InfoCatólica / Ite, inflammate omnia / Archivos para: 2018

7.05.18

A ver si te queda claro: abortar es asesinar

Si elegís cortarte el pelo cortito, o dejártelo largo hasta los tobillos, o teñirlo de verde, o hacerte rulos, prometo respetar tu elección…

Si elegís usar ropa fosforescente, o vestir siempre de negro, o disfrazarte de Superman o del Hombre araña, o usar una larga túnica, prometo respetar tu elección…

Si incluso eligieras hacerte una cirugía para modificar tu nariz, o para achicar tus orejas, o hasta si eligieras cortarte el dedo gordo del pie, o mutilar algún otro miembro u órgano del cuerpo, no estoy de acuerdo y si puedo te lo voy a decir, pero no puedo impedirlo, y prometo respetar tu elección… Eso sí, no me pidas que te ayude a hacerlo, ni que financie tu elección.

Pero si pretendés matar a otro ser humano, si pretendés obtener un permiso para eliminar a otro argentino, si elegís descuartizar a un bebito inocente o aspirarlo como si se tratase de basura, y encima pretendés que yo financie ese homicidio y que te diga que tenés “derecho” a hacerlo, en ese caso, que te quede claro, QUE TE QUEDE RECONTRACLARO, voy a hacer lo que pueda para impedirlo, y NO VOY A RESPETAR NADA TU ELECCIÓN…

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11.04.18

Gastar mi vida para su Gloria

Finalizo con esta entrega las entradas en las que he ido desglosando la oración de consagración de mi sacerdocio, que compartí hace unos días.
 
Las anteriores meditaciones:   
 

X.  Utilízame como cosa, posesión e instrumento tuyo. En tus manos tengo la certeza de cumplir la voluntad del Padre, de gastar mi vida para gloria suya, extensión del Reino de Cristo, y para tu regocijo. Madre, soy todo tuyo, y todo lo tuyo me pertenece, in saecula saeculorum.

A la Madre Teresa de Calcuta le gustaba decir: soy un lápiz en las manos de Dios. Así quería destacar que toda la obra la hacía el Creador, que ella era sólo instrumento. El único mérito que ella podía tener era, naturalmente, dejarse utilizar, ofrecer la menor resistencia posible. Decir siempre que sí.

Madre querida, tan solemne como sencillamente, quiero entregarme a Ti, no para descansar en tus manos, sino para que me uses, una y otra vez, para realizar en mí la obra de Dios, para que otros puedan conocerlo y amarlo. Quiero ser instrumento, intentando adecuarme cada vez mejor a la misión sacerdotal, pero sin olvidar jamás que todo lo bueno proviene del Vos y no de mí, que debo aprender a dejarme utilizar sin resistencias, sin temores, sin querer protagonismos excesivos.

Tengo la certeza, la sólida e inquebrantable certeza, de que, si no me suelto de tus manos, si no cierro mis oídos a tu maternal voz, puedo cumplir la voluntad del Padre con fidelidad. Quiero despojarme de mi propia libertad para hacer sólo su plan, su proyecto, su designio, y estoy seguro de que así será en la medida en que permanezca muy unido a vos.

Quiero gastar mi vida, sin guardarme nada, sin reservarme por las dudas, sin cuidarme más que lo mínimo que indica la caridad para conmigo mismo, para que muchos otros puedan descubrir el único amor perfecto, el que no falla, el que es capaz de transformar vidas. Porque la gloria de Dios es el hombre viviente, y quiero que esa vida en abundancia pueda ser experimentada por todos mis hermanos.

Quiero gastar mi tiempo en esta tierra como un soldado fiel de Cristo Rey, que en los Ejercicios Espirituales me dijo con prístina claridad: el que quiera venir conmigo, ha de vivir y sufrir como yo, para luego gozar junto a Mí.

Quiero extender tu Reino en el mundo, que es tu Iglesia, amándola y sacrificándome por ella, trabajando junto a mis hermanos sacerdotes, en comunión con el Papa y mi obispo.

Quiero vivir y morir así, Reina mía, y quiero hacerte sonreír; quiero regocijar tu Inmaculado Corazón, afligido tan a menudo por mis pecados y los de mis hermanos; quiero alegrar tu alma, quiero ser para Vos -como lo sos para mí- fuente de consuelo.

Madre, soy todo Tuyo, y todas mis cosas son tuyas, por los siglos de los siglos. Amén.

2.04.18

El fundamento de nuestra Esperanza

Yo sé que muchas veces la vida se te hace cuesta arriba. Que te duelen las piernas de tanto caminar, la cabeza de tanto pensar sin encontrar solución, el corazón de tanto intentar amar…

Yo sé que existen noches oscuras, muy oscuras, en las que nada -pero NADA- se ve con claridad, donde llegas a dudar de todo y de todos…

Yo sé que hay circunstancias donde el alma se siente fría, donde la esperanza parece muerta, donde como un altísimo paredón se te aparece a los cuatro lados y te sientes sin salida, sin posibilidades…

Y sé que algunas veces, estando incluso rodeado de gente, te puedes sentir solo, profundamente solo, abrumadoramente solo.

