24.09.14

No podemos resignarnos a aceptar el aborto

La aceptación social del aborto es, prácticamente, unánime y total. Personas serias y cabales, y de buen corazón, que reconocen lo obvio – y hace falta empeñarse mucho en no querer “ver” para “no ver” - ; es decir, personas que se dan cuenta de que abortar es matar a un ser humano durante la etapa embrionaria de su existencia, sin embargo se retraen a la hora de decir que el aborto merece un reproche penal.

Han sucumbido, casi todos, a la perversa lógica de la primera ley del aborto aprobada en España por un Gobierno del PSOE, y a la legitimación legal – leguleya, diría yo – de la misma a cargo de la famosa sentencia del Tribunal Constitucional.; esa sentencia que hablaba del nasciturus, o de la vida del nasciturus, como “bien jurídico” y “comprendía” la despenalización del delito de aborto en determinados supuestos.

En aquel entonces, allá por el 1985, se consideraba que el aborto era un mal. Un mal, sí. Pero un “mal menor” – nefasto concepto, visto lo visto - . Nadie, en teoría, querría aprobar el aborto. Nadie, en teoría, querría abortar. Se decía que, en cualquier caso, serían casos extremos: un riesgo grave para la salud de la madre, un embarazo como consecuencia de una violación o una grave tara en el feto.

En la práctica, y los registros del Ministerio de Sanidad así lo han manifestado, se abortaba libremente. Con una tasa anual, muy pronto, de unos 100.000 abortos. Es naturalmente imposible pensar en 100.000 casos límite en los que la Justicia, asombrada ante las difíciles circunstancias que motivarían el indeseable recurso al aborto, se inhibiese a la hora de penalizar tal conducta.

Y no era solo una conducta personal tolerada, no. Se podía abortar, en la práctica, libremente, a cargo de los presupuestos generales del Estado y en centros públicos de salud.

La llamada “Ley Aído”, de 2010, consagraba, para mayor seguridad jurídica de abortantes, abortadores y abortorios, lo que ya estaba vigente en la práctica. Pero ya el aborto dejaba de ser delito, no tanto en determinados supuestos, sino en determinados plazos.

El partido actualmente gobernante, el PP, había recurrido, sucesivamente, tanto la primera ley del aborto como la segunda. Tras la primera sentencia del Tribunal Constitucional, defendió dicha sentencia como si en ello se le fuese la vida. A la espera de una nueva sentencia del Constitucional, ha retirado un proyecto de ley, liderado por el exministro Ruiz Gallardón, con la pintoresca excusa de que “no hay consenso”. Vamos, como si hubiese habido “consenso” en otras leyes; pongamos la de la reforma laboral o la ley de educación.

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23.09.14

Comunión de los divorciados “recasados”: El Evangelio, texto y contexto

En el concreto tema del acceso a la comunión de los católicos divorciados que han contraído una nueva unión civil, se juega, creo yo, un tema pastoral - y no solo - de primera magnitud: la adecuación entre texto y contexto.

¿Cuál es el texto? El texto es, sustancialmente, el Evangelio de Jesucristo. Es la buena noticia de la irrupción de Dios en el mundo, en la historia y en nuestra vida. Es la buena nueva, ciertamente inédita, de la proximidad de Dios, de su cercanía, de su Encarnación.

Si el Hijo de Dios se ha hecho hombre – y este es el “articulus stantis aut cadentis Ecclesiae” - todas sus palabras, todos sus signos, todas sus enseñanzas son, literalmente, “definitivas”, insuperables; es decir, no se puede ir más allá de ellas mismas.

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20.09.14

Dios nos invita a trabajar en su viña

La misericordia de Dios se despliega en su plan de salvación; un designio que abarca a todos los hombres de todos los pueblos. La voluntad divina es “que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (2 Tim 2,4). Dios va llamando a quienes se encuentran en la plaza del mundo para invitarlos a trabajar en su viña, a formar parte de su Iglesia. A todos, independientemente de cuando se produzca la llamada - a primera hora del día o al caer la tarde- , les ofrece el mismo salario, que no es otro que la vida eterna.

