A propósito de la visita del enviado papal a Chile
Ante los reiterados, ya diríamos permanentes, casos de abusos sexuales cometidos por sacerdotes y religiosos en Chile, permítanme reiterar algunas ideas que ya he expresado en este espacio.
Uno, se nos cae la cara de vergüenza. Por cada vez que nuestra esperanza en la Iglesia se acrecienta, con figuras como el Padre Alberto Hurtado o el recuerdo de la mediación de san Juan Pablo II durante el conflicto de Beagle, otras tantas y muchas más nos hemos sentido avergonzados por el comportamiento de nuestros sacerdotes.
Dos, estos comportamiento son gravísimos. Casi tanto como un padre que abusa de sus propios hijos biológicos, y mucho peor que el caso común del padrastro que abusa de los hijos de su conviviente. Más grave incluso para la Iglesia que para el Estado, pues se involucra a Dios y a la Iglesia (que es el cuerpo de Cristo) en un crimen horrible.
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