La soledad del cura
Ante todo perdonad este desahogo personal. Esto es el blog de un cura y lo mismo hablo de la misa, que de los niños, que de cosas de la iglesia y del mundo, que cuento cómo me siento en algunos momentos.
Del cura se saben las cosas propias de su ministerio: que dice misa, confiesa, atiende niños y jóvenes, lleva adelante la parroquia, ayuda a los pobres. Y al cura se le valora y critica justo por esas cosas. Normal, es lo que se ve.
Pero hay una parte que nunca acabarán de comprender. Es la parte en que uno entra en la casa parroquial después de finalizar sus tareas y cierra la puerta desde dentro. Ahí es cuando te encuentras contigo mismo. Es tu propia soledad.

Los móviles nuevos son como un ordenador de bolsillo. Una de las cosas más interesantes que nos ofrecen es la posibilidad de instalar en ellos aplicaciones que pretenden facilitarnos las cosas.
La segunda en pocos días y ambas cerca la una de la otra. Pues que han decidido suprimir por las buenas la misa del gallo. Así que el día 24 de diciembre, una misa vespertina y se acabó, y a cenar todo el mundo con los suyos.
Ya sé que esto es ponerse la venda antes de la herida, y también que no vale arrepentirse de antemano por el pecado que se va a cometer. A pesar de todo eso, confieso que en unas horas voy a incurrir en algunas irregularidades litúrgicas.
A la cuenta de correo de un servidor, así como a la de la parroquia, llegan cada día innumerables ofertas de todo tipo: que me compre un piso en Buenos Aires –me pilla un tanto a trasmano-, un viaje a algún lugar exótico, una fantástica oferta para comprarme un vehículo en Cochabamba o que saque por fin tiempo para unos ejercicios espirituales, cosa que afirmo me vendría estupendamente.