Pero yo sé, yo creo, yo tengo una certeza es es capaz de tranfigurar todas estas situaciones.

Yo sé, yo creo, yo tengo la certeza de que Cristo ha resucitado. Ha conocido cada una de las angustias humanas, cada traición posible, cada desencanto, cada fracaso… Ha pasado la experiencia de ascenso y del cansancio, de la noche más espesa y tenebrosa que existe, del abandono y de la

 soledad.

Pero al tercer día ha resucitado. Al tercer día ha vencido. Al tercer día la luz, la paz, la alegría, se instalaron definitivamente en el corazón de la historia humana.

Pascua significa que si decidís agarrarte fuertemente a Jesús, él te hace partícipe y te asocia a su Victoria.

Pascua significa que vos también, “al tercer día” -es decir pronto, muy pronto, porque el tiempo es nada ante la eternidad- podrás experimentar esa Victoria de modo perfecto.

Pascua significa que con la mirada en Él, con el corazón en él, con la confianza en él, encontrás descanso a tus cansancios, luz para tus noches, y un AMOR, un amor perfecto que trasciende e invade todas tus soledades.

Pedile a la Madre que hoy te muestre el rostro de Jesús Resucitado. En su mirada hay suficiente Paz para vivir y morir felices.

Feliz Pascua de Resurrección!!!

26.03.18

Carta a los niños por nacer

Querido niño por nacer:

Ojalá pudieras escuchar el clamor de los centenares de miles que, sin conocerte, han salido hoy a las calles para pedir por tu vida.

Tal vez te parezca exagerado o innecesario, tal vez te parezca absolutamente obvio que el milagro que sos sea simplemente recibido con gratitud y esperanza.

Pero el mundo, y la Argentina, viven tiempos demenciales. Donde lo obvio es cuestionado, y donde hemos de salir, una y otra vez, a decir lo evidente.

Querido niño por nacer:

Hay algunos que en mi país reclaman el derecho de disponer de tu vida. Exigen que se les reconozca la facultad de eliminarte impunemente, y no sólo eso: pretenden que hacerlo sea un progreso, una expresión de libertad.

No te asustes si te digo que -en realidad- tu historia atraviesa toda la historia. Que el drama de un mundo envejecido por el pecado tuvo ya un hito insuperable.

Hace dos mil años un Inocente, que voluntariamente se hizo indefenso, que deliberadamente eligió sufrir en silencio, sufrió tu misma injusticia.

La historia se repite y en esta hora oscura de nuestro mundo el bien y el mal se debaten, la vida y la muerte luchan, el amor y el odio se citan a duelo.

Querido niño por nacer:

Para nosotros, que amamos y queremos servir a ese Inocente Cordero, el Hijo de Dios, Jesucristo, vos sos un nuevo y pequeño Jesús.

Y cuando hoy algunos gritan -refiriéndose a vos- : “Crucifícalo", nosotros te decimos “Bendito el que viene en nombre del Señor".

Y cuando hoy algunos huyen o golpean o insultan, o se burlan y ridiculizan tu vida como si nada fuera, nosotros queremos abrazarte, acogerte y brindarte nuestro concreto servicio.

Y cuando hoy algunos te consideran un desecho, te consideran un “no-hombre", nosotros confesamos con fuerza la certeza de que vos también sos “un hijo de Dios".

Y cuando hoy algunos miran para otro lado, o ampulosa y cínicamente se lavan las manos y dejan hacer en nombre de la libertad, nosotros, con la audacia de José de Arimatea, reclamamos el respeto para tu dignidad.

Querido niño por nacer:

No conocemos aún tus rasgos, tu color de piel, de ojos ni de cabello… no sabemos aún cómo será tu temperamento, ni cuales tus talentos, ni ni tu precisa misión en este mundo.

Pero te amamos, y en tu nombre, y en el de Jesús - de quien sos imagen y presencia- levantamos nuestra voz.

La ceguera, la violencia irracional, la negación de lo evidente, la injusticia más cruel… no tendrán la última palabra.

23.03.18

Humilde y magnánimo, casto y alegre

Continúo desglosando en estas sencillas meditaciones la oración de consagración de mi sacerdocio, que compartí hace unos días.
 
Las anteriores meditaciones:   

IX. Oh Madre de bondad, Reina del apostolado fecundo, guárdame del orgullo, de la mediocridad y de la tristeza, y dame un corazón humilde y magnánimo, casto y alegre. Defiéndeme de las asechanzas del enemigo, de la ambición y de la pereza, y haz que me consuma la sed de almas, y el deseo de atraer a todos hacia tu Hijo.

