«Honrarás a tu Padre y a tu Madre»

«Honrarás a tu Padre y a tu Madre»

El amor a Dios por encima de todas las cosas como primer mandamiento, no solo no excluye el amor y escucha a los padres, sino que nos perfecciona, para honrarles según Dios Padre todo poderoso y María, madre de solicita escucha.

La definición de honra es, estima y respeto de la dignidad propia. Por eso el honrado es el que puede honrar en su segunda definición: Respetar a alguien; Enaltecer o premiar el mérito de alguien. Esto viene a mirar con buenos ojos los consejos de los padres, pero sobre todo, un sentido de que se sientan honrados, es que sabemos cuidarnos, tomar decisiones que no hagan peligrar nuestra integridad física o moral, nuestra vida, sobretodo la eterna.

Amarnos a nosotros mismos, es honrar a nuestros padres. Quien se ama y se respeta, no puede hacerse daño así mismo, quien no se quiere, hace daño a los seres queridos, porque aunque nos gustaría que no se preocuparan por nosotros, no pueden dejar de hacerlo. Sufren ya sea en silencio o con enfados, toman medidas para nuestro bien ya sean bien o mal elegidas, oportunas o inoportunas, porque nacen del dolor, del sufrimiento, por sus hijos, que no se aman a sí mismos.

El amor a Dios por encima de todas las cosas como primer mandamiento, no solo no excluye el amor y escucha a los padres, sino que nos perfecciona, para honrarles según Dios Padre todo poderoso y María, madre de solicita escucha.

Honrar es respetarlos, pero ellos están contentos, se sienten felices y honrados con la bendición de Dios, de unos hijos que se aman y se respetan así mismos.

No estoy hablando de elegir la profesión que ellos quieran, ni tampoco de vacunas, hablo de lo más básico, de lo más sencillo y humilde, de que respetemos nuestros cuerpos: «¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios es sagrado, y vosotros sois ese templo. ¡Nadie se engañe! Si alguno entre vosotros se cree sabio según este mundo, vuélvase loco, para llegar a ser sabio.» (1Cor 3,16-18)

Hoy solo queremos agradar al mundo, solo a base de honrar, amar la vanidad y la codicia de los ojos ajenos y desconocidos, a los que se quiere agradar. Vivir solo de la imagen que ese otro «amor» espera de ti. En un mundo de usar y tirar, mantente bello, delgado, peinado y en forma, vive de sus miradas, concupiscencias, y así te convertirás en otra persona vacía más, a la que no importaras a nadie (solo a tu familia), porque como tu habrá muchos productos de usar y tirar. En el fondo es sencillo, ¿a quién quieres honrar? ¿A tus padres o a la vanidad del mundo que te consumirá hasta los huesos? Este mundo, seca el alma, y el alma seca el cuerpo, porque diría si no, Jesucristo: «Si alguno tiene sed, que venga a mí, y beberá el que cree en mí, como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva.» (Jn 7,37-38); «Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.» (Mt 11,29-30)

La imagen no es mala, porque es lo que nos define, es lo que somos, es lo que ve la gente, pero esa imagen, es la «imago dei» que tiene que manifestarse en su plenitud, en el absoluto de lo que somos, «imago dei», para ser mandatos de Dios y amar como Dios ama. Nosotros a imagen y semejanza de Dios y heridos por el pecado, no hemos dejado de saber lo que nos conviene, pero sí el modo de conseguirlo. La sociedad de hoy vuelve a ese pecado originario de ser como dioses (Ángeles desobedientes) andróginos, sin ningún tipo de donación hacia la vida, más que los egoísmos del diablo de honrarnos a nosotros mismos en nuestra parte «masculina y femenina» (como me dijo una vez una satanista) que está recogido en el gnosticismo del siglo II, pero que empieza en el Edén: «cuando lo masculino y femenino sean uno» (Apócrifo de Tomas). Así no hay amor ni donación, y se acaba el Padre y la Madre, se acaba la creación y la honra, quedando solo la soberbia.

Nadie puede amar lo que no conoce, si no lo conoce tampoco puede exigirlo, ni afectarnos. Si una persona en África nunca ha conducido un coche ni lo ha visto, no puede ser infeliz recorriendo 4 kilómetros para ir a otra aldea, los infelices somos nosotros si hiciéramos eso, porque echaríamos de menos el coche. Por lo tanto nadie puede amar o echar de menos, lo que no conoce. Cuanto más, si para viajar tuviéramos que recorrer diez mil kilómetros, en vez de viajar en avión, cuando estos ni existían.

