23.11.15

Cuidar la Eucaristía

La Eucaristía es el sacramento- el signo sensible, instituido por Jesucristo, para darnos la gracia - que hace presente al mismo Cristo. Es el signo eficaz que hace presente no solo el sacrificio de Cristo, sino su misma Persona, indisociable de su sacrificio, bajo las apariencias del pan y del vino.

Si un sacerdote válidamente ordenado celebra la Santa Misa, obra, en la Persona de Cristo, la admirable conversión del pan en su Cuerpo y del vino en su Sangre. Dios, para llegar a nosotros, se sirve de mediaciones a la vez concretas y universales: el pan y el vino.

Lo que parece pan, sigue pareciéndolo, pero tras la consagración en la Misa, ya no es pan: es el Cuerpo de Cristo. Lo que parece vino, tras la consagración en la Misa, sigue pareciéndolo; pero ya no lo es: es la Sangre de Cristo. Y esta transustanciación no ocurre por arte de magia, sino por el poder soberano de la palabra de Cristo y por la acción del Espíritu Santo.

Es imposible, sin participar en la Santa Misa, poder distinguir entre una oblea y la Sagrada Hostia. Todo sigue pareciendo lo mismo, pero no es, ya, lo mismo.

¿Qué haría yo si me encuentro, por los motivos que sea, una oblea que, quizá, pueda ser más que una oblea? La trataría con el máximo respeto, pero eso no significaría, sin más, arriesgarme a un culto materialmente idolátrico y, tampoco, sin más, me arriesgaría al sacrilegio.

Me arriesgaría a la idolatría si, por razones aparentes, tratase un trocito de trigo como si fuese el Santísimo Sacramento. Me arriesgaría al sacrilegio si tratase al Santísimo Sacramento como si solo fuese un trocito de trigo.

No cabe apelar, con una inteligencia humana, a un discernimiento definitivo. Es posible que el Diablo pueda hacerlo; los hombres no podemos.

Ante la duda, ¿qué hacer?  Pues obrar con prudencia. Si se sospecha que una o varias formas –  u obleas – pueden ser formas consagradas, hay que hacer todo lo posible por rescatarlas. Y someterlas, con todo respeto, por si acaso, a un proceso bastante simple; por ejemplo, disolverlas en agua. Si dejan de parecer pan, tendremos la seguridad de que ya no es el sacramento de Cristo.

Pero, de la misma manera, ante la sospecha, sin certeza moral, de que las humildes obleas no sean la humilde presencia del cuerpo de Cristo en la Eucaristía, no debo ceder sin más a la duda, sino cerciorarme, y tratarlas con el mismo respeto, como si pensase que, realmente, podrían ser formas consagradas.

Pero, sin certeza moral, no me pondría de rodillas ante esas formas. No, ante la promesa de alguien que se presentase como nada fiable.

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19.11.15

La ciudad de Dios

San Agustín esbozó, en su extensa y profunda obra titulada “La ciudad de Dios”, una teología de la historia. De este texto agustiniano ofreció una interesante reflexión José Ferrater Mora en su libro “Cuatro visiones de la historia universal”. “Dos amores – nos dice San Agustín - fundaron, pues, dos ciudades, a saber: el amor propio hasta el desprecio de Dios, la terrena, y el amor de Dios hasta el desprecio de sí propio, la celestial” (“La ciudad de Dios”, XVII,115).

En buena medida, esta teoría de San Agustín ayudó – así lo reconoce un autor poco sospechoso de pro-catolicismo como Bertrand Russell – a la separación entre Iglesia y Estado. Pero sería precipitado, e inexacto, identificar la ciudad de Dios con la Iglesia y la ciudad terrena con el Estado. La clave está en el objeto del amor o del desamor. Lo esencial es si la ciudad se edifica sobre el egoísmo y el desprecio de Dios o, por el contrario, sobre la solidaridad y el reconocimiento de Dios.

En este mundo, las dos ciudades están mezcladas. “Ni son todos los que están, ni están todos los que son”. Solo el último juicio podrá separar a unos de otros. San Agustín escribía bajo el impacto sufrido por el saqueo de Roma, en el año 410, por los godos. Los paganos atribuían ese mal al abandono de los dioses antiguos. San Agustín argumenta que no es así; que la culpa del saqueo de Roma no la tenía el cristianismo.

Hoy Europa se siente, no sin razón, amenazada. Algunos comparan el momento que nos toca vivir con la caída de Roma. Una caída no gradual, sino repentina y sangrienta: “Como el Imperio Romano a principios del siglo V, Europa ha dejado que sus defensas se derrumbaran. A medida que aumentaba su riqueza han disminuido su capacidad militar y su fe en sí misma. Se ha vuelto decadente, con sus centros comerciales y sus estadios. Al mismo tiempo, ha abierto las puertas a los extranjeros que codician su riqueza sin renunciar a su fe ancestral”, dice el historiador Niall Ferguson.

Europa tiene que resurgir, que recobrar la fe en sí misma. Y dudo que pueda hacerlo sin recuperar su patria espiritual, que no es otra que el cristianismo, como recordó en Santiago de Compostela San Juan Pablo II el 9 de noviembre de 1982: “Yo, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal, desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes. Reconstruye tu unidad espiritual, en un clima de pleno respeto a las otras religiones y a las genuinas libertades. Da al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.