Hay dos amores en el corazón del sacerdote que son en realidad uno solo: la Gloria de Dios y la Salvación de las almas. Por eso uno de tus hijos más dilectos, San Juan Bosco, no se alejaba del primer amor cuando eligió, como lema sacerdotal: Da animas mihi, coetera tolle. Y este mismo hijo tuyo, Madre, al finalizar su peregrinación terrena, cuando tantas personas lo rodeaban y le hablaban de los inmensos frutos de su trabajo pastoral, no hacía más que exclamar: Todo lo hizo María Auxiliadora.

Es por eso que, yo te proclamo Reina del apostolado fecundo. Es por eso que yo te entrego no sólo mi vida sino cada una de mis acciones pastorales. Porque si el Padre quiso que estuvieras en los tres momentos culminantes de la Redención -Encarnación, Pascua, Pentecostés-, ¿cómo no estarás en cada momento en el cual los frutos de la Redención se aplican en las almas?

Yo también quiero vivir y morir en esa certeza, Madre: si te tengo a mi lado, si estás vos como testigo y agente, no hay nada que quede sin fruto. Todo, ante mí o en algún recóndito rincón del orbe, traerá fruto, será fecundo.

No te pido éxitos, ni popularidad, ni reconocimientos humanos: te pido sólo fecundidad.

Pero sé que para ser fecundo, necesito que quites de mi corazón aquellas tendencias oscuras que persisten, obstinadamente, y que pueden esterilizar la acción de Dios en mí.

Guárdame, ante todo, del orgullo, pecado satánico por excelencia, y de todas sus ramificaciones: la vanidad, la autosuficiencia, la envidia, el carrerismo. Porque he aprendido de vos que Dios derriba del trono a los poderosos, y eleva a los humildes, y que todos mis pensamientos de soberbia no harán más que obstruir la Fuente de vida que el Orden ha abierto en mi humanidad.

Pero no permitas, Madre, que confunda la sagrada humildad con la pusilánime mediocridad. Haz que mi corazón tenga las dimensiones universales del Corazón de Cristo; haz que pueda amar todo lo que ama Cristo; haz que sea capaz de soñar en grande, de trabajar con la mira puesta en lo sublime, de no conformarme con el mínimo, ni con cumplir. Ensancha mi alma para que sea capaz de trascender las pequeñas rencillas y rencores que tantas veces desgastan nuestras fuerzas en la vida eclesial, ensancha mi corazón y mi mirada para que nunca permanezca esclavo de las opiniones o de los prejuicios. Haz que asuma con gran seriedad el mandato misionero en su extensión omnímoda: a todo el mundo; a toda la Creación.

No permitas, Madre, que la seriedad de mi misión y la conciencia de mi insuficiencia me roben el gozo. Que la experiencia del pecado en mí y en el mundo al que me envías no suman en la tristeza, en el desánimo o el pesimismo. Dame esa alegría que Jesús prometió en la última cena, ese gozo del cual está rebosante su Corazón y que nadie nos puede quitar.

Dame un corazón casto y virginal, un corazón totalmente abrasado por la divina caridad. Porque no es sólo la lujuria la antítesis de mi vida célibe: lo es también una vida vivida sólo para mí, un estilo de existencia centrado en mi yo. Dame un corazón enamorado de Jesús y de su obra, porque en la medida en que mi corazón le pertenezca, todas mis potencias se plenificarán, y el gozo crecerá más y más…

Protégeme de los embates del enemigo, dame lucidez y discernimiento para descubrir a tiempo sus insidias… dame esa fina percepción que concediste a tus hijos santos para detectar sus astucias, los mil modos en que puede camuflarse en las medias verdades, en los sentimientos buenos pero no radicales, en las actividades loables pero no sacerdotales ni queridas por Dios…

Presérvame de toda ambición de riquezas, de comodidades, de lujos, de placeres… dame un corazón pobre y desprendido, preparado para todo, capaz de vivir con lo mínimo y de gozar en la sencillez de una vida austera. Libérame de toda ambición de cargos, de puestos, de lugares de poder, de fama u honores, presérvame de toda ambición de dominio sobre los demás.

Al pie de la Cruz, Vos escuchaste a tu hijo exclamar con potente grito: Tengo Sed. Concédeme que yo también experimente, cada día, y cada vez más, esa sed abrasadora de almas, sed que conmovió el corazón de la joven Teresita y la impulsó a entregar toda su vida para salvar almas. Haz que yo recuerde ese grito cada vez que vaya al Sagrario, como Madre Teresa, y no deje nunca de escuchar a mi amado Jesús decir: ¡dame almas!

Haz que nunca me canse de intentar levantar bien en alto a Cristo, con la certeza de que Él, cada vez que lo volvemos a colocar en la cúspide de todo, atrae a todos hacia Sí.