Las siete palabras de Jesús en la cruz
Cuarta Palabra
“Desde la hora sexta la oscuridad cayó sobre la tierra hasta la hora nona. Y alrededor de la hora nona Jesús clamó con fuerte voz.
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27, 45-46)
Estas palabras de Jesús son quizás las que nos permiten asomarnos más íntimamente al corazón de Jesús en los momentos de su agonía. En un primer momento nos cuesta trabajo pensar que Jesús, el Hijo fiel, el Hijo obediente, que tenía su gozo y su vida en cumplir la voluntad de su Padre, se sienta ahora abandonado por El, precisamente en este momento terrible de la muerte.
¿Se tratará quizás de un abandono aparente? ¿Pero qué sentido podría tener que Jesús se expresara así si realmente no estuviera viviendo esa terrible soledad de sentirse abandonado por su Padre? El abandono de Jesús en la Cruz, que recuerda las congojas de Getsemaní, nos permite comprender la verdad de su humanidad, la hondura de su sufrimiento, la inmensidad desconcertante de su amor.
La meditación detenida y piadosa de esta exclamación de Jesús nos permite asomarnos al misterio más hondo y desconcertante de su muerte. Tratemos de acercarnos con infinito respeto a los sentimientos de Jesús moribundo. Si pensamos que es el Hijo eterno de Dios, no podemos aceptar que se sienta abandonado por su Padre del Cielo. Pero si pensamos que ha querido hacerse hombre como nosotros, con todas las consecuencias, si pensamos que el Padre ha querido atraernos de nuevo a su amistad por el camino de la vida perfectamente humana y perfectamente santa de su Hijo, entonces sí podremos vislumbrar algo de este misterio de soledad y de fidelidad que es la agonía y la muerte de Jesús.
Como hombre que es, Jesús está viviendo en absoluta verdad el proceso terrible de la muerte, como cualquier otro hombre, en abandono, en un implacable oscurecimiento de los horizontes de su vida en la tierra. El ha vivido siempre como el hijo fiel en la presencia y la comunicación amorosa de su Padre. El ha tratado de vivir siempre y en todo según su voluntad. Pero ahora la respuesta consoladora del Padre del Cielo no aparece por ningún lado. ¿Dónde está ahora el poder de Dios para librarle de la muerte? ¿Dónde están ahora los ángeles del Cielo para librarle del poder de sus enemigos? La única respuesta es el silencio, las burlas de los espectadores, la traición de los amigos, el lento oscurecimiento de su vida. El ha llegado hasta aquí por ser fiel a la misión recibida, por dar testimonio de la verdad, por cumplir siempre y en todo la voluntad del Padre que le ha enviado. ¿Por qué ahora Dios no sale de ninguna manera en su defensa? El sol oscurecido es la muestra del oscurecimiento interior de Jesús en la soledad de su muerte.
Hay unas palabras misteriosas de san Pablo que nos ayudan a asomarnos a este terrible misterio del amor redentor de Dios en Cristo. “Al que no había conocido el pecado , Dios le hizo pecado, para que fuéramos en El justicia de Dios” (IIC 5, 21). El inocente, por haberse identificado con nosotros, tuvo que pasar por la experiencia de la soledad que merecen nuestros pecados, para que nosotros pudiéramos recibir el perdón y recuperar la comunión de vida eterna con nuestro Dios y Creador.
Jesús tiene que vivir la entera verdad de su muerte. La dura verdad de la muerte de todos los hombres. El amor del Padre calla y se queda como un paso atrás. El nos ha dado a su Hijo de verdad y le deja recorrer hasta el final el camino de su vida humana, sin ahorrarle ningún dolor, para que hasta los rincones más oscuros del sinsentido y del horror de nuestra vida queden sanados por su presencia. Jesús tiene que recrear la humanidad entera, por eso tiene que bajar hasta lo más hondo de sus soledades para poner allí el bálsamo de su presencia y la luz de su esperanza. Su misión como redentor y principio de una nueva humanidad requiere que viva enteramente y santamente el itinerario completo de la vida humana incluida también la terrible soledad de la injusticia y de la muerte. Es la hora de consumar hasta el final la confianza en Dios y la unión de amor con los hermanos de la tierra. En ese silencio de Dios, en ese aparente abandono de Dios crece hasta el infinito el amor redentor de Jesús y se manifiesta en su plena verdad el amor salvador de Dios.
Las palabras y los sentimientos de Jesús seguramente se inspiraban en las expresiones del salmo 21.
Te llamo de día y de noche y no me respondes.
Estoy hecho un gusano, todos se burlan de mí,
Si confía en Dios, pues que Dios le salve.
Se me derriten los huesos en las entrañas.
En ti esperaron nuestros padres y tú los liberaste.
No te quedes lejos de mí, libra mi alma de la muerte.
Señor salva mi vida, salva mi alma eternamente.
Y yo anunciaré tu nombre a mis hermanos.
La soledad y el abandono eran la condición para que Jesús, invocando a Dios desde la más densa oscuridad, llevara hasta el límite la confianza amorosa del hijo fiel, para que desde lo más hondo de la tentación quebrara definitivamente el poder del demonio sobre nosotros, ese poder misterioso y maligno que nos hace apegarnos a los bienes de este mundo desconfiando de Dios y de la vida eterna. Precisamente en estos momentos de abandono, de soledad, cuando parece que Dios se ha desentendido de El, cuando tiene que agarrarse a la confianza en la bondad del Padre en la más absoluta oscuridad, es cuando llega a ser más hijo, cuando afirma más plenamente su amor y su fidelidad de hijo, cuando se mantiene el amor al Padre Dios, soldando para siempre y en toda circunstancia la vida de los hombres al amor y a la gracia del Dios silencioso y ausente. Este momento de su abandono es a la vez el momento culminante de la redención, de la nueva alianza, de la victoria sobre el demonio y la muerte, el momento central de nuestra redención.
