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13.10.12

Un aspecto a evitar en las universidades católicas. Perspectiva desde la DSI

La acción caritativa de la Iglesia y de sus instituciones, su intervención en la sanación de las estructuras sociales como de las mismas sociedades pertenece a su legado y podemos decir que forma parte de su misión evangelizadora. Los pueblos bárbaros fueron evangelizados por la Palabra, tanto como por la caridad y predicación y vida de la justicia y caridad. De allí, que la Iglesia promueva las universidades, escuelas, hospitales y las demás instituciones caritativas es de lo más habitual para la misma.

En la época moderna, en los últimos dos siglos, se hicieron decididos movimientos de los que no simpatizan con la idea cristiana en la dirección de apartar a la Iglesia de estas tareas. Durante el siglo XIX, rabiosamente anticlerical, se llegó a prohibir la actuación pública de la Iglesia vía centros educativos, sanitarios, etc. Se pretendió que sea el Estado quien va a asumir toda acción asistencial, si tal circunstancia fuese posible. Esta situación se prolongó en el siglo XX, llevando la iniciativa a su totalidad en los países del Este.

Pasado el tiempo de una confrontación y persecución abierta, hemos llegado a la situación actual. Parece que vivimos un periodo de tolerancia y respeto hacia las actividades sociales de la Iglesia, pero no es precisamente así.

Existe una trampa en esta época neoliberal que cada vez más se descubre con más nitidez. A la Iglesia se le permite tener sus instituciones, en concreto las educativas, pero salvo en el caso de determinados colegios la enseñanza no es subvencionada (y cuando lo es, es de forma insuficiente por lo que hay que recurrir a una financiación externa, normalmente de los padres).

Uno puede decir: “ni falta que hace”, pero esa postura es equivocada. Es de justicia que el Estado subvencione las actividades legítimas de los ciudadanos. Y si no, que no les pida los impuestos. Porque si no, ¿para qué los quiere? Se supone que es para dar servicio. Pero ese servicio se lo da la sociedad a sí misma, y es de justicia que tal derecho sea reconocido y apoyado.

En caso contrario, es de aplicación el principio liberal: sálvese quién pueda. Si te lo puedes pagar, mejor para ti. Y si no, te daremos una enseñanza pública, pero en esa, mando yo. Y tragarás lo que te ponga y lo que te determine. Los pudientes podrán ir a sus colegios, junto con los hijos de los poderosos y políticos de turno, pero a la mayoría los adoctrinaré yo y moldearé de ellos una sociedad para mí, a mí servicio.

En esta escena entra la Iglesia, porque este es el mundo en el que le ha tocado vivir hoy. Se le permite tener las universidades católicas, por ejemplo. Pero me pregunto, ¿para quién la universidad católica? ¿Es acaso para los menos pudientes, para los que tienen recursos escasos y no han sido agraciados por una posición económica decorosa, para las familias numerosas, para…? No, no y no. Es así, te guste o no.

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