En cambio, nosotros al nacer, conocemos los 10 mandamientos. Aquí la cuestión es, si al nacer venimos sin conocer nada, no deberíamos exigir nada, y bien venido sea todo, pero no es así. Un niño solo espera cariño, la dulzura y cuidado de una madre y de un padre. Cuando recibe malos tratos, desprecios, negaciones, abusos, se traumatiza porque esperaba recibir otra cosa, esperaba amor ¿Cómo es posible entonces el trauma y no reconocer que eso sería bueno? ¿Por qué no lo aceptamos, sino tenemos conque compararlo? ¿Cómo sabemos que es malo? Porque hemos sido creados en el Amor, hemos sido amados por Dios al darnos la vida y esa huella nadie, ningún demonio la puede borrar. Dios que es absoluto, nos ha amado absolutamente, y lo absoluto es que todo lo malo, la ausencia de bien, en contraste de los mandamientos, nos hiere profundamente. Esas heridas, de la falta de un amor ordenado, dejan huella, miedos y trastornos que hay que saber afrontar, donde aparecen los padres, que nos educan y guían en nuestro crecimiento. La honra es que su autoridad viene de Dios que es Padre y ha puesto por encima de Él (principio sin principio) un principio, Una Madre. Por lo tanto no importa si los padres han sido buenos, o si se nació huérfano; de hecho el huérfano, busca siempre a sus padres, busca conocer su origen, cuando lo que busca en realidad es a Dios, ese Amor por el que ha sido creado. Lo que importa es que si algo hemos recibido bueno de nuestros padres (más de lo que se está dispuesto a reconocer, o siquiera responder) eso viene de Dios, y lo malo de la fragilidad humana viene de ellos, pero que aun así deseamos amar y perdonar. Para ello es necesario, amarnos como Dios nos ama, o dejarnos amar por Dios, sin renunciar a que para ello es necesario reconocer una Verdad creadora y antropológica, hombre y mujer.

No nos conformamos con menos, que con el Amor de Dios, el absoluto de sus mandamientos. Por eso corremos el riesgo de ver lo oscuro, volvernos sobre nuestra sombra, que sin ser nosotros, refleja lo que poseemos de lo Divino que nos ha dado el ser. Creados en verdad para ser como «dioses», podemos caer en el error angelical de no servir sus mandatos, marcando así nuestros horizontes y pensamientos, fuera de la realidad, no aceptando la realidad. Y la realidad es que tenemos un ombligo, un padre y una madre, donde a veces uno no ha recibido lo debido, incluso cosas malvadas, convirtiéndose así los padres en enemigos. Esos enemigos a pesar de ello, esta en nuestro ser, amarlos, y con la ayuda de Dios podemos: «Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos.» (Mt 5,44-45). Rogad por ellos, esa es la forma de ser hijos del Altísimo, si, para que un día Dios como Padre y la Virgen, como Madre, dé lo que no se ha recibido, un Amor que está ahí esperando, como una promesa que todos pueden recibir. Amar así es dar la ternura de un hijo, a unos padres, que aún no habiéndolo recibido de ellos, recibiéndolo de Dios, lo da sin pedir cuentas de nada. Este amor tiene ya una Sabiduría, por la cual los padres son honrados, en el sentido de que si fueran rectos, estarían agradecidos de sus hijos, no solo porque se aman a sí mismos, sino porque se aman como Dios los ama y su alma está en paz, porque han reconocido en Dios, ese amor que les ha dado el ser. No hay ya búsqueda de amor, sino esperanza en la realidad de un encuentro.

