Ecumenismo: Verdad y amistad
El ecumenismo tiene como finalidad el restablecimiento de la unidad de los cristianos, la “Unitatis redintegratio”, por emplear la expresión que sirve de título al conocido decreto del Concilio Vaticano II.
El deseo de unidad se hizo especialmente vivo a comienzos del siglo XX, tanto entre las confesiones protestantes, como entre los ortodoxos y los católicos. León XIII fue un pontífice muy preocupado por la unidad, como lo prueba su carta “Satis cognitum”, de 1896. A la que seguirían “Mortalium animos”, de Pío XI, en 1928 y “Ad Petri cathedram”, de Juan XXIII, en 1959.
La comprensión católica del ecumenismo toma en cuenta la comunión real que existe entre todos los cristianos, aunque no olvida que esa comunión es, con muchos de ellos, todavía imperfecta. Debe, por consiguiente, caminar hacia una comunión plena.
Hay varios niveles en el ecumenismo. Uno de ellos, el ecumenismo espiritual, promueve la oración y la respuesta a la llamada universal a la santidad. El ecumenismo doctrinal se concreta en diálogos teológicos bilaterales o multilaterales. Otras formas de ecumenismo son el ecumenismo pastoral - en la atención, por ejemplo, de matrimonios mixtos – y el testimonio común por la paz, la justicia y la integridad de la creación.
Estos diversos niveles han sido recordados por el Papa Benedicto XVI en su visita al Arzobispo de Canterbury (17-IX-2010). Y precisaba el Papa con mucho acierto: “reconocemos que la Iglesia está llamada a ser inclusiva, pero nunca a expensas de la verdad cristiana. En esto radica el dilema que afrontan cuantos están sinceramente comprometidos con el camino ecuménico”.