El silencio de Dios es el momento de su gran amor por nosotros. Dios fue capaz de dejar que su Hijo muriera en esa experiencia de soledad para que llegara a la plenitud y a la perfección su amor y su fidelidad sanando así de una vez para siempre todos los pecados de abandono y desconfianza de los hombres. Cuando parece que Dios está más ausente es cuando nos está dando más plenamente a su Hijo para que sea El nuestro camino de salvación.
En la desolación interior de Jesús aumenta su amor y aumenta su poder. ¿Quién podrá resistir la fuerza de este amor que se rebaja que se anula por nosotros? La fuerza de Jesús es la fuerza de Dios, y la fuerza de Dios es el amor, un amor que respeta, un amor que espera, un amor que se entrega del todo por el bien nuestro, por la salvación de cada uno de nosotros. Y esa es también la fuerza de convicción de la Iglesia, no el esplendor de sus maravillas externas, sino el amor de los santos, la fortaleza y la fe de los mártires, la fidelidad de los que dan su vida cada día en el cumplimiento de su deber y en el servicio del prójimo, la fidelidad mansa y tranquila de quien sirve a la verdad y al bien de la vida con el amor inagotable y siempre joven de cada día.
La vida y la muerte del hombre, las situaciones más terribles y más desesperadas, están ya vividas y santificadas por Jesús, las oscuridades de nuestra vida están iluminadas por El, porque El las vivió primero, y El nos espera en la soledad de la muerte, en el abatimiento de la injusticia, no hay dolor que no haya sido aliviado y curado por la presencia de Jesús. Si El ha vivido primero las zonas más oscuras de nuestra humanidad, ¿Quién nos podrá separar del amor de Dios? Es la hora de la adoración, de la gratitud y de la mayor confianza.
Ante esta imagen del Jesús del abandono, tenemos que reconocer que no hay ya situación humana privada de redención ni capaz de separarnos del amor de Dios. Jesús baja hasta el infierno de la soledad más profunda para compartir la soledad de todos los moribundos, de todos los inocentes humillados y maltratados. Jesús sufre con ellos y dentro de ellos, Jesús les sostiene en su soledad y en su abandono, les ayuda a confiar en el amor de Dios que no se deja sentir pero que está presente y nos acoge en su seno de vida eterna. El punto más hondo del abatimiento es el momento justo para afirmar de la confianza y y el momento preciso para el desbordamiento del poder y de la misericordia de Dios sobre nosotros.
Todos podemos tener en la vida un tiempo o un momento en que nos sintamos olvidados de Dios, tratados injustamente por El, tentados de desconfianza y desesperación. En momentos de mucho dolor, cuando se producen grandes calamidades, muchas personas se preguntan por la presencia y la asistencia de Dios. ¿Dónde está Dios en los terremotos, en las guerras, en los atentados, en las muertes injustas y dolorosas? La respuesta la tenemos en la angustia de Jesús moribundo en la Cruz. En la mayor angustia que podamos vivir, Jesús está presente con nosotros, ha vivido en situaciones semejantes y puede acompañarnos, sostenernos, mantenernos unidos a Dios por una confianza inquebrantable. Desde entonces la muerte más amarga, la soledad más absoluta están iluminadas por la presencia de Jesús. El momento del mayor dolor es también el momento de la salvación, el momento propicio para volvernos a Dios y confiar en su misericordia, el momento para sentirnos arropados por el Jesús agonizante y acogidos por la misericordia de Dios nuestro Padre.
Gracias, Jesús del abandono y de la soledad, porque has querido llegar hasta lo más hondo y lo más oscuro de nuestras soledades y de nuestras angustias. Gracias porque estás siempre con nosotros iluminando nuestras tinieblas y confortando nuestros corazones en los momentos más angustiosos de nuestra vida y de nuestra muerte. Gracias porque con tu vida y con tu muerte has trasformado nuestra existencia encendiendo en medio de nuestras tinieblas la luz del amor de Dios, la luz de la esperanza. Gracias a Ti podemos decir a nuestros hermanos que no estamos nunca solos, porque en la vida y en la muerte Tú estás siempre cerca de nosotros.
Señor ilumina nuestros corazones e ilumina los corazones de nuestros hermanos, para que todos veamos en Ti el verdadero salvador de nuestra vida, la verdadera garantía de nuestra libertad y nuestra esperanza.
7 comentarios
Un cordial saludo
La palabra diablo, significa el que separa al hombre de Dios, y por consiguiente al hombre del hombre. El separatismo es anti-cristiano y por lo tanto diabólico (se origina desde el egoismo, la soberbia y el odio y engendra odio). Lo verdaderamente cristiano es la fraternidad universal. La "hoja de ruta" de cualquier politico que se dice cristiano, y de cualquier cristiano (sobre todo si pertenece a la jerarquia) debe ser, hacer realidad politica, social y económica; la hermandad entre todos los hombres. La división solo genera confrontación. Solo hay partido cuando hay dos equipos en el estadio.
CON AMOR PARA TODOS USTEDES
Los comentarios están cerrados para esta publicación.