Navidad. Adoración a Dios, no al hombre
La lucha contra el enemigo externo es sencilla y evidente. Hay ataques frontales a la Navidad que uno pesca a nada que se fije un poco. Que haya personas, las patéticas “femen” que intenten secuestrar al niño Jesús en el Vaticano al grito de “Dios es mujer” es un ataque que como tal entiende el más lerdo.
Hay otros ataques muy conocidos aunque socialmente aceptados. Ya sabemos que la Navidad no es consumo, ni derroche, ni anti ácidos a la mañana siguiente. Todos lo decimos, todos consumimos, y comemos y bebemos más de la cuenta. Se sabe. Poco problema, aunque ya lo es reducir el nacimiento del Hijo de Dios a una explosión de luces, cantos y frenesí comercial de donde lo religioso simplemente ha desaparecido de forma callada. Anda que no es complicado ver un belén en un centro comercial o no digamos algo mínimamente evocador de lo religioso en la decoración navideña de nuestras calles. Con todo, no es lo que más me preocupa. Cosas de la sociedad de consumo y punto.

Qué antiguo te estás volviendo. Hay que actualizarse. Eso me dijo una antigua feligresa al conocer la parroquia de la Beata Mogas. Los tres principales signos de carcundia que ella observaba eran la adoración perpetua, los confesionarios y los reclinatorios para facilitar la comunión de rodillas a los que desearan recibirla de ese modo.
Mis pueblos no son Madrid, ni las tres parroquias la Beata Mogas. Lo primero a lo que he tenido que acostumbrarme es a olvidarme de iglesias llenas, gente a cualquier hora y amplia respuesta de los fieles ante cualquier iniciativa.
Hay un fenómeno, bien es verdad que afortunadamente escaso, que siempre me ha causado un cierto estupor. Me refiero a esos maridajes de sacerdote y grupo –comunidad pueden llamarlo- que unen los destinos de ambos con más fidelidad y estabilidad que en un matrimonio de los de antes. De dos formas se da este fenómeno.
Que un periodista afirme que una cosa es el evangelio y otra la doctrina, es algo que no pasa de una simple opinión muy suya. Que alguna Joaquina despistada lo corrobore, no deja de ser anecdótico y una cuestión de menor relieve. Que lo afirme un sacerdote resulta preocupante. Que lo sostenga el cardenal Joseph Tobin, arzobispo de Newark, es como para que se te pongan los cuatro pelos que te quedan como escarpias del siete.





