25.06.14

Baja natalidad y crisis de confianza

En España nacen muy pocos niños. Muchos, aunque concebidos, no llegan a nacer porque son abortados. Y no son ni uno ni dos – ¡ya sería grave! -. No, son más de cien mil cada año.

Este dato, la caída de la natalidad, es un síntoma evidente de una crisis de confianza. No es posible vivir sin un mínimo de confianza, de esperanza, de seguridad.

En las cuestiones claves de la existencia humana no es fácil proporcionar “evidencias”, pruebas irrefutables o garantías que vayan más allá de toda duda.

En las relaciones humanas, las “evidencias” son pocas y secundarias. Muy pocas cosas se pueden “probar”. Y, siempre, y en todo, es necesaria la confianza, la fe.

Es necesario confiar para conocer. Es necesario confiar para preferir. Y lo es, asimismo, para recordar.

No veo que pueda ser posible el futuro sin confianza. Es verdad que la situación económica, social y política que nos ha tocado padecer no infunde muchos ánimos. Es verdad.

Pero, a mi modo de ver, también es cierto que en los años 60 o 70, en España, tampoco las condiciones eran óptimas. Pero, en el año en que yo nací, 1966, nacieron muchos niños.

Esperar una situación ideal para tener hijos es esperar lo imposible. Lo ideal no llega nunca. Lo ideal es lo perfecto y casi nada es perfecto.

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23.06.14

Ni Concordato ni privilegios

En España no está vigente ningún “Concordato”, ningún tratado o convenio global entre el Estado y la Santa Sede. Sí están vigentes unos “Acuerdos Internacionales” sobre algunos asuntos parciales: sobre asuntos jurídicos, sobre enseñanza y asuntos culturales, sobre asistencia religiosa a las fuerzas armadas y sobre asuntos económicos. Estos “Acuerdos” datan de 1979.

¿Cuál es la “filosofía” que subyace en estos “Acuerdos”?

Por parte de la Iglesia Católica, de manera muy clara, la doctrina expresada en el Concilio Vaticano II, en la constitución pastoral “Gaudium et spes”: “La comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas, cada una en su propio terreno. Ambas, sin embargo, aunque por diverso título, están al servicio de la vocación personal y social del hombre. Este servicio lo realizarán con tanta mayor eficacia, para bien de todos, cuanto más sana y mejor sea la cooperación entre ellas, habida cuenta de las circunstancias de lugar y tiempo” (GS 76).

Es un texto muy interesante, del que se pueden destacar los siguientes conceptos: “independencia”, “autonomía” y “cooperación”, o colaboración, siempre sin prescindir de las circunstancias históricas.

Algunos parecen pensar que la Iglesia ha nacido en España, vive (solo) en España y configura (solo) su régimen jurídico y sus acuerdos con los Estados pensando (solo) en España. Es una exageración. La Iglesia es Católica, universal. Y su opción por la independencia, autonomía y colaboración vale, teniendo en cuenta la concreción de lugares y tiempos, para todos los Estados.

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21.06.14

Aconfesionalidad, laicidad y religión

Yo no tengo nada en contra del rey Felipe ni de su consorte, la reina Letizia. Más bien me inspiran simpatía porque emprenden una tarea – ser reyes de España – en un momento muy difícil en el que, hagan lo que hagan, van a ser criticados por todos o por casi todos.

Si, siguiendo los trámites legales, en el futuro se optase por una República, habría que aceptarlo. Portugal, Italia e Irlanda - tres países de gran tradición católica - son repúblicas. Inglaterra, Suecia y Noruega son monarquías.

Lo que no me parece tan normal es la ambivalencia, la incoherencia, con la que, en nuestro país, se aborda la relación entre religión y vida pública. Me parece que se enfoca esa relación de un modo demente y absurdo.

El Estado es aconfesional, de acuerdo. Es un hecho. ¿Y qué significa que el Estado es aconfesional? Significa solo una cosa: “Ninguna confesión tendrá carácter estatal” (Constitución española, art. 16,3). Es una opción, entre otras posibles. Porque nadie ha dicho que, lo contrario, un Estado confesional, tenga que ser no democrático. Pensemos en el Reino Unido, por ejemplo.

