Du muss meine rechte Arm sein
Estas bellas palabras tienen para mí un gran significado. Las he recordado muchas veces cuando todo se ve negro y no ves solución a nada, sobre todo cuando estás cansado y agobiado por los problemas.
Esta historia me sucedió en 1966, estaba trabajando en el Johannes Hospital de Essen-Kupferdreh. Llevaba más de cuatro años en Alemania y no tenía ningún problema con el idioma, ni con la organización del hospital; era oberartz (jefe clínico). A los enfermos que podían andar me los llevaba a mi despacho para poder hablar con ellos a gusto; y si no podían hablábamos a solas en la habitación.
En la habitación 321 coincidieron una chica de unos 28 años, residente en el mismo barrio del hospital, con una abuelita de 91 años, polaca natural de Katowice. Se llamaba la joven Helga, muy atenta y agradable, la abuelita María.
Tanto Helga como yo nos hicimos muy amigos de María; nos contó que llevaba cincuenta años en Alemania. Sus padres habían muerto en la primera guerra mundial, tenía una tía carnal que vivía en Essen, la acogió y vino a vivir con ella. Se encontraba sola, no tenía más familia.
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