Si los padres han sido buenos, ¿por que pensamos que no saben lo que necesitamos, cuando se preocupan por nuestra salud? frente a todos los problemas del mundo, ¿porque seguimos nuestras vanidades y egoísmos, y no pensamos por nuestro bien, y lo que ese bien puede hacernos a nosotros y a los demás? ¿Piden algo malo los padres buera de lo básico, que te abrigues y alimentes? Piénsalo, lo básico de este abrigo y alimento ¿no está en Dios, que alimenta a La Iglesia con su Palabra, la da calor con su Espíritu Santo y vida con su Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad en la Hostia consagrada? ¿No es este el testimonio inseparable del Agua, Espíritu y Sangre? Sí se es católico no ofendamos a Dios, no cuidando nuestro cuerpo y nuestra alma[i]. Supongo que siempre habrá algo de lo que quejarse, pero hay que recordar, el misterio de la Paternidad, que en Él Hijo, lava los pies a Pedro, frente a la vergüenza de este. Sí estamos enfermos, ¿porque no lo reconocemos? ¿por qué no dejamos que nuestros padres nos cuiden? ellos reflejan y deben reflejar, la Paternidad de Dios. Vemos el amor de Dios, en el momento de la vida en que ya no podemos ofrecer nada, ni méritos, ni esfuerzos, dinero, belleza, inteligencia, a veces ni comer autónomamente, y en ese momento, Dios nos lava los pies, nos alimenta, consuela, se preocupa, solo porque somos criaturas suyas, en gratuidad absoluta, solo para que, mendigando nuestro amor, aceptemos ser hijos suyos. Que le diremos ¿Yo no tengo ningún problema? O rendirnos a la gratuidad del amor, reflejado en unos buenos padres, que nos aman solo porque somos, y si algo malo nos pasara… su dolor no desaparecería y lejos de renunciar a ese dolor, solo se repetirían, ¡ha sido culpa nuestra!, alimentándose de su culpa, al menos así vivirá el recuerdo siempre en su corazón, presente siempre en la tristeza de esa perdida. Sí podemos algo remediar, no vivamos autorreferencialmente para un mundo de vanidad, no nos miremos como nos vemos o dejamos de ver, mirémonos como nos ven nuestros padres, y dejémonos aconsejar y cuidar en ultimo termino, por lo que representan los padres, en el misterio Divino, el Amor de Dios y María. Este amor es la medida, el absoluto de todas las cosas, por las cuales seremos medidos, los mandamientos.

A veces las personas se hacen daño porque saben que así sufrirá la persona amada, queremos así que nuestras alegrías y sufrimientos los comparta todo el mundo, pero ¿porque cargar esa rueda de molino sobre unos padres y sobre uno mismo?. El mandamiento de honrar a nuestros padres, al igual que todos los demás mandamientos, están tan arraigados en lo más profundo del ser, que no hace falta ser cristianos, para sentir esa unión o rotura interior del alma que es como si estuviera dividida en 10 pedazos. Es parte del ser humano y se siente incluso en el sexto mandamiento, aunque uno sea ateo.

Cuantas veces no reparamos en que unos padres, ya solo viven por sus hijos, para que los hijos tengan una infancia relajada y buena. Pero también hay que saber cuándo madurar, y esforzarnos, en escuchar y mirar, que detrás de la sencillez y repetición de un consejo, hay mucho, mucho más, que podremos ver solo si obedecemos y salimos de lo que los demás tienen que ver, y empezamos por mirar más allá. Más allá es que la gloria de Dios, se esconde en la «inutilidad» de la vejez[ii]. Es increíble todo lo que se pierde, si no se sabe dar gracias. La madurez no se alcanza, sino por saber que frente al caos y el desorden externo e interno, hay un orden, un cosmos al cual pertenecemos, el orden del Amor, este está herido, pero no corrompido, no. No debemos cambiar y convertirnos en el sentido de hacer de una naturaleza mala, una buena, eso es imposible, incluso para Dios, porque Dios todo lo ha creado bueno y no hay en nada veneno de muerte: «Él lo creó todo para que subsistiera: las criaturas del mundo son saludables, no hay en ellas veneno de muerte ni el abismo reina sobre la tierra.» (Sabiduría 1,14). La conversión es volver a la niñez, esa bondad innata, aunque ya inclinada al deseo de lo que no conviene, la cual unos padres acompañan y educan.

Hay que recordar los pecados ajenos y propios que nos hicieron cerrar el corazón, y volver a abrirlo al deseo de amor que brota de Él, hecho para que habite Dios en Él, volver a ser buenos, sin renunciar a la experiencia e inteligencia que tenemos ahora, para saber discernir, acompañar, amar y dejarnos amar.