Pero un Estado aconfesional como el nuestro es, al mismo tiempo, un Estado garantista de los derechos humanos, entre los cuales – y no en último lugar – figura la libertad religiosa: “Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley” (Constitución española, art. 16,1).

O sea, en España todos – hasta el Rey – tenemos libertad religiosa y de culto. Casi sin limitaciones – o solo con las necesarias para mantener el orden público - .

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Corpus Christi

Homilía para la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (Ciclo A)

La Iglesia se admira ante el Sacramento en el que Cristo nos dejó el memorial de su pasión y le pide al Señor que nos conceda venerar de tal modo los sagrados misterios de su Cuerpo y de su Sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de su redención.

La solemnidad del Corpus Christi tiene como finalidad esta veneración; es decir, el sumo respeto y el culto reverente al Santísimo Sacramento del Altar, no solo durante la celebración de la Santa Misa sino también en la reserva eucarística en el sagrario, en la exposición solemne o en la bendición y en las procesiones eucarísticas.

El motivo de esta veneración es la presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas: En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están “contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo y, por consiguiente, Cristo entero”, enseña el Concilio de Trento.

La presencia de Cristo en la Eucaristía es una presencia real por excelencia, por ser substancial: “por la consagración del pan y del vino se opera el cambio de toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la substancia del vino en la substancia de su Sangre”, dice también el Concilio de Trento.

Las apariencias no cambian: lo que parecía pan y vino sigue pareciendo pan y vino, pero la realidad última que sustenta estas apariencias sí se transforma en virtud de la palabra de Cristo y de la acción del Espíritu Santo. San Ambrosio comenta: “La palabra de Cristo, que pudo hacer de la nada lo que no existía, ¿no podría cambiar las cosas existentes en lo que no eran todavía? Porque no es menos dar a las cosas su naturaleza primera que cambiársela”.

La Eucaristía no es un pan cualquiera, sino el “pan de la vida”, ya que procede de Dios, la verdadera fuente de la vida. Cuando Israel atravesaba el desierto, era Dios quien lo alimentaba con el maná, significando así su presencia eficaz en medio de su pueblo y simbolizando el alimento que viene de lo alto: la palabra de Dios, ya que “no solo de pan vive el hombre, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios” (cf Dt 8).

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20.06.14

La Primera Comunión: El protagonista es Jesús

En un encuentro con los niños que se preparan para recibir la Primera Comunión, les he preguntado, a ellos, : “¿Quién es el protagonista en la Santa Misa?”. Y, sin dudarlo, han contestado: “El protagonista es Jesús”.

Tienen toda la razón del mundo. El “personaje principal”, en la Misa, no somos nosotros: ni los sacerdotes, ni los niños que van a comulgar por vez primera, ni los padres de estos niños… El personaje principal es Jesús. La Liturgia es “el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo”, ha recordado el Concilio Vaticano II (SC 7).

Es Jesucristo quien, asociando a su Iglesia, da gracias al Padre por todo lo que nos ha dado: por habernos creado, redimido y santificado. “Por Cristo, con Él y en Él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos”. Con estas palabras termina la plegaria eucarística.

En la Santa Misa se hace presente la Pascua de Cristo, el sacrificio que Él ofreció de una vez para siempre en la Cruz.

Es Jesucristo quien se hace presente en la Santa Misa por el poder de su palabra y por la acción del Espíritu Santo. Se hace presente de un modo singular, real por excelencia, con su Cuerpo y su Sangre, su alma y su divinidad. Se hace presente, como enseña el Concilio de Trento, “Cristo entero”.

Es Jesucristo, en la Santa Misa, quien se nos da como comida: “Comulgar es recibir a Cristo mismo que se entregó por nosotros” (Catecismo 1382). Por eso, muy poco antes de comulgar, repetimos las palabras del Centurión: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”. Es la humildad y la fe; la humildad de la fe.

Creo que todo este “protagonismo” de Jesucristo, mediador entre Dios y los hombres, es entendido, en la medida en que puede serlo, por los niños que se preparan para comulgar por primera vez.

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