Podemos interpretar de diversos modos complementarios el sentido de esta parábola que recoge San Mateo (cf Mt 20,1-16). Puede referirse al papel desempeñado por Israel en la historia de la salvación. Israel fue elegido como pueblo de Dios. Fue llamado a primera hora, pero no para ser el destinatario exclusivo de la salvación divina, sino como signo de la Iglesia, de la reunión futura de todas las naciones. También los gentiles, aquellos que no forman parte del pueblo hebreo, han sido invitados a trabajar en la viña, a entrar en la Iglesia.

Podemos interpretar asimismo esta parábola como una muestra de que Dios no discrimina a nadie, de que quiere contar con la colaboración de todos. Con una lógica meramente humana cabría pensar que un propietario que saliese a contratar jornaleros escogería a los aparentemente mejores, a los más aptos para el trabajo, y que dejaría a los demás en el paro. Dios, en su oferta de salvación, no actúa así. Él da a todos una oportunidad. No llama solamente a su Iglesia a los aparentemente justos, puros y perfectos. Llama también a los pecadores: a Mateo, un publicano; a la Magdalena, que había estado endemoniada; a Pablo, un perseguidor de la Iglesia.

Igualmente, las diferentes horas del día evocan las sucesivas etapas de la propia vida. Algunos son llamados desde niños, otros en la adolescencia o en la juventud, otros en la edad madura, en la vejez o incluso cuando están a punto de terminar su tránsito por este mundo. En ningún caso esa invitación del Señor es prematura o tardía. San Juan Crisóstomo dice, a propósito de los jornaleros de la parábola, que “el Señor los llamó a todos cuando estaban en disposición de obedecer, cosa que hizo con el buen ladrón, a quien llamó el Señor cuando vio que obedecería”.

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19.09.14

¿Consenso o verdad?

El “consenso”, tan invocado últimamente para lo que conviene y tan despreciado para lo que conviene menos, es el acuerdo producido por consentimiento entre todos los miembros de un grupo o entre varios grupos. No podemos negar que, en nuestra sociedad, existe un amplio consenso en varios temas: Casi todos estamos de acuerdo en que no es lícito maltratar a las mujeres (ni a nadie); en que es preciso proteger la naturaleza; en que no cabe permitir que un asesino salga a la calle disparando tiros a diestro y siniestro. En todo esto, el consenso surge casi espontáneamente.

En otros temas el consenso no es fácil. ¿Existe, acaso, consenso sobre la política económica a seguir, o sobre la política fiscal, o sobre el derecho a llevar a cabo unas votaciones consultivas que podrían amparar la secesión de un territorio del resto del Estado? En estos terrenos el consenso es débil, pero los que mandan no se detienen ante esa debilidad, sino que aplican, simplemente, la ley de las mayorías. El que tiene más votos manda, impone su criterio, con la tranquilidad de haber seguido formalmente las normas procedimentales de la democracia.

¿Basta con esta legitimidad de tener la mayoría? Sí y no. En algunas cosas, puramente opinables, en cosas que pueden ser, según preferencias, “A” o “B”, el recurso a la mayoría es bastante útil. Al fin y al cabo, de algún modo hemos de tomar decisiones, porque es imposible suspender hasta la eternidad la decisión.

En las cuestiones de fondo, el recurso a la simple mayoría es más problemático. Supongamos que uno de nosotros cae como rehén de los terroristas del Estado Islámico. En ese caso, ¿veríamos como justificable el que nuestra vida dependiese del voto mayoritario de los combatientes de esa organización? Aunque todos los integrantes del Estado Islámico votasen y “consensuasen” que lo que procede es rebanarnos el cuello, ¿estaríamos de acuerdo? ¿No surgiría en nuestro interior una protesta basada en lo que entendemos que es justo o injusto, en lo que creemos firmemente que puede ser o no puede ser?

Cuando algo se percibe como injusto, no se apela a la mayoría, ni al consenso – entre una asamblea de ladrones sería difícil esperar que los ladrones condenasen el robo - . Cuando algo se percibe razonablemente como injusto se apela a algo más: a la justicia, a la verdad, a algo que no depende de que seamos más o menos los que estemos de acuerdo, sino a algo que, con más o menos apoyos, nos parece que está por encima de ese cálculo numérico.

