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17.03.18

Quiero marianizar totalmente mi sacerdocio

Continúo desglosando en estas sencillas meditaciones la oración de consagración de mi sacerdocio, que compartí hace unos días.
 
Las anteriores meditaciones:   

VIII. En una palabra te consagro todo mi ser. Quiero marianizar totalmente mi sacerdocio. Quiero en tus manos ser, con toda mi vida, fuente de agua viva, regazo materno para el afligido, puente entre el Cielo y la tierra, hostia viva que se ofrece para gloria del Padre, y se da como alimento al mundo.

“Totus tuus”, quiso imprimir con radical entrega tu Siervo Juan Pablo II, ya desde mucho antes de subir a la Sede de Pedro.

Totus tuus significa que no hay aspecto ni dimensión de mi ser cristiano ni de mi vida sacerdotal que no te pertenezcan. Mi pasado, mi presente y mi futuro. Mis proyectos personales, mis talentos, mis éxitos… y también mis debilidades, mis miedos y mis fracasos.

Totus tuus que en mi vida personal encontró un eco tan profundo como sugerente en el magnífico y programático consejo de monseñor Tortolo. Al finalizar una homilía en un Jueves Santo, y abriendo su alma sobre todo a su presbiterio, les dijo que si antes de morir ante un pelotón de fusilamiento le ofrecieran un minuto para decir unas palabras a sus fieles, les diría: “Orad, orad, orad… y conversad con Dios". Pero si los destinatarios de sus palabras fueran sus sacerdotes, su consejo sería: “orad y marianizad vuestro sacerdocio“.

Marianizar mi sacerdocio ha sido, desde el momento en que conocí esta honda expresión, uno de mis deseos más profundos.

Marianizar mi sacerdocio significa no hacer nada sin vos, María, y hacerlo todo en Vos, por Vos, como Vos y para Vos.

Significa confiar -como don Bosco- en que todo apostolado puesto bajo tu poderosa intercesión lleva siempre fruto, lo vea yo o no.

don bosco

Significa darte un lugar de privilegio en cada obra, hacerte presente en cada catequesis, mencionarte e invocarte en cada homilía, presentarte como modelo en cada consejo, darte un espacio en cada confesión y en cada momento de dirección espiritual.

Marianizar mi sacerdocio significa intentar conducir a las almas -a todas y a cada una en particular- a confiar y a entregarse completamente a Vos, con la certeza de que esta entrega es signo infalible de fidelidad a Cristo y prenda de salvación eterna.

Significa intentar vivir el célebre consejo de San Bernardo: “no se aparte María de tu boca ni de tu corazón".

 

Intentando marianizar mi sacerdocio, quiero en tus manos ser, con toda mi vida, fuente de agua viva, donde las personas puedan encontrar abundantemente el Agua pura de la Verdad y de la Gracia, donde puedan beber la sana doctrina y recibir el Espíritu que brotó del Costado de Jesús…

Quiero ser regazo materno para el afligido, porque sé que si soy consolado por Dios y por Vos es para poder consolar a los que están en toda tribulación, porque al actuar in persona Christi debo ser capaz de decir yo también: “Vengan a mí los afligidos y agobiados, y yo los aliviaré".

 

Quiero ser puente entre el Cielo y la tierra, y ser utilizado siempre y sólo para llegar a la Patria… que nunca las almas se detengan en mí, que simplemente muestre el camino, uniendo en mi persona y en mi ministerio las dos orillas, la del tiempo y la de la Eternidad… Quiero ayudar a todos a alcanzar la Gloria, porque ¿de qué le vale al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?

 

Quiero, marianizando mi sacerdocio, ser hostia viva que se ofrece para gloria del Padre, y se da como alimento al mundo… Ser hostia viva significa que la Eucaristía celebrada en el altar se prolongue a cada instante de cada jornada, en la intensidad del amor que hizo decir a San Alberto Hurtado “mi misa es mi vida y mi vida es una misa continuada". Ser hostia viva es no sustraer nada de la entrega, es intentar -según el decir de San Josémaría Escriva de Balaguer- “que el sacrificio sea holocausto".

Yo quiero entregar mi cuerpo como una ofrenda pura, aceptando los dolores físicos que el Señor quiera permitir como participación del sacrificio de la Cruz. Quiero ofrecer mi alma y todos los dolores morales y espirituales: las noches, los momentos de incertidumbre, los fracasos, las traiciones, las incomprensiones, con paciencia y serenidad, con el espíritu de Getsemaní.

