16.02.13

La tentación

Domingo I de Cuaresma

Jesús, el Ungido por el Espíritu Santo, inaugura, en su bautismo, su misión de Siervo doliente. Se deja conducir por el Espíritu Santo, “que lo fue llevando por el desierto” (Lc 4,1) y, a la vez, se deja tentar por el diablo. Jesús, que permitió ser contado entre los pecadores, quiere afrontar también el combate contra la tentación. Como leemos en la Carta a los Hebreos: “No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino que, de manera semejante a nosotros, ha sido probado en todo, excepto en el pecado” (Hb 4,15).

Cada uno de nosotros puede ver reflejada su propia vida en la vida del Señor. Por el sacramento del Bautismo hemos sido hechos templos del Espíritu Santo, quien, si no ponemos obstáculos, nos guía con suavidad y firmeza en el camino del seguimiento de Cristo. Un camino de obediencia, de confianza, de fe en la bondad de Dios, porque “nadie que cree en Él quedará defraudado” (cf Rm 10,11).

Como a Jesús, también a nosotros el diablo nos tienta. Quiere poner a prueba nuestra condición de hijos de Dios, quiere sembrar en nuestra alma la desconfianza hacia Dios y busca, para ello, las ocasiones de mayor debilidad, como buscó el momento en el que Jesús, después de un ayuno prolongado, “sintió hambre”. La debilidad, la vulnerabilidad, es una característica de nuestra condición humana que se manifiesta con múltiples rostros: el sufrimiento, la enfermedad, la muerte, las fragilidades inherentes a la vida y la concupiscencia, la inclinación al pecado.

¡Cuántas veces, probados por el sufrimiento, experimentamos la tentación de pensar que Dios se ha olvidado de nosotros! Y, razonando con una lógica de desobediencia, tendemos, incluso, a sospechar que es Dios mismo el autor de los males que nos afligen: ¿Por qué, Señor, si Tú existes, si Tú eres bueno, si Tú eres Padre, tengo que padecer el dolor?

Necesitamos la ayuda del Espíritu Santo para saber discernir, para separar lo que no debe ser confundido: la prueba y la tentación. La prueba, la dificultad, nos hace crecer interiormente, nos ayuda a abandonarnos en manos de Dios, como Cristo paciente se abandona en manos de su Padre en la Cruz. La tentación, sin embargo, si sucumbimos ante ella, nos conduce al pecado y a la muerte.

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15.02.13

El papa que todo lo dice bien

Es llamativa la lucidez y la claridad intelectual del papa Benedicto. Su discurso en el encuentro con los párrocos y con el clero de Roma es una muestra más de ello.

Comienza el papa, obispo de Roma, elogiando a su clero y resaltando la importancia que tiene, en la misma Roma, encontrar las vocaciones que Dios da y así “guiarlas, ayudarlas a madurar, y de este modo a servir para el trabajo en la viña del Señor”. No es un asunto baladí. Se trata de una de las principales responsabilidades de todo obispo diocesano: encontrar las vocaciones y ayudarlas a madurar.

Añade un detalle muy significativo: “Para hoy, según las condiciones de mi edad, no he podido preparar un gran, verdadero discurso, como se podría esperar; más bien pienso en una pequeña charla sobre el Concilio Vaticano II, tal como yo lo he visto”. Ahí se pone de manifiesto la extrema exigencia con la que Benedicto XVI afronta sus retos. Se lamenta por no haber podido preparar un “verdadero discurso” y se conforma, humildemente, con una “pequeña charla”. Una “pequeña charla” que a casi todos, menos a él, le llevaría semanas de preparación.

Relata el papa cómo entró a formar parte, siendo el más joven de los profesores, de los teólogos asesores del Concilio. Escribió un texto para una conferencia que el cardenal Frings, arzobispo de Colonia, había de pronunciar en Génova, por invitación del arzobispo de esa ciudad italiana, el cardenal Siri. Juan XXIII llamó poco después al cadenal Frings para expresarle su agrado por la conferencia: “Usted ha dicho lo que yo querría decir, pero yo no había encontrado las palabras”.

Así Ratzinger fue al concilio; primero, como asesor del cardenal de Colonia; luego, como perito oficial. El papa describe el entusiasmo con el que acudieron al concilio; esperaban que la Iglesia fuese de nuevo “fuerza del mañana y fuerza del hoy”, que pudiese renovarse la unión de la Iglesia con lo mejor de la Modernidad.

Los obispos del Rin – franceses, alemanes, belgas, holandeses – marcaron, en un primer momento, la ruta. Cuatro prioridades quedaron dibujadas: la reforma de la liturgia, la eclesiología, la Revelación, el ecumenismo y la relación de la Iglesia y el mundo.

Lo primero, lo principal, la liturgia, para mostrar así el primado de Dios. En segundo lugar, la Iglesia: Cuerpo Místico de Cristo, Pueblo de Dios y, en suma, misterio de comunión.

Lo segundo, la Revelación; es decir, la relación entre Escritura y Tradición, entre Escritura e Iglesia. El papa Pablo VI intervino de modo personal: la certeza de la Iglesia sobre la fe no nace solo de un libro aislado, sino que tiene necesidad del sujeto Iglesia iluminado por el Espíritu Santo. La Escritura solo se puede leer como Palabra de Dios en la comunión de la Iglesia.

