Y les “abrió el entendimiento para comprender las Escrituras”.

Las Escrituras nos permiten comprender a Cristo y Cristo es la clave para comprender las Escrituras. Como escribió Hugo de San Víctor: “Toda la Escritura divina es un libro y este libro es Cristo, porque toda la Escritura divina habla de Cristo, y toda la Escritura divina se cumple en Cristo” (De Arca Noe, 2, 8; Catecismo 134).

Jesucristo Resucitado, tras mostrar su identidad, confió la misión a sus discípulos: “Vosotros sois testigos de esto” (Lc 24,48), vosotros sois testigos de que el Mesías crucificado ha resucitado de entre los muertos, y “en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén” (Lc 24,47).

Es decir, existe una unión entre el testimonio de la Resurrección de Cristo y el anuncio del perdón. Ser testigos del Señor es experimentar y proclamar que su muerte nos libera del pecado y que su resurrección nos abre el acceso a una nueva vida (cf Catecismo 654). Ser testigos del Resucitado es vivir y predicar el evangelio de la justificación; la buena noticia de que Dios, por la fe y el bautismo, nos hace interiormente justos por el poder de su misericordia (cf Catecismo 1992).

Es éste el testimonio de Pedro, que recoge el libro de los Hechos de los Apóstoles (3,13-15.17-19): “matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos y nosotros somos testigos”, “arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados”.

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18.04.12

Don José Cerviño Cerviño

Ha sido, en realidad, el primer obispo que yo conocí. Claro que, antes que él, habían regido esta diócesis otros obispos. Pero había un hilo común, antes y después: Todos se llamaban “José”: José López Ortiz, José Delicado Baeza, José Cerviño Cerviño Cerviño, José Dieguez Reboredo… La primera sorpresa que nos causó el nombramiento del actual obispo, D. Luis Quinteiro Fiuza, fue que se llamase “Luis”. Nada malo, obviamente, pero sí algo que, en primera instancia, nos sorprendía. Tan apegados estábamos, por aquel entonces, al nombre de “José".

De Mons. Cerviño tengo grandes recuerdos. Es imposible que no los tenga. Él me confirmó, cuando yo estudiaba en el Seminario Menor. Me ordenó diácono, en la catedral de Tui y, seis meses más tarde, presbítero en la con-catedral de Vigo. Luego, me dio mi primer destino pastoral: Fiolledo y Pesqueiras, en el concello de Salvaterra de Miño.

Yo le había manifestado, por esa época – ya parece que ha transcurrido un siglo – , mi deseo de completar la licenciatura en Filosofía en Madrid. Unos estudios que, si no con su consentimiento expreso, sí con su benevolencia, había iniciado en la UNED. Me dijo que no, que me fuese a Roma, para licenciarme en la especialidad de Teología Fundamental. Argumentaba el Sr. Obispo que era esencial el diálogo entre la fe y la razón, entre la religión y la cultura.

Al cabo de los dos años previstos (1994-1996) volví a la diócesis con todas las maletas encima. Mi director de tesina, el actual arzobispo Rino Fisichella, me animaba a continuar con el doctorado, pero yo le decía: “No me han dicho nada, no sé qué hacer”.

Volví a Vigo, me despedí para siempre de mi director de tesina, de mis compañeros de la Universidad Gregoriana e incluso de mis colegas del Pontificio Colegio Español de San José de Roma. Pues ya en Vigo, D. José Cerviño me dice: “Ay, qué impulsivo eres, seguirás en Roma haciendo el doctorado. Ya lo he hablado con Mons. Diéguez”. D. José Diéguez había sido nombrado, por esas fechas, obispo de Tui-Vigo.

Así fue. Entre 1996 y 1999 tuve que compaginar Roma con Vigo, Vigo con Roma. Un semestre allá – como doctorando - y otro aquí – como profesor-.

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“Telmus”. Anuario del Instituto Teológico San José / Seminario Mayor San José. Vigo. 4/2011

“Telmus”. Anuario del Instituto Teológico San José / Seminario Mayor San José. Vigo. 4/2011, ISSN 1889-0237, Vigo 2012, 282 páginas.

Ha salido de la imprenta el cuarto volumen, correspondiente a 2011, de “Telmus”, el Anuario del Instituto Teológico y del Seminario Mayor de Vigo.

El volumen está articulado en cinco apartados: I. Estudios sobre el sacerdocio (preparando el 50 aniversario de “Presbyterorum Ordinis”, recordando así la conmemoración del Concilio Vaticano II). II. Otros Estudios. III. Comentarios. IV. Memoria del Curso Académico 2010-2011 y V. Rencensiones y reseñas.

