San Ildefonso y la oración (1)

Se ha publicado recientemente, recopilado por Pablo Cervera, una magnífica obra que recoge trabajos de muchos autores acerca de la oración según un abundante elenco de santos, beatos y venerables. Podría decirse que es una auténtica enciclopedia sobre la oración. Su título es “Los santos, maestros de oración“.

He tenido la oportunidad de aportar mi granito de arena comentando algunas ideas extraidas de los escritos de san Ildefonso, el obispo toledano de la época visigoda.

Comparto con los amables lectores un resumen -en cuatro entregas- de lo desarrollado en dicha contribución al libro que os recomiendo adquirir y leer en este año de la oración que nos prepara al Jubileo 2025.

San Ildefonso de Toledo ya fue admirado como obispo en la época del reino hispano-visigodo. Después de su muerte fue venerado como santo por toda España y en toda la cristiandad occidental, sobre todo por su libro “De la Perpetua Virginidad de Santa María1.

Nació en Toledo en los primeros años del siglo VII, y en su infancia entró como oblato en el Monasterio Agaliense de Toledo. Fue ordenado diácono por san Eladio.

En Hispania existía el monacato desde el siglo IV, pero las invasiones de los bárbaros y las luchas en la Península impidieron su desarrollo tras la caída de Roma. A principios del siglo VI empezaron a darse las condiciones adecuadas para la vida de aquellos que querían vivir en comunidad su ideal de perfección según el Evangelio. Se dio en esta época una gran colaboración entre obispos y monjes: los obispos fundaban monasterios y velaban por ellos, interviniendo en caso de abusos, y solicitando colaboración para la atención pastoral del pueblo, pero siempre respetando la independencia de los abades en el gobierno y administración de sus comunidades. Además, los concilios nacionales y provinciales dictaron abundante legislación respecto a los monasterios.

Tras los años de formación en su infancia, y luego como joven monje, la mayor parte de la vida de san Ildefonso transcurrió como la de los demás habitantes del monasterio, dedicada a la oración, a la lectio divina de la Biblia y de los Santos Padres y al trabajo. Los monjes de la época visigoda no estaban aislados del mundo, sino que realizaban también una labor pastoral sirviendo a parroquias que les encomendaba el obispo y atendiendo a quienes acudían a ellos buscando el consejo o la reconciliación con Dios en el sacramento de la penitencia. El mismo san Ildefonso, siendo monje, fundó un monasterio femenino para que algunas jóvenes y viudas pudieran realizar su vocación de especial consagración al Señor en una vida de oración y sacrificio.

Ya en su madurez fue elegido abad, y permaneció en este cargo unos diez años hasta que en el año 657 fue consagrado como obispo de Toledo. Sus escritos, su predicación, la composición de textos para la oración litúrgica y toda su labor como pastor de la Iglesia estuvieron impregnadas de un hondo sentido pastoral, catequético y espiritual, lo cual hizo que ya al poco de morir fuera considerado como santo en la época visigoda y su memoria perduró después entre los cristianos mozárabes.

Cixila, que fue obispo de Toledo un siglo después de Ildefonso, recogió por escrito dos favores celestiales que recibió su santo antecesor. El primero, una aparición de santa Leocadia, joven mártir patrona de la ciudad, cuyo oficio y oraciones para la misa había compuesto poco antes. El obispo guardó como reliquia un trozo del velo de la santa, y éste fue conservado desde entonces en la Catedral.

El otro prodigio sucedió el 18 de diciembre del año 665, día de la Solemnidad de Santa María establecida por el Concilio X de Toledo. Al amanecer se encaminó hacia la Catedral la procesión del obispo con sus clérigos, y al abrir las puertas de la iglesia y entrar, una luz resplandeciente les deslumbró: todos huyeron, pero al volver a asomarse contemplaron al obispo rodeado de ángeles y arrodillado al pie del altar ante la Virgen María que, sentada en la sede desde la que el obispo predicaba habitualmente la Palabra de Dios, le decía a Ildefonso:

Acércate a mí, siervo queridísimo de Dios. Recibe de mi mano este regalo, que traje para ti del tesoro de mi Hijo, para que lo uses tan solo en mi día; y puesto que con los ojos de la fe siempre permaneciste en mi servicio, y para mi alabanza tus labios llenos de gracia me dibujaron dulcemente en los corazones de los fieles, ahora en vida recibe esta vestidura de gloria, y en el futuro gozarás en mis moradas con los otros siervos de mi Hijo.

