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22.04.21

Impactante testimonio de la Hermana que cuidó a Monseñor Guerra Campos

La obediencia, me envió como enfermera, a cumplir con esta honrosa misión de cuidar al que fue Obispo de Cuenca, D. José Guerra Campos.

Llegué a Madrid desde Sentmenat con el P. Turú el 4 de Mayo. Oí por primera vez su bien timbrada voz a través del portero automático: “Sííí", así contestaba siempre al descolgar el teléfono, al oír el timbre o golpes en su puerta. Se abrió la del 6º D y apareció el Sr. Obispo sonriente, bajo su prominente nariz. Siempre con la prestancia de su sotana; ‘¡Ah, Antonio! ¿Qué tal hicieron el viaje?’. Su aspecto era enfermizo, ¿cansancio?, ¿sufrimiento?, las dos cosas. Alrededor de su esbelta figura, y alumbrado por una tenue luz, aparecían montones de papeles, libros, cajas, objetos de recuerdo … La humedad y el polvo habían hecho mella, también en las paredes y techos. Denotábase así la pobreza y el desprendimiento con que vivía, pues, siendo como era tan ordenado y pulcro en todo, se vió obligado a habitar el piso en esas condiciones por las prisas del traslado. Y ahora ni él, ni su prima Mª del Pilar que le acompañaba, podían hacer más.

A través del pasillo nos condujo a la habitación de Dª Mª del Pilar, pero antes de llegar abrió la puerta anterior a la suya y visitamos a Nuestro Señor. Sin dejar de sonreír hizo las presentaciones debidas y después, bajando los ojos, nos explicó la historia clínica de su prima y su estado actual, pausadamente y con todo detalle, como hacía siempre. D. Antonio se marchó al día siguiente y yo empecé mi misión. A las 21h terminé la primera jornada y concluí con un ‘diagnóstico’ claro de la situación. Mª del Pilar tenía una demencia senil galopante que estaba acabando con las fuerzas físicas y anímicas de D. José . Primero fue su marcha de Cuenca en Junio, rápida e inesperada porque así le obligaron a hacerlo, después su dolencia cardiaca, que se alivió con la implantación de un marcapasos en el mes de Abril, pero de cuya intervención no pudo recuperarse debidamente por verse obligado a atender a su prima. Se volcó en ella, abandonándose a sí mismo por completo. Dª Mª del Pilar se puso al servicio de D. José cuando éste ejercía sus ministerios en Santiago, luego le siguió a Madrid, Cuenca y ahora… otra vez aquí; a su misión se entregó en cuerpo y alma, compartía y luchaba a su lado en todo y por todo.

Los días pasaban y la situación se hacía insostenible. Ella extremadamente inquieta, hablando sin cesar de día y de noche y él soportando alegre y mansamente esta inestabilidad. Yo estaba las doce horas del día junto a la cama de Mª del Pilar, que no podía andar, y si me ausentaba en algún momento por alguna razón de necesidad inmediatamente me llamaba (con otros nombres), hasta que acudía. Rezábamos Laudes, Vísperas, el Rosario, le leía a Sta. Teresita … Algunos días me seguía, incluso a veces eso le tranquilizaba y se dormía, pero sólo algunos días … D. José solía estar en su despacho y en cuanto ella le llamaba: D.José, acudía pacientemente, le hacía algunas reflexiones o le hablaba de sus cosas en Cuenca, como ignorando su desequilibrio mental, le escuchaba al principio pero luego seguía su ritmo otra vez … Muy a menudo se sentaba encima de su cama (porque nunca consintió que yo le cediera mi hamaca de playa, el único asiento que había en la habitación) y hablábamos; aunque él me preguntaba cosas, era yo la que normalmente le escuchaba y en ocasiones se me encogía el alma mientras le oía, con la emoción , al ver que vivía en una pobre habitación de un piso también pobre de Madrid. Estas idas y venidas de su despacho a la habitación eran frecuentes en un día. Nunca dejó de acudir a la llamada de Mª del Pilar.

Poco a poco fui descubriendo su exquisita sensibilidad por las cosas de Dios, que se traducía en una gran caridad con el prójimo. Nada más abrirme la puerta por la mañana me preguntaba si había descansado y cenado bien y si había hecho bien el viaje hasta allí, pues tenía que andar un trozo desde la parada del autobús y eso no le gustaba. Cada día, sin excepción, me lo preguntaba. Una tarde estaba yo planchando, aprovechando media hora que Mª del Pilar se quedó dormida, en una habitación donde estaban los muebles del comedor … y más cosas, entre ellas una montaña de ropa para planchar; la planchadora estaba colocada de manera que yo quedaba de espaldas a la puerta, con la persiana entreabierta se veía a media luz. De repente se encendió la lámpara, me giré y me encontré con el Sr. Obispo: “Aquí hay muy poca luz", dijo, dio media vuelta y volvió a su despacho, que estaba situado en el otro extremo del pasillo. Otro día estaba en la cocina lavando los platos, con agua fría, e inesperadamente apareció su mano por delante de mi y abrió el grifo de la caliente. Me quedé tan gratamente sorprendida que cuando quise darle las gracias ya había desaparecido. Pensaba luego cómo se habría dado cuenta, miré hacia arriba…¡claro!, el calentador estaba apagado. Cada minuto pasado a su lado ha sido un ejemplo de vida. Mª del Pilar y yo oíamos su Misa desde la habitación. El levantaba la voz y salía al pasillo para leer las lecturas. Luego venía a darnos la paz y la Comunión (a ella sólo cuando estaba en condiciones). El primer día le dije que no comulgaría porque ya lo había hecho por la mañana. Sin embargo me ofreció la Sagrada Forma mojada en la Sangre Divina, diciéndome: “Está Vd ejerciendo un servicio especial". Y así todos los días. Vivía pobremente, no porque no pudiera hacerlo mejor, sino porque era verdadero discípulo de Cristo que nació, vivió y murió pobre. Lo único que le importaba, como me dijo un día, era buscar el Reino de Dios y su Justicia, enseñándome que ésta no es otra cosa que la verdadera caridad con el prójimo.

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