Los hijos no obedecen, imitan (los curas, también)
Durante unos años llevé grupos de escuela de padres. El cartel con el que comenzamos tenía una frase que jamás he podido olvidar: “Los hijos no obedecen, imitan”. Tanto me impactó, que la he repetido muchas veces en reflexiones y homilías.
La gente escucha de muchas maneras. Lo que se habla llega más o menos, pero lo que confirma o no las palabras del hablante es la coherencia entre lo que dice y lo que vive. De nada vale que un padre insista a sus hijos en la necesidad de leer si jamás tomó un libro entre sus manos. De nada que hable de alimentación sana si no sale de la hamburguesa y la lata de cerveza.

Recién llegado a casa después de cinco días dirigiendo ejercicios espirituales a un grupo de once sacerdotes de la diócesis de Lugo. Espero que les hayan servido para su bien.
Mi costumbre es escribir tres o cuatro veces por semana cuando menos. Y mis lectores, que ya saben de esa costumbre, buena o mala según, si de repente me ven inactivo una semana entera son capaces de barruntar cualquier inconveniencia, inconveniente o imposibilitante. Por eso prefiero contar lo que pasa.
Si me lee algún antiguo compañero agustino, recordará sin duda al P. Ramiro Fincias. Le gustaba echar su partidita de vez en cuando y no se le daba mal el mus. Para los que no lo conocen, digamos, simplemente, que es un juego de apuestas, no de dinero, sino de puntos. Ante la apuesta de un jugador, se puede aceptar, declinar o responder aumentando la cantidad. Cuando el P. Ramiro aumentaba la apuesta y el otro se echaba atrás, su expresión, que no sé de dónde la habría sacado, era “se ha aciruelado”.
Eso sí, hoy solamente una.