Lo tercero, el ecumenismo. La segunda parte del concilio abordó el problema de la relación entre época moderna e Iglesia. Surge así la “Gaudium et spes”, que renovó los fundamentos de la ética cristiana.

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13.02.13

La homilía del papa

El Miércoles de Ceniza marca el inicio de la Cuaresma; un tiempo de interioridad, de purificación, de reconocimiento ante Dios de la verdad de lo que somos, tras el vano intento de los disfraces del carnaval. La Cuaresma es preparación para la Pascua, pero, al mismo tiempo, es como una metáfora de nuestras vidas: caminamos hacia la vida eterna, y en ese recorrido sobran los adornos, lo superfluo; solo cuenta lo esencial.

Benedicto XVI ha iniciado el camino cuaresmal en un escenario diferente al acostumbrado. No en la basílica de Santa Sabina, en el Aventino, sino en la basílica de San Pedro, en el Vaticano, consciente del “particular momento” que vive la Iglesia, “renovando nuestra fe en el Pastor Supremo, Cristo Señor”. Sí, Cristo es el Pastor Supremo de la Iglesia. Él es, en definitiva, el Pastor y Obispo de nuestras almas.

El papa ha glosado las lecturas del día. “Con todo el corazón”, así pide que retornemos a Dios el profeta Joel. Es decir, “desde el centro de nuestros pensamientos y sentimientos, desde las raíces de nuestras decisiones, elecciones y acciones, con un gesto de total y radical libertad”. En ese ámbito, sagrado e íntimo, de la conciencia, de la interioridad, se mueve la vuelta a Dios. Una vuelta, un retorno, que su gracia, que su misericordia, hace posible. No se trata de rasgarse las vestiduras ante los escándalos ajenos, sino de mirar al propio corazón, a la propia conciencia, a las propias intenciones.

La llamada a la conversión compromete no solo a cada individuo, sino también a la comunidad. “La dimensión comunitaria – recuerda el papa – es un elemento esencial en la fe y en la vida cristiana”. Le fe es eclesial; Cristo nos reúne en el “nosotros” de la Iglesia.

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12.02.13

La renuncia del papa: sorpresa, agradecimiento y confianza

Publicado en el Faro de Vigo

La noticia de que Benedicto XVI renunciará, el próximo 28 de febrero, al pontificado ha causado enorme sorpresa. Nada parecía hacerlo prever, al menos de momento. Es verdad que en su libro “Luz del mundo”, publicado en 2010, contemplaba esa posibilidad, pero la reciente convocatoria de un Año de la Fe, que comenzó en octubre de 2012 y que se extenderá hasta noviembre de 2013, ponía ante nuestra consideración un intenso programa de acciones pastorales que Benedicto XVI llevaría a cabo en primera persona.

¿Qué ha pasado, pues, en estos últimos meses? Debemos creer en la sinceridad del papa cuando afirma que “para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado”. Es decir, el papa manifiesta sentirse especialmente debilitado y, atendiendo a esa situación, “siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad”, declara que renuncia al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro.

Se trata de una decisión absolutamente personal ante la que solo cabe expresar un profundo respeto. Nadie como él mismo puede ser consciente de cuáles son sus fuerzas y sus límites. Desde la perspectiva de la legislación canónica de la Iglesia, la renuncia del papa es una situación prevista, aunque históricamente se haya dado pocas veces. Habiendo expresado esta voluntad con total lucidez y libertad, en cuanto se haga efectiva la renuncia el Colegio de Cardenales se ocupará del gobierno de la Santa Sede hasta que un cónclave elija a un nuevo papa. Un proceso que, suponemos, estará concluido a lo largo del mes de marzo.

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11.02.13

Un papa que sorprende

A eso de las doce del mediodía, escuchando un programa de radio, me enteré de la noticia que, en un primer momento, me pareció dudosa; fruto quizá de una mala y precipitada interpretación. El mismo locutor matizaba que la información provenía de una agencia que se remitía a un discurso del papa pronunciado en latín ante el consistorio de cardenales de una Congregación romana y que habría que confirmarla.

Llamé a dos sacerdotes y ambos compartieron la misma sensación de extrañeza: “¿Cómo? ¡Hay que esperar a saberlo por fuentes de la misma Iglesia!”, decían. No hizo falta esperar mucho. Si por algo sorprende el papa Benedicto XVI es por la claridad con la que, hasta en latín, dice las cosas. Es casi imposible no entenderle.

Sus palabras no dejaban espacio a la duda: “Os he convocado a este Consistorio, no sólo para las tres causas de canonización, sino también para comunicaros una decisión de gran importancia para la vida de la Iglesia. Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino. Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando. Sin embargo, en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado. Por esto, siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro, que me fue confiado por medio de los Cardenales el 19 de abril de 2005, de forma que, desde el 28 de febrero de 2013, a las 20.00 horas, la sede de Roma, la sede de San Pedro, quedará vacante y deberá ser convocado, por medio de quien tiene competencias, el cónclave para la elección del nuevo Sumo Pontífice”.

Es casi imposible decir tanto en tan pocas líneas. Subrayo algunas expresiones: “he llegado a la certeza”, “vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad”, “siendo muy consciente”, “con plena libertad”, “declaro”…

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