(InfoCatólica) El purpurado comenzó su predicación saludando a los presentes con el tradicional «¡Que el Señor os dé la paz!», e invitó a mirar el sepulcro vacío no como una evasión de la realidad, sino como un signo concreto de esperanza en medio de las tinieblas. El Evangelio de la Vigilia, señaló, «habla de una piedra poderosa, pero derribada y que ya no encierra nada», símbolo de que ni el miedo ni la muerte tienen la última palabra.
A lo largo de su homilía, el cardenal Pizzaballa subrayó la llamada de la Iglesia de Jerusalén a no encerrarse «en nuestros cenáculos» ni a dejarse paralizar por el temor, sino a salir, construir la paz y anunciar el Evangelio, «especialmente hoy». La paz que el cristiano está llamado a ofrecer, añadió, «no es como la da el mundo», ya que no nace del poder, sino del Espíritu, y se sostiene en la justicia y el perdón.
Refiriéndose a la situación política y humanitaria de la región, el Patriarca reconoció el sufrimiento de las comunidades cristianas, en particular la de Gaza, a la que definió como «una pequeña barca anclada a la vida, en un mar de dolor y sufrimiento». A pesar de las incertidumbres, sostuvo que «el camino del sufrimiento nunca es solitario», ya que la compasión y la solidaridad lo recorren con gestos como los de la Verónica o Simón el Cireneo.
La homilía concluyó con un llamado a vivir la Pascua como responsabilidad y testimonio. «Nada nos encierra en nuestros sepulcros», afirmó con fuerza el cardenal Pizzaballa. «Somos una Iglesia viva, que no se rinde ante los obstáculos», añadió, alentando a los fieles a correr como los discípulos, a proclamar que «no hay nada más hermoso que vivir con Cristo Resucitado, también hoy, en todas partes y a pesar de todo».
El Patriarca encomendó finalmente a todos los fieles a la protección de la Virgen María, modelo de fortaleza al pie de la cruz y de alegría pascual, para que, como ella, los creyentes sepan vivir la fe con entereza y esperanza.