24.02.13

¿Conciertos en las iglesias?

Hoy me han preguntado, con absoluta corrección, por qué yo era tan remiso a la hora de autorizar un concierto en la iglesia parroquial. Subrayo lo de “con absoluta corrección”, ya que los mínimos de cortesía se están perdiendo de un modo alarmante. La sana distancia del “usted” parece, casi, un recuerdo del pasado. A mí no me parece bien que a una persona con la que no se tiene confianza se le tutee. Y, menos, que se tutee a un sacerdote; que se borren, así de golpe, “todos los tratamientos de cortesía y de respeto”.

Pero vayamos al tema: los conciertos. No tengo nada en contra de la música, pero no me acaba de convencer el afán de convertir las iglesias en auditorios. Las iglesias son iglesias: Son lugares sagrados, es decir «separados», destinados con carácter permanente al culto de Dios, desde el momento de la dedicación o de la bendición.

La música sagrada es de enorme importancia, pero no es un bien absoluto: ha de adaptarse al ritmo y a las modalidades de la celebración. No está la celebración al servicio de la música – por muy sagrada que sea, la música - , sino que la música ha de estar al servicio de la celebración.

Desde el punto de vista práctico me parece muy significativo lo que, en su día (el 5 de noviembre de 1987), ha dicho la Congregación para el Culto Divino:

Leer más... »

22.02.13

El encuentro con la gloria de Cristo

La Transfiguración del Señor tiene lugar después de la confesión de fe de San Pedro (cf Lc 9,20). Jesús es reconocido por sus discípulos como Mesías y les revela cómo va a realizarse su obra: su resurrección tiene que pasar por el sufrimiento y por la muerte. Por eso elige como testigos de la Transfiguración a los que serán testigos de su agonía: Pedro, Santiago y Juan.

La fe, la adhesión personal a Jesucristo como Hijo de Dios y Salvador del mundo, inaugura, para los primeros discípulos y para nosotros, el camino del seguimiento. Y este itinerario que hemos de recorrer tras los pasos de Cristo incluye, como un momento necesario suyo, el Via Crucis, la ruta dolorosa que conduce al Calvario: “Si alguno quiere venir detrás de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz cada día y me siga” (Lc 9,23).

Nos gustaría, quizá, como a Pedro, ahorrarle a Jesús el trago amargo de la Pasión: “¡Dios te libre, Señor! De ningún modo te ocurrirá eso” (Mt 16,22). Es el escándalo de Pedro y el nuestro: El escándalo de quienes no sienten las cosas de Dios, sino las de los hombres. Que el Reino de Dios venga en la figura del ocultamiento y de la muerte, que el amor más grande sea aquel que da la vida, provoca nuestra instintiva resistencia. El misterio del mal, de nuestra lejanía de Dios, que parece invadirlo todo, no puede ser vencido sin que sea asumido hasta las últimas consecuencias: el abandono y la muerte.

Para afrontar, sin desaliento, el camino de la cruz necesitamos, también nosotros, el encuentro con la gloria de Cristo; necesitamos que el resplandor de su divinidad nos ilumine para confirmar con su luz la oscura luminosidad de la fe. San Juan Damasceno decía que “la oración es una revelación de la gloria divina” y que “el que conoce la recompensa de sus trabajos, los tolerará más fácilmente”.

En la oración, en el encuentro personal con Jesucristo, se despierta la memoria de los acontecimientos luminosos que proporcionan sentido a la existencia; de esos hechos que nos gustaría prolongar el tiempo, como Pedro deseaba prolongar la contemplación de la gloria de Cristo: “Maestro, qué hermoso es estar aquí. Haremos tres chozas” (Lc 9,33). ¿Quién no desearía que durase siempre la alegría de amar y de saberse amado, el entusiasmo de la propia vocación, el sentimiento de acción de gracias por tantos bienes que hemos recibido? En estos misterios luminosos de la propia vida se anticipa, como en la montaña de la Transfiguración, la gloria de la Pascua.

Leer más... »

21.02.13

20.02.13

Redes sociales? Prudencia, prudencia, prudencia

No tengo nada en contra de las redes sociales. Como cualquier otro medio – el teléfono o el e-mail – las redes sociales pueden tener su utilidad. Pero creo que si quien usa esas redes es un sacerdote, o un seminarista, ha de extremar la prudencia. Prudencia que se debe pedir a cualquier católico, y hasta a cualquier persona de bien.

Yo no tengo cuenta de “Facebook”. Sí tengo blog y me gusta tenerlo. Y valoro las posibilidades que ofrece Internet. Pero, con las redes sociales, lo lamento. No acabo de verlo. Ni el “Facebook” ni el “Twitter”. No “para mí”, lo cual no significa nada más de lo que literalmente afirmo: pueden ser interesantes, pero “a mí”, y eso es muy personal, no me convencen.

