Pasión educativa

La salida de la crisis en que nos encontramos –crisis cultural y espiritual, no menor que la económica– no será posible sin mejorar la calidad de la educación. Y educar no es un oficio más. Es de esas tareas de las que decimos que requieren «vocación». Y como toda vocación, ésta también lleva consigo una misión, imposible sin lo que se ha llamado «pasión educativa».

Cabe, en nuestra situación, profundizar en esa «pasión educativa», expresión que fue usada el 27 de mayo de 2010 por Benedicto XVI, en un encuentro con los obispos italianos donde explicó cómo, en nuestra actual urgencia educativa, él veía especialmente dos raíces:

Autonomía y fuentes de la educación

a) Primera, un falso concepto de la autonomía del hombre. La describía así: «El hombre debería desarrollarse solo por sí mismo, sin imposiciones por parte de los demás, los cuales podrían asistir a su autodesarrollo, pero no entrar en este proceso». Y advertía recurriendo a la perspectiva personalista: «En realidad, es esencial para la persona humana el hecho de que llega a ser ella misma sólo desde el otro, el ‘yo’ se convierte en sí mismo sólo desde el ‘tú’ y desde el ‘vosotros’, está creado para el diálogo, para la comunión sincrónica y diacrónica. Y sólo el encuentro con el ‘tú’ y con el ‘nosotros’ abre el ‘yo’ a sí mismo». Por eso, concluía, es necesario «superar esta falsa idea de autonomía del hombre, como un ‘yo’ completo en sí mismo, mientras que llega a ser ‘yo’ también en el encuentro colectivo con el ‘tú’ y con el ‘nosotros’».

b) Segunda, el escepticismo y en el relativismo. Dicho de otra manera, la exclusión de las fuentes que orientan el camino humano: la naturaleza (el «libro de la creación», capaz de proporcionarnos orientaciones sobre los valores verdaderos); la Revelación (no solo como fuente de motivaciones, sino también capaz de ayudarnos a descifrar el libro de la creación); y la historia (que no es solo resultado de decisiones, sino educadora, en sus dimensiones cultural y religiosa, de esa apertura del «yo» al tú», al «nosotros» y al «Tú» de Dios, aunque en algunos aspectos el legado de la historia deba ser mejorado.

Exhortaba el ahora Papa emérito a volver a esas fuentes de la educación, y a no ceder ante las dificultades, ante las tentaciones de desconfianza y resignación, en el sentido peyorativo del término.

Educar es ayudar a situarse en el mundo con sabiduría

«Despertemos más bien –­proponía– en nuestras comunidades esa pasión educativa, que es una pasión del «yo» por el «tú», por el «nosotros», por Dios, y que no se resuelve en una didáctica, en un conjunto de técnicas ni tampoco en la transmisión de principios áridos. Educar es formar a las nuevas generaciones, para que sepan entrar en relación con el mundo, fuertes en una memoria significativa que no es sólo ocasional, sino acrecentada por el lenguaje de Dios que encontramos en la naturaleza y en la Revelación, por un patrimonio interior compartido, por la verdadera sabiduría que, mientras reconoce el fin trascendental de la vida, orienta el pensamiento, los afectos y el juicio».

Y concluía subrayando algunas claves de la educación cristiana: la importancia del anuncio de Jesucristo para la formación integral y para la vida lograda; el encuentro personal con Él como «la clave para intuir la relevancia de Dios en la existencia cotidiana»; la relevancia del testimonio del educador; la propuesta, a los jóvenes, de una «medida alta y trascendente de la vida, entendida como vocación». En suma, la necesidad de «una vida buena y significativa» en su relación profunda con la educación basada sobre «las verdaderas fuentes de los valores».

En efecto, es patente que esa pasión educativa se requiere en todas las etapas formativas y en todas las materias, quizá particularmente en aquellas más «comprometidas» como la ética y la educación en la fe.

Publicado originalmente en Iglesia y Nueva Evangelización

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