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1.07.19

¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar?

Hoy día, en el mundo católico, hay un caos del patín. Es tan evidente que decirlo, para unos se ha convertido en un auténtico lugar común o, incluso, en una “boutade" que ya no significa nada. Para otros, seguimos con el escándalo farisaico porque, para los de esta banda, la verdad de lo que pasa en la Iglesia ya no se puede ni decir: ni se tolera ni se quiere saber.

Pero la verdad está ahí, tozuda, como le pasa siempre a la verdad. Incluso a la Verdad.

Hay otro grupo que va de católicos cien por cien, que despotrican contra todo lo que no se ajusta a lo que entienden por “lo católico"; y, desde ahí, también pontifican.

Pero la prueba del algodón de todo católico es exactamente “hasta dónde está dispuesto a llegar por su Fe, por la Doctrina, por la Iglesia y por Jesucristo". Es decir: por todo lo que, en este ámbito de realidad, no es suyo: es recibido de Dios.

Y me explico. Y espero que se me entienda.

He escrito “dispuestos a llegar” para que nadie se piense que voy por lo económico: para nada. Me refiero a lo que estamos dispuestos a entregar -a entregarnos, por más exactos- para ser fieles a nuestra vocación de hijos de Dios en su Iglesia. Para aclararnos: “tanto amamos cuanto estamos dispuestos a sacrificarnos por…”. Porque el amor verdadero es darse, entregarse. Y esto es aplicable a todo orden de cosas y personas, incluido Dios, Uno y Trino.

¿En la Iglesia Católica, dónde lo aprendemos? Ni más ni menos que en Nuestro Señor Jesucristo -en primerísimo lugar-, que nos amó hasta el fin. Ahí están el Jueves Santo y el Viernes Santo para todo el que quiera enterarse.

Y esta ha sido la constante en la bimilenaria vida de la Iglesia desde los mismos Apóstoles hasta nuestros días, pasando por los mártires de ayer y de hoy, que los ha habido, hay y habrá. De hecho, la Iglesia Católica ha fecundado el mundo y ha salvado alas almas de sí mismas y de todos los ambientes contrarios, precisamente con el testimonio fiel del amor, fuerte hasta la muerteque, por Cristo y en Cristo, ha regado todos los ambientes, todas las naciones y todas las culturas desde entonces. Insisto: hoy como ayer.

Así han amado tantos y tantos a Cristo, a su Iglesia y a su misma Fe: más que a su propia vida.

Y esto es lo que tantos y tantos, que van de buenos, ortodoxos, fieles…, al menos de primeras, ya no están dispuestos a asumir.

En la Iglesia Católica hemos condescendido tanto, tanto; hasta tal punto nos hemos creído que la Fe es cosa de boquilla -verbo et lingua- pero que no va más allá en los ámbitos que no son estrictamente “espirituales"; es decir: teóricos…

Porque en los temas “prácticos": me caso o no, tengo hijos o no, me dejo sobornar o no, dejo mi conciencia a la puerta o no, miento o no, robo o no, aborto o no, milito en tal partido político o no, voto esto o lo otro, pago impuestos, ayudo realmente al personal, me someto a las estructuras de pecado, me dedico a la anticoncepción, engaño en mi trabajo, pongo cuernos a quien corresponde…

En todo lo que es la vida real, ahí hago lo que me da la gana; y la Iglesia no me puede decir nada; y si pretende decírmelo, con no hacerle caso, pues eso… Y yo, tan católico como siempre, oiga.

O sea: ya tenemos incorporado en la vida práctica de los “buenos” lo mismo que define a los que van de herejes, modernos, a la contra, etc, O sea, los no católicos, aunque lo hayan sido. La composición de lugar es la misma.

¿Es esto lo que estamos viendo en los católicos de la China? ¿Y lo que hemos visto -y vemos aún- en los católicos de Irak? ¿O en África? ¿Es esto lo que aprendemos de Tomás Moro -que lo era todo ante su rey y sus conciudadanos-, de Juan Fisher y tantos mártires ingleses? ¿O los cristeros? ¿O los mártires de la guerra civil española, los últimos -un buen número de monjas- beatificados por mártires no hace ni dos semanas? ¿Han sido así todos los innumerables mártires de las sucesivas persecuciones dentro del Imperio Romano durante dos siglos?

Con estos ejemplos por delante, que nos interpelan a todos -profundamente y sin excusas posibles-, ¿podemos admitir como nivel de conciencia el “mal menor"; como criterio moral “es lo que hay"; y como nivel de compromiso y fidelidad lo de “no es mi problema"?

Lógicamente, es mucho más cómodo comprometerse con los plásticos; y pensar que así, y con mi defensa de los “principios” -que no sigo en mi vida real- sigo siendo más católico que nadie -caso de que aún pretenda mantener esa bandera levantada, precisamente cuando ya la he convertido en un trampantojo- que nadar contracorriente frente al entreguismo de las sociedades y de las gentes ante los poderes públicos y sus leyes?

Ahí está el divorcio, la anticoncepción, el aborto, la eutanasia, la corrupción de menores y de mayores, las leyes del mundillo, la corrupción y el latrocinio a mansalva perpetrado y perpetuado por los partidos políticos, la distadura del más fuerte -que siempre es el Estado- y de la partitocracia, el pisoteo salvaje de las instituciones intermedias, la destrucción del bien común y, por tanto, de la justicia, etc.

¿Ceder siempre y en todo es esto católico? ¿Y tragar como nunca? ¿Y colar un mosquito y tragarse un camello? ¿Y buscar la puerta estrecha, y lo del ojo de la aguja, porque ancho es el camino que lleva a la perdición? ¿Y lo de no podéis servir a dos señores? Mucho menos a tres o más, supongo; o al jefe de un partido, o de una banda. ¿Y lo de no entrarán en el Reino de los Cielos; o eso es única y exclusivamente para recordárselo a los demás? ¿Y lo de apartaos de Mí, malditos…?

Va a ser que no. Y habrá que hacérselo mirar: ahí están la dirección espiritual y la confesión, por ejemplo, y bien a mano; o mirarse uno mismo sus propias constantes católicas para ver en qué me estoy quedando, o en qué me he convertido ya…

¡Suerte, y al toro! Que el Señor nos espera siempre con todo cariño porque es un Padrazo.

Y que Dios reparta suerte.