La devoción a lo largo de los siglos ha visto en esta Descensión de la Virgen María un detalle de amor de la Madre hacia un hijo suyo que la había defendido de palabra y por escrito y que había acrecentado en el pueblo la devoción filial hacia ella. Abundantísimas son las representaciones artísticas de este acontecimiento, no solo en la catedral y la ciudad de Toledo, sino en toda España, considerando siempre que la vestidura celestial sería la casulla sacerdotal para la celebración eucarística. Muchas generaciones de aspirantes a la ordenación han pedido a la Virgen: «Madre, vísteme de sacerdote como a tu hijo Ildefonso».

La “Crónica mozarábica” dice que san Ildefonso era recordado como ancla de la fe, reconocido como tal en toda la Iglesia, ya que sus escritos, repartidos por el mundo, deleitan la inteligencia de los lectores como arroyuelos de enseñanza consolando a los pusilánimes.

En san Ildefonso tenemos a un Santo Padre de la Iglesia hispano-visigoda que recoge en sus escritos la herencia recibida y la transmite para alimentar al pueblo cristiano. Conservamos cuatro libros suyos y dos cartas, aunque también se consideran escritos por él varios textos de la liturgia, que por su finalidad quedaban en el anonimato de los misales y libros de horas. Los retos pastorales de la Iglesia visigoda se vieron reflejados en los escritos de sus pastores, y así ocurre con este santo obispo toledano, cuyos libros nos dicen poco de él mismo, pero mucho de su interioridad, de sus ideales y de su vida de oración.

De Virginitate perpetua Beatae Mariae (La Virginidad perpetua de Santa María) es la obra más conocida de san Ildefonso, todo un best-seller medieval en defensa de la fe católica en lo que se refiere a la Virgen María, que refuta errores y alienta una tierna devoción a la Madre de Dios. No solo nos enseña las verdades acerca de la Santísima Virgen sino que también nos muestra cómo acudir a Ella en la oración e incluso recoge las oraciones que el autor dirige a Nuestra Señora.

Ya siendo obispo, escribió san Ildefonso dos libros que podrían formar una unidad, pues uno es continuación del otro. De cognitione baptismi (El conocimiento del bautismo)2 recoge la enseñanza bautismal de la Iglesia con el fin de iniciar en la vida cristiana exponiendo la vida nueva a la que hemos nacido por la gracia divina. En lo referido a la oración, además de ser una invitación a meditar en las verdades de nuestra creación, caída y redención, el comentario a los ritos de bautismo, confirmación y eucaristía y al Padrenuestro es toda una escuela de oración.

Continúa y culmina el anterior tratado en el De itineri deserti (El camino del desierto)3 en el que trata de guiar al bautizado en su tránsito hasta la eternidad. Es un libro de ascética y espiritualidad que nos enseña a vivir las virtudes cristianas, cuya cima es la caridad.

En el libro De viris illustribus (Los hombres ilustres) tenemos recogidos los ejemplos de vida de trece figuras señeras por su santidad o su capacidad de gobierno, subrayando la unidad nacional del reino y la importancia de la sede episcopal toledana. Una de las intenciones de este escrito sería la propagación del ideal de la vida consagrada a Dios en el monacato o en el sacerdocio.

Desde antiguo se ha considerado que los textos de la antigua liturgia hispana para las fiestas de la Encarnación (Anunciación a María) y de Santa Leocadia, así como una misa pascual y el común de Santa María, provienen de la pluma de san Ildefonso. De estas plegarias litúrgicas también podemos extraer una buena enseñanza para orar en espíritu y en verdad, pues no en vano la liturgia es la oración de la Iglesia.

1SAN ILDEFONSO DE TOLEDO, Santos Padres Españoles I. BAC, Madrid, 1971.

2SAN ILDEFONSO DE TOLEDO, Santos Padres Españoles I. BAC, Madrid, 1971.

3LEDESMA, J.P. El “De itinere deserti” de San Ildefonso de Toledo. ITSI, Toledo, 2005.

1 comentario

  
Ángel
Muy interesante. ¡Dan ganas de leer todos los libros mencionados! Gracias.
27/04/24 7:19 AM

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