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15.02.18

¿Qué ofrece la Iglesia al mundo?

En el año 42 del imperio de Octaviano Augusto, en una lejana provincia del imperio, nació el Salvador.

El mundo donde nació Jesús, a ojos del hombre moderno, solo podría calificarse de brutal. El aborto y el infanticidio eran tan comunes que los cuerpos de bebés tapaban las cloacas de las ciudades, y los niños juzgados como defectuosos eran pasto para las fieras. Las hijas de familias poderosas eran prometidas en matrimonio a los 7 u 8 años, como monedas de cambio sexual para alianzas políticas, habitualmente a sus tíos o primos; en tanto que a las de familias pobres podían esperar poco más que la prostitución. La poligamia era una práctica aceptada como la cúspide de la decencia, y sin embargo nadie esperaba que el hombre fuera fiel, pues podía además tener las concubinas o esclavas sexuales que pudiera mantener. Al mismo tiempo, el adulterio de la mujer se castigaba con la muerte. Por cierto, la muerte era el castigo común para toda clase de crímenes, desde la falsificación de moneda hasta la sedición contra el emperador. La única diferencia con relación a la gravedad del hecho radicaba en el método con el cual se aplicaba, más o menos lento y doloroso. Los acusados de un delito menor podían languidecer por años y morir en calabozos infectos, sin que nadie prestara mayor atención a su situación, hasta que alguien necesitara la celda.

Así era el mundo nació Jesús de Nazaret.

Tampoco era el peor de los mundos. NSJC nació “estando todo el mundo en paz", durante la Pax Romana, la cúspide de la civilización conocida por el hombre hasta ese entonces. La vida entre las tribus de los “bárbaros” era todavía peor a la que existía dentro de las fronteras del imperio. Ahí la ley del más fuerte era apenas suavizada por la superstición y la brujería.

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29.12.16

¿Por qué los jóvenes son de izquierda?

Esa fue la pregunta que me hizo mi hija de 14 años hace un par de meses, cuando íbamos en el auto. Tema muy interesante, desde luego, pues siendo obvio que las ideas de la izquierda política (incluso la más radical) parecen estar firmemente asentadas entre los jóvenes, ese fenómeno no se aprecia en la política a nivel nacional, donde derecha e izquierda compiten palmo a palmo en las elecciones.

¿Por qué esa diferencia? ¿A qué se debe esa especie de burbuja de radicalización que existe entre los jóvenes?

Algunos explican la afinidad entre izquierdas y jóvenes por el idealismo, por la energía e impaciencia juveniles que desea resolver todos los problemas rápidamente, y asume que si nadie lo ha hecho hasta ahora es solo por falta de voluntad. Esto es cierto, pero solo en cierta medida. Si solo fuera una cuestión del ímpetu de la juventud, uno esperaría encontrarla también en grupos de derecha, o de otro signo político, incluso en las religiones o movimientos como la masonería. Sin embargo, no es así. Otros han dicho que cada generación intenta construir su identidad por oposición a la que la precedió, y eso explicaría que los jóvenes fueran de izquierda. Si bien eso se observa en algunos casos especiales, no es necesariamente una tendencia general. Los hijos de la revolución sexual de los ’60, lejos de repudiarla, la han profundizado, llevándola en direcciones que incluso sus padres repudiarían.

No, lo que falta para explicar la afinidad entre jóvenes e izquierda es observar la espiritualidad que prevalece entre ellos.

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17.12.16

“…de ser necesario usen palabras” No funciona

Volviendo al tema de Dios en la vida pública, nos encontramos con la columna de Marco Velásquez, donde presta apoyo la idea de eliminar el nombre de Dios de los actos públicos, bajo el pretexto de no usar su Santo Nombre en vano. Señala nuestro hermano:

Muchos piensan que por multiplicar el nombre de Dios en sus palabras, en las cruces que ostentan vistosamente o en sus tradiciones, están asumiendo la gran causa del Evangelio. Lamentablemente, se equivocan porque en la vida del cristiano Dios debe hablar, ante todo, con el leguaje del testimonio personal, con el ejemplo y con las obras.

Muchas veces hemos escuchado esta teoría de que “la vida del cristiano debe ser reflejo de Dios”. O de forma más poética “Prediquen el evangelio siempre, de ser necesario usen palabras”, otra de esas frases que san Francisco de Asís nunca dijo. A estas alturas, la pregunta es ¿Cómo nos ha funcionado eso?

