No hay cobertura en el portal de Belén

¿Puede haber una noticia más importante que todo un Dios haciéndose hombre? Ciertamente NO. No me refiero a un falso dios iracundo de la mitología, gestado en la imaginación del poeta. Aludo al Dios verdadero, al que ES, al ser por antonomasia, al que tiene en sí mismo la causa de su existencia.
¿Puede haber una noticia más transcendental que un Dios eterno entrando de lleno en el tiempo? La Historia rasgada de cuajo en dos para siempre, como se rasga el velo del Templo en la Pasión de Mel Gibson, no desde la noche de los tiempos sino desde la plenitud de los tiempos.
Como periodista (y mucho más como creyente) hubiese sido apasionante estar ahí cubriendo la noticia, a pie de césped, de musgo más bien, en la misma cueva. Tal vez la propia Virgen o San José me hubiesen ofrecido sus viandas o un caldo y una manta. Me hubiese apasionado estar presente en ese primer Belén viviente y quedarme esa santa noche en adoración al Niño, con los pastores, al lado de María Santísima y San José. Tal vez acunar al Niño divino e incluso abrazar con toda la reverencia al mismo Dios.

Son legión los ciudadanos españoles, neopaganizados e infantilizados, que no sólo han renunciado al sentido trascendente del catolicismo, que constituye la esencia de España, sino también al pensar y al mismo sentido común, en frase de Jaime Balmes, el menos común de los sentidos.
Tal vez el nombre de Juan Manuel de Rosas no diga gran cosa hoy en día a la mayoría de los españoles pero en Argentina es un nombre que todavía hoy no deja indiferente a nadie. Se trata de una de las mayores figuras de la historia de la nación argentina desde su independencia de España a principios del siglo XIX. No dudó en desafiar, con cierto éxito a las potencias europeas más poderosas de la época, Gran Bretaña y Francia en defensa de los intereses de su Patria. Sincero católico, puede ser considerado como una referencia no solo para su patria, sino para toda la Hispanidad. Fue gobernador de la Provincia de Buenos Aires entre 1829 hasta su derrocamiento en 1852, cargo que en aquel momento venía a equivaler al de presidente de Argentina. Su importancia en la historia de la nación austral es tanta que en Argentina a aquel período se le conoce como la época de Rosas.





