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25.11.22

El P. Augusto Marín, sacerdote y psicólogo, analiza el hecho de que muchos católicos caigan en depresión

El P. Augusto Marín, sacerdote nicaragüense, es una vocación tardía. Psicólogo de profesión, dejó la consulta para abrazar la vida sacerdotal. Estos conocimientos profesionales le son de gran ayuda para ejercer la paternidad espiritual. Analiza en esta entrevista el hecho de que muchos católicos estén depresivos hoy en día.

¿Por qué hay tantos católicos depresivos, cuando deberíamos tener una vida plena de alegría y de confianza en Dios, aún en medio de las dificultades?

Creo imprescindible un enfoque antropológico desde la verdad: somos cuerpo y alma; y por tanto, nuestra naturaleza humana no está exenta de las limitaciones, sobre todo por las consecuencias del pecado original en el intelecto, la voluntad y la afectividad.

De esta forma, aunque la fe católica tiene todos los medios para nuestra santificación, también la fe católica nos enseña que tendremos sufrimientos físicos, psíquicos o espirituales. Ahora bien, algunos de estos sufrimientos son permitidos por Dios para nuestra santificación, otros son provocados como consecuencia del pecado, otros forman parte de ataques diabólicos, y otros forman parte de las heridas recibidas a lo largo de nuestra existencia y las circunstancias que nos han afectado.

La depresión requiere una atención integral: biológica, psíquica, social y espiritual. Ser humildes para pedir ayuda.

Incluso la depresión es muy común entre los sacerdotes, personas que libremente se han entregado a Dios…¿Cómo se puede explicar este hecho?

Dios ha llamado a su servicio a seres humanos frágiles. Todos los llamados experimentan también el cansancio, la desilusión, la frustración, la soledad, la falta de apoyo, la incompresión y otras circunstancias, más o menos profundas, que les llevan a la depresión.

En un mundo tan desacralizado, y ante la pérdida del sentido de trascendencia, también el bautizado que se ha consagrado a Dios, sea en la vida religiosa como en el sacerdocio, es víctima de las crisis propias de su estado de vida, pero también de la agresividad mediática, estigmatización y discriminación por el hecho de ser consagrado a Dios.

A esto debe sumarse la falta de apoyo institucional, de fraternidad sacerdotal y de vida comunitaria en la vida religiosa, así como la progresiva y fatal pérdida de la identidad, crisis en la coherencia con el estado de vida, y lo peor, abandono de los medios de santificación que la Santa Madre Iglesia siempre ha recomendado.

¿Puede ser esta depresión en el fondo producto de la posmodernidad, en donde el entorno invita a la desesperanza?

Ciertamente la posmodernidad invade todas las esferas, incluso las eclesiásticas. El entorno invita a la desesperanza, y muy frecuentemente la enseñanza católica ha diluido su predicación sobre los novísimos, la doctrina, la moral, el culto. Todo esto crea un vacío interior en el consagrado. Sin vida sobrenatural, sin sentido de cruz, sin comunión como Cuerpo Místico de Cristo, sin sacralidad en la Liturgia, todo se reduce a actos externos de piedad que no llenan el alma del consagrado, del sacerdote. Esto es más evidente cuando la secularización ha hecho perder la identidad sobrenatural impresa por el Orden Sagrado y otorgada como don por la profesión de los votos religiosos.

El peligro de vaciar nuestra fe, para entregarnos a un activismo desenfrenado, también repercute en la vida interior. Quedamos sin la protección necesaria para enfrentarnos a un mundo hostil, secularizado, hedonista, hipersexualizado y anticlerical.

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