A nivel personal, funciona de maravillas. Para mí, que ni siquiera me atrevo a poner mi nombre completo y mi foto en este blog, es más fácil pensar que mi vida es mensaje para mi familia y amigos, y no andar dando la lata con esto de ser católico. Me evito así que me acusen de cartucho, conservador, latero, prejuicioso, machista o simplemente huevón. Creo que muchos de mis hermanos tienen la misma experiencia, y nos quedamos en silencio tratando de que el testimonio de nuestras obras hable por sí solo.

A mí me dieron ese mismo consejo siendo muy joven como cristianos, y déjenme decirles una cosa: No funciona.

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22.11.16

¿Estado laico?

La relación entre Iglesia y Estado ha estado de moda en semanas recientes, al menos acá en Chile.

Todo comenzó con las protestas de algún periodista por la participación de las autoridades públicas en el Te Deum de septiembre. Siguió con la diputada comunista Camila Vallejo, y su propuesta para quitar la frase “En nombre de Dios” con que se inician las sesiones del Congreso. Estas y otras ideas (como retirar pesebres de espacios públicos) parten de la idea de que debe existir una “separación de Iglesia y Estado” y se sazonan con indignadas apelaciones al “Estado Laico”.

Lo curioso en este debate es que las expresiones “Estado Laico” o “Separación de Iglesia y Estado” no se encuentran en ningún texto normativo aprobado por el Congreso. Ninguno. No aparecen en la Constitución de 1980 ni en sus antecesoras. Tampoco provienen de alguna ley vigente o que se haya dictado en el pasado.

No solo eso, tampoco aparecen en leyes extranjeras que alguien pudiera invocar como referencia. La Constitución Española solo habla del deber de colaboración entre la Iglesia y el Estado. El pacto de San José de Costa Rica establece la no discriminación por motivos de religión y la libertad religiosa, pero nada dice sobre una supuesta separación entre religión y vida pública. En Estados Unidos, la Primera Enmienda establece la libertad de culto y prohíbe al Congreso nacional de ese país imponer una religión a los Estados federados, pero nada más.

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16.11.16

Sobre la elección de Trump

Como a todos, me sorprendió el triunfo de Donald Trump en la reciente elección de Presidente de los EUA. De hecho, más me preocupaba el daño que provocaría a la causa pro vida al verse asociada con una derrota tan estrepitosa como la que se veía venir. Sin embargo, Trump ganó de forma inapelable (a diferencia de Bush junior hace 15 años), con la consecuente sensación de sorpresa y estupefacción.

Esta semana la prensa mundial ha estado llena de análisis de la elección de Trump, en su gran mayoría de muy poco valor. Seguramente deberemos esperar varios meses y hasta años antes de contar con un análisis racional y objetivo del resultado de esta elección. Mientras tanto, dejemos aquí algunas notas acerca de lo que suele encontrarse en estos análisis, pero que no sirve de nada:

  • Todos los medios de comunicación estaban favor de Hillary Clinton, y muchas columnas se limitan a llorar la derrota: “No puedo creer que tanta gente no vea el mundo como yo y mis amigos le decimos que debe hacerlo”. No hay mucho que rescatar aquí.
  • Otros culpan de la victoria de Trump a los votantes racistas, homofóbicos y machistas. Esto es ridículo y absurdo. El universo de electores que eligió a Trump es esencialmente el mismo que apenas cuatro años antes eligió a Obama.
  • El análisis de los medios no solo es ridículo, más grave aún, es racista. Atribuye ciertas opiniones y actitudes a personas (en este caso los hombres blancos), por el solo hecho de pertenecer a ese grupo. Caen en la misma forma de pensar que criticaban a su oponente, cuando dijo que los inmigrantes mejicanos eran ladrones y violadores.
  • Algunos acusan a Trump de ser un demagogo, por su falta de experiencia y popularidad. Esto no pasa de ser un lloriqueo de derrotado. La misma combinación de popularidad y falta de experiencia se podría observar en Obama de 2008, pero nadie lo acusó de demagogia.
  • No importa que Hillary obtuviera más votos que Trump en el conteo voto a voto. En un sistema de electores por Estado, como el de los EUA, la mayoría de los Estados tienen un ganador claro desde antes. Por eso, muchos deciden no votar, de modo que una comparación del voto popular esta distorsionada.
  • No hay un cambio radical en la sociedad estadounidense. Ni la elección de Obama representa el fin del racismo, ni la de Trump un giro a la homofobia. El margen entre uno y otro candidato es estadísticamente mínimo, y depende de unos pocos votantes indecisos.

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