Con el tema del aborto sucede algo así. No se puede – coherentemente – apelar al consenso si antes no se lleva a cabo una mínima reflexión sobre la verdad. Lo importante no es si muchos o pocos apoyan el aborto. Lo decisivo es si el aborto, honestamente, justamente, se puede apoyar o no.

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18.09.14

¿Es una rebelión decir lo que uno piensa?

La palabra “rebelión” es muy fuerte. Designa un “delito contra el orden público, penado por la ley ordinaria y por la militar, consistente en el levantamiento público y en cierta hostilidad contra los poderes del Estado, con el fin de derrocarlos”. Si aplicásemos esa categoría, “rebelión”, al ámbito eclesiástico diríamos que son rebeldes quienes se alzan contra las legítimas autoridades de la Iglesia: contra el propio obispo o, aún peor, contra el Papa.

¿El hecho de que unos cuantos cardenales colaboren en un libro sobre la verdad del matrimonio puede considerarse una “rebelión”? Yo creo que no. Más bien lo veo como un signo de obediencia al Papa. Porque ha sido el Papa, Francisco, quien ha pedido, de cara a los próximos sínodos – uno extraordinario, en octubre de 2014, que, de algún modo, ha de delimitar el “status quaestionis” sobre la familia, y otro, ordinario, en otoño de 2015, que ha de deliberar recapitulando los resultados – el que ha pedido que haya debate – o, en el lenguaje del Papa – “lío”.

Ha pedido debate, o “lío”, y el debate o “lío” está servido. Y no debe escandalizarnos que exista debate. Yo estoy convencido de que ni el Papa ni los cardenales buscan subvertir la verdad de la fe. De todos los católicos del mundo, el Papa es el más sometido a la obediencia: “Tú eres Pedro”. La Iglesia se edifica, se levanta, sobre la roca firme de la fe de Pedro. Y la fe es, a la vez, escucha y obediencia.

Que se pregunte sobre un tema, que una hipótesis que pretende permanecer en la verdad de la fe sea objeto de discusión, no debería ser motivo de escándalo. Pero tampoco debería ser motivo de escándalo que, quienes no contemplen una supuesta hipótesis como aceptable, lo digan claramente. Si somos libres, somos libres. Todos o ninguno.

El cardenal Kasper ha hecho una propuesta sobre algo así como los vestigios, o elementos, de matrimonio que, a pesar de los pesares, podrían subsistir en una unión civil entre bautizados que hayan dejado atrás un matrimonio canónico fracasado. Emplea, en favor de su tesis, una analogía eclesiológica: La Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia Católica, pero no se puede negar que haya elementos de la verdadera Iglesia de Cristo en otras confesiones cristianas.

Según esta analogía, si la he entendido bien, el matrimonio, para los bautizados, es el matrimonio sacramental, pero si éste ha fracasado y se da una nueva unión civil, se podría, según el caso, encontrar en esa unión civil elementos de matrimonio, aunque no la figura completa del matrimonio. Y si quien se ve en esa situación hace todo lo posible por vivirla de modo honrado y cristianamente responsable, no sería lógico que la Iglesia le apartase de la medicina de la misericordia, medicina que parte de Dios pero que pasa a través de la mediación de la Iglesia. Medicina de la misericordia que comportaría no apartar a esas personas del acceso a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía.

Por lo que yo sé, el Papa ha leído esa propuesta del cardenal Kasper y ha hablado de una “teología de rodillas”. De una teología que se detiene ante el misterio de Dios y que, respetando la grandeza y la santidad divinas, trata de partir de ellas para encontrar soluciones que orienten la vida de los hombres.

No seré yo quien acuse al cardenal Kasper de “rebelde” por proponer, en hipótesis, una posible salida. Una mera posibilidad, una pregunta que abra el debate, o el “lío”. Pero mucho menos me atrevería a tachar de “rebeldes” a quienes, sean cardenales o teólogos o simplemente fieles laicos, en perfecta obediencia a lo que el Papa ha pedido – que se reflexione sobre el tema - , digan honradamente lo que piensan.

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