Sobre plagios y otros atropellos pseudo-litúrgicos

El plagio consiste en copiar, en lo sustancial, obras ajenas dándolas como propias. En broma decíamos en nuestra época de estudiantes que copiar de un libro era un “plagio” y copiar de mil libros era una “tesis”.

En otras épocas de la historia ser copiado o plagiado era un honor. No estaría tan mal lo que uno había escrito si otro, después, lo había reproducido literalmente. Quizá también, en otras épocas, el saber se consideraba un bien público, universal, sin hacer tanto hincapié en los derechos de autor.

Hoy plagiar es, además de un (posible) delito, un motivo de vergüenza y de vituperio. En realidad, no cuesta nada citar a pie de página al autor al que uno sigue en un determinado momento de la exposición.

Yo mismo, que no soy un autor importante, he descubierto dos veces plagios de textos propios, curiosamente publicados en este mismo blog. La primera vez fue oyendo la radio. Hacían la reseña de un libro. Conforme la escuchaba me iba quedando atónito. Era tal cual la recensión que yo había publicado en este blog. No hicieron ni una mención, aunque fuese por cortesía.

La segunda vez se trató de ocho páginas de un libro, publicado en una editorial importante y por un autor de cierto relieve. Las ocho páginas eran exactamente la reproducción de un texto que yo publiqué primeramente en italiano y que, luego, reproduje en este blog, despojado del aparato crítico. Fue esta segunda versión, tal cual,  en español y sin notas, la que me encontré en el referido libro. ¡Libro que me envió su autor, como regalo!

Pero, estando mal plagiar un libro, es mucho más grave plagiar la Santa Misa, copiando su estructura esencial, aunque alterándola profundamente. Yo no sé qué pasaría si un director de orquesta, diciendo que dirige una obra de Mozart, se atreviese a modificar caprichosamente la partitura original. No lo sé. Pero parecería no solo un plagio, sino hasta una mala parodia.

He leído estos días que en un Congreso, dicen que de Teología, organizado por una asociación meramente civil que nada, o muy poco, tiene que ver con la Iglesia Católica, se “plagió” la Santa Misa. Se celebró, al final del convenio, un rito que ellos, los participantes en el mismo, denominaron como “Eucaristía de clausura”.

Hay muchos no católicos que dicen celebrar la Eucaristía. Y la celebran de un modo que no siempre la Iglesia Católica reconoce como lícita y como válida. Y eso pienso yo de esa supuesta Eucaristía – a mi modo de ver un plagio de la Misa católica – que, según los medios de comunicación, clausuró dicho congreso: Ni lícita ni válida.

El elemento de mayor confusión no fue solo el aparente plagio o la simulación de la Misa, sino la presencia – que ha sido afirmada por los medios, pero no desmentida por las instancias oficiales de la Iglesia Católica – de un sacerdote diocesano que desempeña, además, una responsabilidad de ámbito nacional conferida por uno de los organismos de la Conferencia Episcopal Española.

Esa presencia, de ser cierta, sería una presencia escandalosa. Ya no se trataría solo de un plagio, o de una simulación – siendo esto ya muy grave – sino de un fraude y de un engaño peor. Un ministro ordenado de la Iglesia Católica se hace sacramentalmente presente para garantizar la fidelidad al original de lo que se celebra, para evitar simulacros, para que quienes asisten a esa celebración o tienen noticia de ella no se lleven a engaño.

Si, encima, el sacerdote acude a ese “teatrillo” con jóvenes de los apostolados de los que él ha sido nombrado, por la Jerarquía, consiliario, la confusión es mayor.

Y no estamos en la Iglesia para confusiones. Si un plagio obliga a dimitir a una ministra, esto que se ha publicado sobre una “Eucaristía de clausura” de un Congreso con la participación de un sacerdote como co-oficiante, obliga a los responsables de la Iglesia – a quienes tienen la responsabilidad de haber nombrado a ese sacerdote para los cargos que desempeña – a pronunciarse. A clarificar la situación y a, si todo es lo que parece, tomar las medidas disciplinarias convenientes.

Si no, como los espectadores defraudados ante la promesa de un concierto de Mozart que poco o nada tiene del genial músico, los fieles católicos tendremos el derecho a quejarnos con motivos más que sobrados.

 

Guillermo Juan Morado.

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