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9.11.15

La alcaldesa de Madrid y Nuestra Sra. de la Almudena

Me ha parecido muy adecuada la presencia de la alcaldesa de Madrid en la Misa de Nuestra Señora de la Almudena. Creo que esta señora, doña Manuela Carmena, ha demostrado, con este gesto, al menos tres cosas: inteligencia, sensibilidad y apertura de miras; actitudes muy importantes para poder vivir en sociedad.

En primer lugar, inteligencia, que es la capacidad de entender o comprender la realidad. La realidad de Madrid tiene una historia concreta. De esa historia forma parte la fe de quienes la protagonizaron. Esa historia, para muchos - también hoy - , no es mero recuerdo, sino tradición viva de la que uno se siente partícipe. No solo en el ayer de Madrid, sino también en estos momentos, muchos madrileños participan de la fe, se sienten miembros de la Iglesia y miran, incluso algunos que ya se sienten menos creyentes, a María, la Madre de Jesús, con afecto y simpatía. De todo eso ha tomado nota la alcaldesa.

En segundo lugar, sensibilidad, tacto para acercarse con respeto y aprecio a lo que uno sabe que muchos otros valoran y quieren. No es sensible con los católicos, y con la Iglesia, un gobernante que los ignora, en tanto que católicos. Sí lo es quien, sin necesidad de profesar personalmente la fe, se aproxima con delicadeza a las manifestaciones de esa fe que contribuye al bien común.

En tercer lugar, apertura de mente, transigencia. La alcaldesa ha sabido recoger del patrimonio común de los católicos elementos que pueden ser compartidos por todas las personas de bien. Por ejemplo, se refirió al  respeto al prójimo, que “para los creyentes, es un hijo de Dios y un hermano del alma, del que soy responsable. Y para todos, seamos creyentes o no, es una gran riqueza y una oportunidad para mejorar nuestra ciudad".

Este post no pretende ser una canonización de Manuela Carmena. Ni yo puedo canonizar a nadie ni a nadie se le canoniza en vida. Habrá que criticar a esta alcaldesa, y a todos los políticos, en la medida en que actúen en contra de la ley moral natural y ofendan a Dios, causando daño a los ciudadanos.

Yo, como sacerdote, tendré que callarme en todo aquello que tenga que ver con la lucha de los partidos. La Iglesia, como tal, no pertenece a ningún partido; está por encima de ellos.

Y me reservo el derecho de alabar lo que me parezca loable: La participación de la alcaldesa de Madrid en la renovación del Voto de la Villa a Nuestra Señora de la Almudena me parece loable. Era lo que tenía que hacer y lo ha hecho. Y es loable que uno cumpla con sus obligaciones, sin dejarse paralizar por sectarismos.

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30.10.15

Una próxima publicación: “Novena de las Candelas”

Publicar un nuevo libro siempre es, para mí, un motivo de alegría. Significa compartir, con quien desee leerlo, un trabajo, una reflexión, unas horas dedicadas a escribir lo que, gracias a la imprenta, puede llegar a otros.

Ha sido un amigo, párroco de la Parroquia de Santa María de Castrelos, en Vigo, parroquia que tiene una iglesia románica muy bella, el que me ha pedido una “Novena de las Candelas”, porque allí esta fiesta, la de la Presentación del Señor, se celebra con gran solemnidad y con la participación de muchísimos fieles.

Me ha gustado preparar esta novena. Yo sé que la piedad popular no lo es todo. Pero es algo, y algo muy importante, que se puede enriquecer si tratamos de descubrir su  fundamento, si acudimos a la Sagrada Escritura, a la Tradición y a los documentos del magisterio de la Iglesia.

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28.10.15

La izquierda cerril y la terquedad

Cierta izquierda, cerril y laicista, merecería un homenaje a la terquedad. Una especie de monumento público al erre que erre, al bucle infinito, a la pesadez perpetua. Se repite como el ajo, cansa al santo Job, se mantiene firme e inamovible en sus actitudes, aunque se le den todo tipo de razones en contra. Da lo mismo; cierta izquierda cerril va a lo suyo, que es incordiar.

Se podría hacer un catálogo de  la murga cotidiana. Es una molestia similar a un dolor de muelas – en los casos más agudos – o al ruido de fondo de unos mosquitos – en los casos más leves, aunque solo aparentemente leves - . Dan la tabarra. Y no hay insecticida que acabe con ellos – con los mosquitos - .

La izquierda cerril, laicista y pesada – que espero que no sea toda la izquierda – apela a unos tópicos que considera algo así como el santo y seña de una cruzada en la que no cree ni ella, y se mantiene fiel a esos tópicos con el compromiso con el que el brujo – o la bruja – pronuncia su sortilegio.

Para engrosar las filas de la izquierda cerril y pesada no hace falta mucho bagaje cultural. No se necesita, menos aun, seguir una lógica racional. Se necesita repetir, muchas veces, lo mismo.

“Repita conmigo”, le gusta decir a uno de los nuevos chamanes de la izquierda. “Repita conmigo”. Lo de menos es lo que se repita, sino el hecho de repetir. En el fondo, esta izquierda obsoleta conoce bastante bien la pedagogía. Lo suyo es, de todo se aprende, una especie de catecismo, al estilo antiguo – tristemente olvidado – , que hacía, no sin razón, de la repetición de unas respuestas una forma didáctica de fijarlas en la mente y en la memoria.

Lo malo no es el método – repetir, repetir, repetir - . Lo malo es el fondo, la teoría que subyace al método, y los fines que se persiguen.

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