8.03.12

Via Crucis: IV estación

IV estación: JESÚS ENCUENTRA A SU MADRE

Avanzas huérfano de ti mismo.
El Padre guarda silencio, y no hallas
dónde reposar la cabeza.
Abandonado, piensas en tu madre,
y María se te aparece, real, sufriente,
madre, allí mismo,
bañada en tu mismo sudor de sangre.

Está llorando tus lágrimas, está
recibiendo tus golpes, está siendo
humillada en cada herida
que te infligen.
Está contigo. No estás solo, Señor.
Nunca estamos solos. Ella nos une
a ti, y tu amor
nos guía a ella.

Siempre la madre; su compañía
lo es todo.
Madre de Dios y Madre nuestra
siempre.

Eduardo Jariod.

7.03.12

Via Crucis: III estación

III estación: JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ

Y deseas dejarlo. Es demasiado
el horror del corazón humano
sin ti. Pesan, aplastan
el camino de su redención.
Es demasiada la prueba.
Y caes.
Buscas
abandonarte. Quizá soltar
la carga, que pase
el cáliz.

Te siguen gritando,
escupiendo, insultando;
y sientes
cuántas veces cae el hombre
sin ti.
Sin ti, tu criatura es sólo
carga y caída.

Y entonces, sí,
cargas con nuestra cruz,
y vuelves a levantarte.
Esta es tu gloria, Señor,
esta es tu gloria.

_________

Eduardo Jariod.

6.03.12

Via Crucis (escrito por Eduardo Jariod): II Estación

II estación: JESÚS CARGA CON LA CRUZ

Ya estás solo.
El mundo es una inmensa carga,
y carga de cruz. Desde este momento todo
gira en torno a tu sufrimiento,
esa lucha que harás de ti
un abrazo de amor clavado;
clavado por el odio nuestro,
y por tu amor sin correspondencia.

Clavado y cargado…
Cargado de sombra y de pecado,
cargado de soledad y orgullo,
cargado de lujuria y egolatría,
cargado del hombre sin Dios,
cargado de Dios hecho hombre.
Sudas, temes, lloras;
te golpean, te insultan,
…y te duele.

Ya estás solo.
Y sigues amándonos.

Eduardo Jariod.

5.03.12

Via Crucis (escrito por Eduardo Jariod): I Estación

I Estación: JESÚS ES CONDENADO A MUERTE

Con un beso y una pregunta comienza
tu condena. El amor, pervertido; el saber,
ignorado.
No hay verdad, ya no hay besos.
Van exponiéndote (¿qué, la verdad?)
en el circo de la mentira.

Eras demasiado ("Yo soy") para tanta nada.
El beso es muerte y la autoridad no sabe
de dónde procede (¿qué, la verdad?).
Van acusándote, van humillándote
a golpes, a risas, a odios.
La autoridad no protege y el beso es blasfemia.

Y el Padre,
entregándote
para salvarnos.

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Eduardo Jariod.

3.03.12

En una montaña alta

Las lecturas de la Palabra de Dios del domingo II de Cuaresma evocan acontecimientos que han tenido lugar en la montaña. Abrahán acude, por mandato de Dios, al país de Moria, donde se dispone a ofrecer en sacrificio a su hijo Isaac “sobre uno de los montes” (cf Gén 22). Jesús, en el umbral de la Pascua, de su muerte y resurrección, se transfigura delante de tres de los suyos en una “montaña alta”, el monte Tabor. En el trasfondo de las lecturas se perfila un tercer monte, el Calvario, en el que Dios entregó a su propio Hijo a la muerte por nosotros (cf Rom 8,31-34).

Moria es el país a donde Abrahán se dirige, siguiendo la llamada de Dios. La Liturgia de la Iglesia se refiere a Abrahán con el título de “nuestro padre en la fe”. Él personifica la obediencia en la que consiste la fe; la sumisión libre a la palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma (cf Catecismo 144). Dios ordena a Abrahán sacrificar a su propio hijo en un monte para poner a prueba su fe. Sin embargo, el ángel del Señor detuvo la mano de Abrahán. Un carnero enredado por los cuernos en la maleza sirvió de víctima para el sacrificio, en lugar de Isaac.

San Marcos sitúa en una montaña alta el episodio de la Transfiguración del Señor (cf Mc 9,2-10). Jesús es el verdadero Isaac, el “Hijo muy amado” del Padre que, en la proximidad de su Pasión, muestra su gloria divina revelando que el camino a la Resurrección, de la que la Transfiguración es sólo un anticipo, pasa por el sacrificio de la cruz. Ya Elías y Moisés, los profetas y la Ley, habían anunciado los sufrimientos del Mesías. Se confirma así la confesión de fe de Pedro: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). Sí, Jesús es el Cristo, el Ungido, el Mesías, el Siervo sufriente que “no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20, 28).

El monte del sacrificio del país de Moria y el monte de la gloria de la Transfiguración parecen preludiar un tercer monte, el monte Calvario. Dios, que detiene la mano de Abrahán para preservar a Isaac, no ahorró a su propio hijo, “sino que lo entregó a la muerte por nosotros” (Rom 8,32). Cristo es aquel carnero enredado en la maleza de la historia que ocupa nuestro lugar en el sacrificio, para expiar nuestras culpas – esa inmensa masa de culpa que pesa sobre la historia de los hombres –.

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