Hasta el papa ha entrado en “Twitter”. Con loable intención, sin duda; pero, por lo que me cuentan mis amigos, a cada “tweet” del papa sigue, con enorme frecuencia, una lista de otros “tweets” engrosada por comentarios irrespetuosos.

Pero vayamos al “Facebook”. Si un sacerdote abre un perfil en ese “libro de caras” no debe olvidar que, a un sacerdote – y también al que aspira a serlo – ,se le pide un mínimo de gravedad, de compostura, de circunspección.

Hacer un perfil de “Facebook” para fotografiarse como el más “in”; publicitar una foto privada – en la playa, con los amigos, tomando una cerveza – , no es un pecado, pero no es lo más oportuno. Esas fotos, sacadas de contexto, dan, con parte de razón, una imagen de frivolidad que en nada favorece el sacerdocio.

Mi crítica no proviene de un ataque de mojigatería, de alguien que hace escrúpulo de todo. No es mi estilo. Ni soy mojigato ni creo que deba serlo. Pienso que, también los sacerdotes, podemos llevar, en lo que sea conforme con nuestras obligaciones, una vida normal.

Leer más... »

18.02.13

¿A qué renuncia un papa?

“Si el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente, pero no que sea aceptada por nadie”, dice el “Código de Derecho Canónico” (c. 332,2).

Es curioso que, cuando el “Código de Derecho Canónico” se refiere al papa, hable de “oficio”. Un “oficio” tiene que ver más con la potestad de jurisdicción que con la potestad de orden. Si nos atenemos al “orden” – al plano sacramental – uno puede ser diácono, presbítero u obispo. El orden va más allá de la función; es una realidad que capacita para una función. Pero esa capacitación entra, por así decirlo, en el campo ontológico – lo que uno es – y no solo en el plano funcional – lo que uno hace, capacitado, eso sí, por lo que uno es - .

Pongamos un ejemplo: un sacerdote válidamente ordenado es un sacerdote. Ese es su “orden”, aunque su “función” – su “oficio” – puede ser muy diferente: puede ser un vicario parroquial, un párroco, un canónigo… La función supone – en línea de principio – el orden; pero el orden no equivale, sin más, a una función.

El papa necesita para ser papa, para ejercer ese “oficio”, esa “función”, ser obispo. Y lo que se es jamás se pierde. Un papa nunca dejará de ser obispo. Pero un papa sí puede dejar de ejercer “la función”, el “oficio”, de papa.

¿En qué consiste ser papa? En ejercitar el “ministerio petrino”; ministerio en el que se unen orden y función, ya que ese ministerio exige que un obispo – alguien ordenado de obispo – ejerza el oficio de obispo de Roma y, en consecuencia, de pastor de la Iglesia Universal.

¿Por qué? Porque, desde el principio, se vio que en la Iglesia de Roma se guardó la tradición, la regla de fe de Pedro; porque Roma fue una Iglesia eminente, “a causa de su origen más excelente”, a causa de su vinculación con Pedro, el príncipe de los apóstoles (Mt 16,16-19; Lc 22,31-32; Jn 21,15-17).

Esta certeza ha sido algo más que una opinión teológica. Las existencia del primado papal fue afirmada por el II concilio de Lyon, en la bula “Unan Sanctam” de Bonifacio VIII, en el concilio de Florencia y en el concilio Laterano V. El Vaticano I, en la constitución “Pastor aeternus” definió dogmáticamente la naturaleza de este primado. Y, en plena continuidad, se ha expresado el concilio Vaticano II.

¿Puede Benedicto XVI dejar de ser obispo? No, no puede. Eso forma parte del “orden”, y eso es inamovible. ¿Puede dejar su “oficio”? Sí, su oficio de obispo de Roma puede dejarlo. Basta, para que lo haga válidamente, que su renuncia sea libre y que se manifieste formalmente.

¿Por qué Benedicto XVI ha anunciado su renuncia al “ministerio petrino”, al “oficio” de papa, de obispo de Roma y pastor de la Iglesia universal? ¿Por un capricho? No lo creo. ¿Por una complicación extraordinaria en el ejercicio de su ministerio? Tampoco. Todo lo que se dice sobre el “Vatileaks “, sobre la filtración a los medios de documentos del despacho papal, o sobre la adaptación del IOR – el llamado “Banco Vaticano”- a los protocolos de transparencia que hoy se exigen para un banco honrado no dejan de ser, vistos desde la perspectiva de la milenaria historia de la Iglesia, “asuntos menores”.

¿Por qué entonces? Porque la persona en cuestión, Joseph Ratzinger, después de haberlo considerado muy en serio; es decir, en conciencia, no se ve capacitado para seguir desempeñando su “oficio”. Yo, a eso, le llamo responsabilidad. Si hubiese determinado otra cosa, sería igualmente válido. Pero él, que es quien tiene que decidir, ha decidido dejarlo. No creo que sea por inconsciencia, ni por miedo. Creo que es por que a él – y eso es personal e intransferible – le ha parecido que es lo mejor que puede hacer.

Leer más... »