“Life is Beautiful”

Salvo los muy jóvenes - los que hayan nacido ayer más o menos - , los demás recordarán sin duda la película de Roberto Benigni, “La vita è bella”. La vi en Italia en 1997, el año de su estreno. Tiempo después tuve la ocasión de visitar la maravillosa ciudad de Arezzo, en la Toscana, donde se ambienta parte de la historia.

La película, en el lenguaje del cine, transmite amor por la vida y esperanza. A pesar de todo, incluso en las circunstancias más difíciles, como las de un campo de concentración, la vida seguía mostrando su belleza.

Defender esa belleza resulta, en ocasiones, problemático. Hay muchos datos que tienden a desmentir la afirmación según la cual “la vida es bella”. La vida puede estar acompañada de elementos muy negativos que hacen difícil percibir su belleza. Hasta puede parecer una “náusea”, un elemento absurdo con el que no nos queda más remedio que lidiar, mal que nos pese.

No es extraño sentirse un poco cansado del esfuerzo de vivir. Incluso puede uno pensar que mejor hubiera sido no haber nacido. Pero, en una dirección contraria a este pesimismo, nos empuja el propio instinto de conservación e incluso la fe. Ya no solo la fe, en el sentido teológico, sino también la confianza básica sin la cual la inserción en lo real resulta prácticamente imposible.

La fe teologal – y teológica – nos ayuda a pensar que la vida es un don de Dios y Dios no nos da nada que, en sí mismo, sea malo, aunque – sin que nosotros sepamos explicar del todo por qué – ese regalo nos llega, casi siempre, envuelto en un papel ya muy dañado por el roce de la historia.

El instinto de supervivencia debe ser atendido de modo análogo. En el fondo de nosotros mismos, algo nos dice que debemos apostar por lo que consideramos que es mejor y, salvo que estemos muy perturbados por el dolor, o por la ceguera que muchas veces lo acompaña, ese instinto apuesta por seguir viviendo.

Me imagino que en la vida de cada uno habrá momentos de plenitud, o casi, y momentos de desmoronamiento, o casi. Y la (casi) plenitud y el (casi) desmoronamiento son compatibles con la fe (teologal y teológica).

La plenitud del entusiasmo, de la sonrisa exaltada, vale para un anuncio de lo que sea – hasta de algo bueno - , pero no es compatible con la vida corriente ni con la agonía de Cristo en Getsemaní. Por otra parte, la agonía de Getsemaní, no es el único icono de nuestro paso por la tierra, ni de la asunción de la carne por el Verbo.

En realidad – en la realidad real de cada día, más allá de sus reconstrucciones exaltadas o trágicas - , es preciso saber captar la belleza y apostar por la esperanza. Hay un lema, tomado de un Salmo, que dice: “In Te, Domine, speravi; non confundar in aeternum” ("En Ti, Señor, he puesto mi esperanza; no me veré defraudado para siempre"), palabras que recoge el “Te Deum”. Son palabras sabias: Sea lo que sea, pase lo que pase, “in Te, Domine…”. Sea lo que sea, pase lo que pase, “non confundar in aeternum”.

Esa frase está en el recordatorio de mi ordenación como presbítero, y en el de los veinticinco años de sacerdocio. Y es un lema que me sigue infundiendo ánimo. Una vez, hace mucho tiempo, apenas ordenado, me dolió oír de labios de otro sacerdote, mucho mayor que yo, expresar su deseo de que ningún otro joven siguiese el sendero de la vocación sacerdotal. “Mi vida ha sido horrible – decía - , no puedo desear algo parecido para ningún otro”.

En aquel momento, me escandalicé un poco. Hoy, al recordarlo, me escandalizo mucho menos. Sí, nuestra vida – también, aunque no solo la de los sacerdotes, ni muchísimo menos – puede parecer horrible. Y quizá lo sea. Pero hay que estar atentos para descubrir esas pequeñas brechas en las que se muestra la belleza que motiva la fe y la esperanza: “In Te, Domine, speravi; non confundar in aeternum”.

Voy a señalar dos de estas ventanas abiertas.

Una de estas ventanas consiste en un vídeo de una niña norteamericana, Audrey, que padece una enfermedad rara, la Anemia de Diamond-Blackfan. Esa niña, de unos diez años, es una maravilla. Al menos lo que de ella se ve en los vídeos. Me encanta la pasión que transmite por todo y me encanta su alegría, su fe.

La otra ventana es la belleza. La belleza no lo es todo, sin duda. Pero es mucho. Me refiero a un aria de una ópera de Vivaldi – que no fue un sacerdote ejemplar, pero que sí contribuyó a traer a la tierra la belleza, y la esperanza - .

Y veo, hoy, el “In Te, Domine, speravi: non confundar in aeternum” reflejado en Audrey, con su “Life’s Beautiful” y en el aria de Vivaldi, extraída de la ópera “Il Giustino”,“Vedrò con mio diletto”, interpretada de modo magistral por Jakub Józef Orlinki.

Y, a pesar de todo, sí. La vida cuenta con muchas razones a su favor para ser considerada bella. Audrey y Vivaldi me lo recuerdan.

 

Guillermo Juan Morado.

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