La sección de “Estudios sobre el sacerdocio” comprende los siguientes artículos: “De ‘Presbyterorum Ordinis’ a Benedicto XVI”, a cargo de Lucas F. Mateo-Seco; “La ejemplaridad de la Liturgia Episcopal”, de Jaume González Padrós y “Formación de los candidatos al sacerdocio y discernimiento de su idoneidad”, de Ángel Marzoa.

La sección de “otros estudios” abarca un primer bloque – “Jornada Bíblica” – con textos de Antonio Menduiña, Uxío Nerga Menduiña y Xosé Vidal. Los tres artículos versan sobre la edición de la Biblia de la Conferencia Episcopal Española.

En la misma sección se presentan colaboraciones de: Guillermo Juan Morado, “Cada creyente, un eslabón en la gran cadena de los creyentes”; J. A. Fuentes, “Las asociaciones de fieles y la pastoral diocesana y parroquial”; J. Casás, “Credibilidad del mensaje cristiano”; L. Lemos, “Ideologización icónica en los proyectos educativos”; A. Pazos Herrán, “Los católicos ante la política”; M. de Santiago y González, “”Dignidad de la mujer. Mujeres reformadoras, testigos creíbles del amor de Dios” y J. Mª Vázquez Pérez-Peñuela, “El laicismo democrático radical o el retorno a la confusión entre Estado y Religión”.

La sección de “Comentarios” versa sobre las “Normae de Gravioribus Delictis”, de la Congregación para la Doctrina de la Fe. S.E.R. Mons. Juan Ignacio Arrieta, Secretario del Pontificio Consejo para los Textos Legislativos, comenta estas nuevas Normas.

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17.04.12

14.04.12

El día primero

Homilía para el II Domingo de Pascua (ciclo B)

El Señor Resucitado se encuentra con los suyos “el día primero de la semana”. Son estos encuentros, estas apariciones, las que, bajo la acción de la gracia, hacen nacer la fe de los discípulos en la Resurrección.

La Resurrección de Jesucristo es un acontecimiento único, que no tiene parangón con los demás acontecimientos de este mundo. No se trata de un retorno a la vida terrena, como en el caso de las “resurrecciones” obradas milagrosamente por Jesús: la de la hija de Jairo, la del joven de Naím, o la de Lázaro. En la Resurrección de Cristo nos encontramos con la novedad absoluta del paso de su cuerpo del estado de muerte a otra vida más allá del tiempo y del espacio (cf Catecismo 646).

Como ha explicado el Papa Benedicto, usando una imagen tomada de la teoría de la evolución, nos encontramos con “la mayor «mutación», el salto más decisivo en absoluto hacia una dimensión totalmente nueva, que se haya producido jamás en la larga historia de la vida y de sus desarrollos: un salto de un orden completamente nuevo”. Su cuerpo se llena del poder del Espíritu Santo y participa, para siempre, de la gloria de Dios.

La Resurrección de Jesucristo es un acontecimiento trascendente que irrumpe en la historia. El Pregón Pascual dice que solo esa noche santa “conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos”. No hubo testigos oculares de ese acontecimiento. Nadie vio el hecho mismo de la Resurrección.

Los apóstoles y los discípulos cuentan con un signo importante: el sepulcro, donde habían depositado el cuerpo de Jesús, estaba vacío. No era una prueba directa, pero sí un signo, que ayudó a los discípulos a caminar hacia el reconocimiento del hecho de la Resurrección. Al discípulo que Jesús amaba le bastó entrar en el sepulcro vacío, descubrir las vendas en el suelo, para ver y creer (cf Jn 20,8). Sin duda el amor despertó en él la fe con mayor prontitud.

Pero el verdadero signo que el Señor da a los suyos para que crean es su propia presencia, son sus apariciones. María Magdalena y las otras mujeres, que iban a embalsamar el cuerpo de Jesús, son las primeras que se encuentran con Él. Luego el Señor se aparece a Pedro, llamado a confirmar en la fe a sus hermanos, y a los Doce. Se aparece también a otros discípulos (cf 1 Cor 15,4-8).

Los apóstoles, después de encontrarse con Jesús, que se hizo ver, se convierten en testigos del Resucitado. Nuestra fe se edifica sobre este testimonio de los apóstoles; un testimonio creíble, rubricado incluso por el martirio.

La figura del apóstol Tomás personifica de algún modo la “prueba” de la fe: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo” (cf Jn 20,19-31). Pero el paso de incrédulo a creyente no es un paso exclusivo de Tomás. Es un paso que todos los apóstoles han de dar. La pasión y la muerte de Cristo habían constituido para todos ellos una prueba muy dura. Se sentían abatidos y asustados. Se resistieron a creer a las santas mujeres que regresaban del sepulcro y “sus palabras les parecían como desatinos” (Lc 24,11).

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