Quiero vivir en un constante amor oblativo, sólo posible en la experiencia previa del Amor incondicional y fundante de Dios y en tu ternura de Madre. Dejándome amar por ustedes, deseo amar hasta dar la vida, servir y no ser servido, y llegar a ofrecerme -como el mismo Jesús- como alimento. Dejándome devorar por las necesidades de mi pueblo, en la medida que así lo disponga tu Providencia.

 

Todo esto es posible sólo y en la medida en que pueda marianizar mi sacerdocio… Haz que nunca lo olvide, Madre, y que siempre vuelva a elegirlo. Amén.

5.03.18

Dame un corazón de Buen Pastor

Continúo desglosando en estas sencillas meditaciones la oración de consagración de mi sacerdocio, que compartí hace unos días.
 
Las anteriores meditaciones:   

VII. Te consagro sobre todo mi corazón; este corazón frágil y pecador, pero que quiere arder en el fuego del Espíritu, para tener los mismos sentimientos del Buen Pastor.

Consagrarte el corazón es consagrarte ese núcleo más íntimo de mi persona, donde estoy solo ante Dios. Es entregarte mis recuerdos, mis afectos, mis expectativas, mis anhelos…

Este corazón -lo sé, lo sabes tan bien- es tan frágil… No es un corazón manso y humilde como el de Jesús. No es un corazón inmaculado como el tuyo. No es un corazón inocente como el de Teresita ni apasionado como el de Madre Teresa.

En este corazón frágil se suceden, Madre, las nobles aspiraciones y los bajos deseos. Se alterna la atracción por lo sublime y la tendencia a lo bajo y oscuro. Se entremezcla lo mejor y lo peor de lo que soy capaz…

Tú conoces mi corazón: te lo entrego así como es.

Y te pido que enciendas una y otra vez y avives en él el fuego del Espíritu, de ese Amor del Padre y del Hijo que ardía en el Tuyo desde tu Concepción, de ese fuego que Jesús vino a traer a la tierra y que en Pentecostés incendió los corazones de los Apóstoles, en tu presencia y con tu oración materna.

Yo también, Madre, quisiera traer Fuego a la tierra, como y en nombre de Jesús. Yo también, como Francisco Javier, oigo muchas veces en mi corazón las palabras de Ignacio al enviarlo al oriente: “Ite, inflammate omnia“. Yo también anhelo cumplir con las palabras que San Juan Pablo II, parafraseando a Santa Catalina, nos dirigió a los que en los albores del Tercer Milenio éramos jóvenes: “si son lo que deben ser, prenderán fuego al mundo”

Yo quisiera y necesito que Vos me ayudes a ser, como San Pío X, una llama ardiente que traiga a este mundo oscuro y frio la abundante luz y el calor transformante del Espíritu Santo.

Sólo si ese amor -y no mi pobre y egoísta amor humano- arde en mi interior seré un Buen Pastor.

Buen pastor

Sólo entonces la caridad pastoral atravesará toda mi vida e inundará todas mis obras. Y me impulsará a buscar la oveja perdida, y vendar a la herida, y corregir a la rebelde, y alimentar a la pequeña. A ayudar a la que va demasiado rápido o lejos a no alejarse del rebaño, a alentar a la que camina demasiado lento a intentar ir más veloz.

Sólo podré ser Buen Pastor si tengo un Corazón absolutamente poseído por el Amor Infinito de la Cruz y de Pentecostés.

Gracias, Madre, por no cansarte de intentar modelar en mí ese corazón de Buen Pastor.

 

1.03.18

El misterio de que mis manos sean Sus Manos

Continúo desglosando en estas sencillas meditaciones la oración de consagración de mi sacerdocio, que compartí hace unos días.
 
Las anteriores meditaciones:   

VI. (…te consagro…) Mis manos ungidas, para que las preserves de la rutina, para que celebrando cada día los sacramentos de tu Hijo con espíritu renovado, sea capaz de imitar lo que conmemoro, y conforme mi vida al misterio de la Cruz…

¡Cómo recé cuando aquella persona -sin darse cuenta del bien que me hacía- me dijo hace unos años: “sus manos son las manos de Jesús"!

¡Qué distancia y a la vez qué misteriosa cercanía entre esas manos santas, puras, perfectas… y mis manos torpes, demasiadas veces cerradas para ayudar o incluso golpear, demasiadas veces tendientes a retener, a aprisionar…!

Y sin embargo, Madre, he ahí el misterio de actuar in persona Christi. Mis manos son sus manos, porque fueron ungidas una vez para siempre con el óleo sagrado, que las consagró para servir al Tres veces santo.