La ley se dio a Moisés, porque el pueblo no guardó los mandamientos en el corazón, y tuvieron que ser escritos sobre Piedra[iii], para dar testimonio contra los corazones de piedra. Son tan absolutos que estaban presentes donde no había ley, cuando se dieron a Abraham: «en pago de que Abrahán me obedeció y guardó mis observancias, mis mandamientos, mis preceptos y mis instrucciones.» (Gn 26,5). Son la esencia y alimento del alma, porque el alma son ellos, pues alma es: mente, corazón, cuerpo, así de absolutos[iv] son, de modo que no están separados, sino que resumiéndose en el amor a Dios y al prójimo, son solo uno e indiviso, como lo es cada individuo. Jesucristo es absoluto por ser Dios, siendo tres personas es una sola substancia, en el amor, comunicado por los 10 mandamientos que iban en el Arca de La Alianza, que son Jesucristo, La Palabra de Dios, en la que se resume la ley y los profetas[v].

 

 



[i]Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama a aquel que da el ser amará también al que ha nacido de él. En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. Pues el amor a Dios consiste en guardar sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados, pues todo lo nacido de Dios vence al mundo. Y esta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Este es el que vino con agua y con sangre: Jesucristo; no solamente con el agua, sino con el agua y con la sangre. Y es el Espíritu quien da testimonio, porque el Espíritu es la Verdad. Pues tres son los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres convergen en lo mismo. Si aceptamos el testimonio de los hombres, mayor es el testimonio de Dios. Este es, pues, el testimonio de Dios, que ha testimoniado acerca de su Hijo. Quien cree en el Hijo de Dios posee el testimonio dentro de sí. Quien no cree a Dios le hace mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo. Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna y esta vida está en su Hijo. Quien tiene al Hijo, tiene la Vida; quien no tiene al Hijo de Dios, no tiene la Vida. Os he escrito estas cosas a los que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que os deis cuenta de que tenéis Vida eterna. Esta es la confianza plena que tenemos en él: que si le pedimos algo según su voluntad, nos escucha. Y si sabemos que nos escucha cuanto le pedimos, sabemos que tenemos conseguido lo que hayamos pedido. Si alguno ve que su hermano comete un pecado que no es de muerte, pida y le dará vida -a los que cometan pecados que no son de muerte pues hay un pecado que es de muerte, por ése no digo que pida-. Toda iniquidad es pecado, pero hay pecados que no llevan a la muerte. Sabemos que todo el que ha nacido de Dios no peca, sino que el Engendrado de Dios le guarda y el Maligno no le toca. Sabemos que somos de Dios y que el mundo entero yace en poder del Maligno. Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para conocer al Verdadero. Nosotros estamos en el Verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el Dios verdadero y la Vida eterna. Hijos míos, guardaos de los ídolos...” (1 Jn 5,1-21)

El testimonio del agua: Bautismo; Confesión: morir al pecado: “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal de modo que obedezcáis a sus apetencias.” (Rm 6,12)

El testimonio del Espíritu: “al presente, libres del pecado y esclavos de Dios, fructificáis para la santidad; cuyo fin es la vida eterna.” (Rm 6,22)

El testimonio de la sangre: Eucaristía: “el pecado no dominará ya sobre vosotros, ya que no estáis bajo la ley sino bajo la gracia.” (Rm 6,14)

[ii]Aparecieron ojos, como ojos humanos, en aquel cuerno, y una boca que profería insolencias. Seguí mirando hasta que se levantaron unos tronos y un anciano en días se sentó. Su vestido era blanco como nieve, el cabello de su cabeza como lana pura; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, fuego llameante.” (Dn 7,8-9)

[iii]Al acercaros a él, piedra viva desechada por los hombres pero escogida y preciosa delante de Dios, también vosotros -como piedras vivas- sois edificados como edificio espiritual para un sacerdocio santo, con el fin de ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por medio de Jesucristo. Por lo que dice la Escritura: Mira, pongo en Sión una piedra angular, escogida, preciosa; quien crea en ella, no será confundido. Por eso, para vosotros, los creyentes, el honor; pero para los incrédulos: La piedra que rechazaron los constructores, ésta ha llegado a ser la piedra angular, y piedra de tropiezo y roca de escándalo. Ellos tropiezan, porque no creen en la palabra: para esto habían sido destinados. Pero vosotros sois linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo.” (1Pe 2,4-9).

[iv]«Maestro, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?» Él le dijo: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?» Respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.» Díjole entonces: «Bien has respondido. Haz eso y vivirás.»” (Lc 10,25-28)

[v]el hombre de espíritu lo juzga todo; y a él nadie puede juzgarle. Porque ¿quién conoció la mente del Señor para instruirle? Pero nosotros tenemos la mente de Cristo.” (1 Cor 2,15-16)

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