«Misterium Natalis», el signo admirable

El precioso Belén que, por iniciativa del Ayuntamiento, se ha instalado en la Casa das Artes de esta ciudad de Vigo tiene como título “Misterium Natalis”, el Misterio del Nacimiento, de la Natividad. En estas fechas el papa Francisco acaba de publicar la carta apostólica “Admirabile signum”, sobre el significado y el valor del Belén en la Navidad. Ha firmado ese texto con ocasión de una visita a Greccio, donde en 1223 San Francisco de Asís inauguró la tradición del Belén.

El Belén es un “signo admirable”. El cristianismo solo resulta inteligible desde una clave: la sacramentalidad; es decir, la referencia del significante al significado, del “signo” al “misterio”. Lo divino, lo transcendente, no está ausente del mundo, sino muy presente, pero de un modo simbólico, sacramental; mediado por lo humano y por lo inmanente.

Hay un texto del “Catecismo de la Iglesia Católica” que resume, de modo ejemplar, la lógica cristiana: “… todo en la vida de Jesús es signo de su misterio. A través de sus gestos, sus milagros y sus palabras, se ha revelado que ‘en él reside toda la plenitud de la Divinidad corporalmente’ (Col 2, 9). Su humanidad aparece así como el ‘sacramento’, es decir, el signo y el instrumento de su divinidad y de la salvación que trae consigo: lo que había de visible en su vida terrena conduce al misterio invisible de su filiación divina y de su misión redentora”.

Así es. Lo humano puede ser asumido por Dios como signo, como “sacramento”, de su presencia. Lo divino habla, a fin de cuentas, también de lo humano. Emplea la misma gramática. Saber sobre Dios nos ayuda a saber sobre nosotros mismos. Algo parecido expresaba Federico Schleiermacher en su célebre escrito “La fiesta de Navidad”, cuando exteriorizaba, saltando por las calles, su sentimiento de alegría.

Hasta los ateos lo intuyen. Algunos ateos, quizá los más avispados de entre ellos, se dan cuenta de que sin el “Misterium Natalis” peligra la alegría. Con otras palabras lo acaba de decir el biólogo y propagandista del ateísmo Richard Dawkins, quien piensa que el declive del cristianismo está dañando seriamente a la sociedad. Sin la referencia a Dios, nos dice, no quedaría ninguna base moral sólida que distinga el bien y el mal. Y algo similar corrobora Douglas Murray, también ateo, para quien la fe aparece cada vez más como “la mejor opción”.

Bastaría prestar atención a las palabras de Benedicto XVI en Santiago de Compostela: “La Europa de la ciencia y de las tecnologías, la Europa de la civilización y de la cultura, tiene que ser a la vez la Europa abierta a la trascendencia y a la fraternidad con otros continentes, al Dios vivo y verdadero desde el hombre vivo y verdadero. Esto es lo que la Iglesia desea aportar a Europa: velar por Dios y velar por el hombre, desde la comprensión que de ambos se nos ofrece en Jesucristo”.

El filósofo canadiense Charles Taylor, uno de los mayores estudiosos de la secularización y recientemente distinguido con el Premio Ratzinger, ha alertado frente a la tentación de confundir la laicidad de un régimen político con la secularización de una sociedad.

El admirable signo del Belén, del “Misterium Natalis”, nos puede hacer pensar en todo ello para no hacer vano entre nosotros el sentimiento de la alegría.

 

Guillermo Juan Morado.

Profesor del Instituto Teológico de Vigo.

Publicado en “Faro de Vigo".

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