Fueron ungidas para bendecir y santificar, para derramar el Agua regeneradora junto a la pila bautismal, para ungir y acariciar las llagas del que sufre, para trazar la señal salvadora de la Cruz sobre aquellos que llegan a recibir perdón, reconciliación y paz…

Manos que fueron ungidas para poder repetir, sobre todo, el Divino Gesto de la Última Cena y de la tarde de la Resurrección, el de tomar el Pan y partirlo, y darlo para alimentar a las almas hambrientas.

Y es aquí, Madre y Reina, donde mi sacerdocio se vuelve más y más incomprensible, donde el vértigo se apodera de mí si tan sólo intento detenerme a contemplar…

¿Cómo es posible, cómo, que un Dios se digne venir a estas manos impias? ¿Cómo comprender que Aquel que sostiene el Universo en sus manos se digne dejarse sostener por las mías?

 

Es por eso que te pido, Reina del Santo Rosario, no acostumbrarme nunca. Porque la rutina y el acostumbramiento son tal vez más peligrosos que otras caídas más estrepitosas, porque me conducirían a un lento suicidio espiritual.

Que cada vez que suba al Altar lo haga con el asombro, la gratitud, el sentimiento de indignidad, la alegría y el temor reverencial con que lo hice la primera vez.

Que cada vez que suba al Altar y tome entre mis manos al Eterno me deje atraer por su infinito amor, me deje arrastrar hacia lo alto, y levantando el corazón junto a toda mi comunidad viva ese Misterio como si fuera la única vez.

Que cada vez que suba al Altar no me olvide que quise elegir como lema de ordenación “Lo tomó, lo bendijo, lo partió y lo dio", y que nunca me niegue a dejarme tomar y consagrar, que nunca renuncie a dejarme partir por el sufrimiento que el Señor tenga preparado para mí, para dejarme dar a los demás…

Que entonces, Madre querida, vuelva a oír las sagradas palabras que monseñor Mario pronunció en la hora solemne de la ordenación: “considera lo que realizas, e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la Cruz del Señor”

Que en estas palabras encuentre siempre inspiración y estímulo, que el misterio pascual presente en el sacrificio eucarístico sea siempre la forma de mi sacerdocio…

Y que allí, Madre, estés siempre Tú, como al pie del Calvario, sosteniendo con tu mirada materna mi pobre deseo de fidelidad.

26.02.18

Nuevo librito: "La Vida es siempre un bien"

En unos 10 días, y motivado por el intenso debate en torno a las demandas de legalización del aborto por parte de movimientos sociales y feministas en Argentina, sale a la venta un nuevo librito de mi autoría.

Para aquellos amigos que me siguen desde España u otros países, existe la posibilidad de conseguirlo en su edición digital, tanto en formato .pdf como en el de libro digital para Kindle.

En la tienda AMAZON  está en el siguiente enlace: “La Vida es siempre un bien”

Para adquirlo directamente -hasta que suba a la plataforma Amazon- deben seguir las siguientes indicaciones:

1. Acceder al link de Mercado Pago

2. Elegir la forma de pago.

3. Efectuar el pago.

4. Realizar una captura de pantalla y enviarla al +54 343 9 4721972, y recibirás el libro en .pdf o en formato de libro digital para Kindle.

Les dejo aquí la introducción a la obra, y me encomiendo a sus oraciones para poder seguir anunciando el Evangelio de la Vida.


Tenía yo 15 años cuando oí hablar por primera vez sobre la carta de Juan Pablo II Evangelium Vitae. La leímos y comentamos, guiados por nuestro párroco, en el grupo de jóvenes misioneros de la parroquia de mi pueblo natal. Desde entonces, y especialmente cuando en el Seminario tuve oportunidad de estudiarla más a fondo, el alma vibrante de Juan Pablo II, presente en cada página y en cada párrafo, marcó a fuego mi sacerdocio. Recibiendo la gracia de poder anunciar y celebrar de múltiples maneras el Evangelio de la Vida. Con la absoluta convicción de que la vida es siempre un bien.

 

El presente librito es una recopilación de textos que fui redactando y publicando en mi perfil de Facebook, casi siempre vinculados con situaciones cotidianas o hechos de público conocimiento de la sociedad.

 

Partiendo de una mirada contemplativa como la que invitaba a tener Juan Pablo II, quiere ser también una denuncia actual y comprensible sobre algunas falacias que atraviesan los debates actuales, así como dejar una palabra de esperanza para todos, porque la vida vencerá.

 

Es por ello que algunos textos tienen un tono más apologético, otros, más poético. Algunos están redactados desde la razón y la ciencia, en otros aparece de modo explícito la referencia a la fe de la Iglesia y la doctrina católica.

