(Nicolás de Cárdenas/Actuall) Y dale. Y venga. Y sigue. Y otra. El machaque continuo al que fueron sometidos Almudena Cardona y Alejandro Setién, joven matrimonio residente en Santander, para que abortaran a su hija Valeria fue constante a lo largo de su complicado embarazo. En su hospital, nadie quería luchar por su hija… salvo ellos.
A las 17 semanas, el mismo día en que conocieron que sería niña, les dieron la fatal noticia de que tenía una grave afección en los riñones y que además padecía hipoplasia pulmonar.
El ginecólogo que les atendió, les espetó toda la información «de forma agresiva» y no planteó otra opción que no fuera ir preparando el informe para la realización del aborto.
Lo vió tan claro que ni siquiera guardó ninguna imagen completa de Valeria captada por el ecógrafo. Sólo seis imágenes de los riñones dañados, las que a su juicio imponían por sí mismas la realización del aborto.
Almudena y Alejandro tuvieron mala suerte, pues estas consultas se produjeron en verano, con la consiguiente rotación de personal y, como el caso llegaba una y otra vez de nuevas «a cada consulta que íbamos nos proponían el aborto».
El embarazo seguía avanzando y los plazos legales de aborto estaban a punto de vencerse, por lo que uno de los médicos, hacia la semana 26 de vida intrauterina de Valeria, les presionó hasta el punto de ofrecerles una falsificación de los documentos: «Podemos falsear el informe para que ponga unas semanas menos».
Alejandro y Almudena son muy conscientes de que, si no llegan a tener sus ideas muy claras, hubieran podido caer en la tentación de actuar de otra manera debido al «continuo machaque».
«Es normal que la gente aborte» debido a las presiones, según reconoce Alejandra en el programa ‘Firmes en la Verdad‘ de HM Televisión.
Por fortuna, Alejandro y Almudena pudieron contactar a través de la Asociación Provida con un médico del Hospital de la Paz en Madrid (ellos viven en Santander, a más de 400 kilómetros de distancia) que les ofreció la ayuda que necesitaban.
Cuando el embarazo ya estaba muy avanzado y se acercaba el momento del parto, elaboraron un documento de peticiones porque no confiaban en que les permitieran hacer todo lo necesario para que su hija viviera tras el nacimiento, al menos unas horas.
Si la niña no nacía por cesárea, es posible que no sobreviviera al esfuerzo. Además, querían que estuvieran presentes tanto Alejandro, el padre de la niña, como un sacerdote para poder bautizar a Valeria. Y que no se llevaran a la niña unas horas, como es habitual, si no que la dejaran desde el primer momento con la madre, piel con piel.
Con esos miedos, de nuevo en Santander, lograron por fin hablar con el Jefe de Servicio que se interesó por su caso: «Vamos a hacer todo lo posible por Almudena y por Valeria», les dijo. Almudena no pudo reprimir sus lágrimas.
El médico, preocupado, se disculpó por si había dicho algo inconveniente. Pero no, Almudena lloraba porque era la primera vez que sentía apoyo de un médico de su ciudad en los difíciles meses de su embarazo.
Valeria nació por cesárea y pudo sentir el abrazo de su madre. «Cuando nació, lloró, nos miramos y pensamos ‘aquí ha pasado algo'», cuenta Almudena. En esos momentos, creyeron que tal vez la niña podría estar bien. Pero no.
Alejandro también pudo besarla y ayudar a cubrirla con sus primeras y únicas ropitas. El sacerdote la bautizó con apremio y, tras suturar la cesárea, Almudena, Alejandro, Valeria y algunos familares pudieron compartir algo más de hora y media juntos.
«Tenemos mucha paz. No nos arrepentimos de esta decisión que tomamos. Ahora la sentimos cerca. Hablamos con ella todas las noches», resumen Almudena y Alejandro.