 

Al haber sido escritos en diferentes momentos, es natural que en el conjunto aparezcan repeticiones y redundancias, pero me pareció oportuno que permanezcan, para que cada pequeña reflexión pueda ser tomada como una unidad y utilizada en ámbitos educativos o pastorales.

 

Lo comparto con el anhelo de que ayude a algunos o a muchos a poner palabras a los sentimientos de asombro, conmoción y gratitud ante el milagro de la vida, así como de horror y dolor por la masacre contemporánea más cruel e injusta: el genocidio silencioso de tantos niños y niñas por nacer.

 

Que María, Nueva Eva, Madre de los Vivientes, aurora del mundo nuevo, nos dé una renovada y profunda esperanza, en la certeza de que “lo que hicieron al más pequeño de mis hermanos… a mí me lo hicieron” (Mt 25, 32)

20.02.18

Que proclame la Verdad con valentía y coherencia

Continúo desglosando en estas sencillas meditaciones la oración de consagración de mi sacerdocio, que compartí hace unos días.
 
Las anteriores meditaciones:   
 
 

 
V. (…te consagro…) Mis oídos y mi lengua, para que como vos sepa escuchar y comprender la Palabra, y la proclame con valentía y coherencia en toda circunstancia
 
Madre, tu obediencia y tu apertura a la Palabra hicieron posible la redención del mundo. Te dejaste modelar completamente por la Escritura que escuchabas cada sábado junto al Pueblo de Dios. La acogiste no sólo con silenciosa apertura y docilidad, sino con el corazón completamente disponible.
 
Dejaste que esa Palabra -como en los orígenes del mundo- hiciera en Vos su obra creadora con total libertad.
 
Te consagro, entonces, mis oídos del cuerpo y sobre todo los oídos del corazón… porque el Padre eterno me habla a cada instante, me quiere instruir cada mañana, me quiere dar también la semejanza con Cristo a través de cada letra de la Escritura que llega a mí… Pero muchas veces tengo los oídos cerrados. Con frecuencia estoy distraído, aturdido, apurado, acelerado… y permanezco como sordo a su Voz. 
 
El Padre me habla no sólo en la Escritura: me habla también en los acontecimientos, en los signos del tiempo. Y me habla, y me llama, y me educa a través de las voces de mis hermanos, de los fieles que me son confiados.
 
Que nunca deje de escuchar. Que nunca me cierre a lo que mis ovejas necesiten decirme. Que nunca caiga en la autosuficiencia de quien se cree que lo sabe todo.
 
Que no cometa el error de aferrarme a mis propias ideas y maneras de ver las cosas: que sepa escuchar y comprender cuando Jesús me educa, también a través de las críticas, aunque me duelan
 
Y te consagro mi lengua. Esa lengua creada para alabar a Dios, para cantar su grandeza, para proclamar que Cristo está vivo, para decir palabras de Verdad y de Amor. Esa lengua que me permite expresar el mundo interior, narrar tus maravillas, ofrecer a los demás el significado más hondo de la Vida
 
Esa lengua, Madre, que tantas veces he puesto al servicio de lo vano, lo superficial, lo prescindible.
 
En ella muchas veces han primado palabras insustanciales, innecesarias, vacías de sentido y de eficacia.
 
Madre, que yo no menoscabe nunca el sagrado valor de la Palabra.
 
 
 
Madre, que nunca calle la Verdad por miedo ni por comodidad. Que proclame con valentía incluso las verdades más difíciles, con la certeza de que sólo en ella se encuentra la libertad. Que nunca busque el fácil aplauso, que nunca me deje encadenar por la búsqueda de popularidad.
 
Que proclame la Palabra con coherencia. Que lo que diga en el ambón, en el confesionario, en la cátedra, en una charla, en los medios de comunicación… tenga siempre el respaldo de una vida congruente, de una fidelidad siempre intentada, de un compromiso vital sin fisuras.
 
Y que lo haga en toda circunstancia. Siempre. A tiempo y a destiempo. Con ocasión o sin ella. Sin dudar, sin someterme a las modernas dictaduras de lo políticamente correcto, ni a la impostura diabólica del relativismo, ni al eufemismo elevado a táctica.
 
Que lo haga con la valentía de Ignacio de Antioquía y de todos los mártires del Imperio Romano, y con la fortaleza de Roque González y sus compañeros mártires rioplatenses, con la de los mártires de la revolución francesa, con la de los que cayeron bajo los totalitarismos modernos en México, en España, bajo la Alemania nazi, en China, en Siria
Con la valentía de aquellos que prefirieron perder su vida del cuerpo antes que traicionar la fe recibida.
 
Y que murieron, muchos de ellos, invocando tu nombre y el de tu Bendito Hijo: “Viva Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe".