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18.02.18

Te pido tener una mirada misericordiosa

Continúo desglosando en estas sencillas meditaciones la oración de consagración de mi sacerdocio, que compartí hace unos días.
 
 
IV.  Y en prueba de mi filial afecto, y en respuesta a tu ternura maternal, te consagro en este día mis ojos, pidiéndote tener siempre la mirada misericordiosa del Padre…
 
El afecto filial es el nombre propio del amor de un hijo hacia sus padres. Un afecto que está hecho de gratitud y que responde a la justicia: un hijo es deudor de sus padres, porque de ellos ha recibido la vida y tantos otros bienes.
 
Un hijo que ama a su madre disfruta cuando ella sonríe, cuando la ve contenta. Y por eso intentará hacerla sonreír y ponerla feliz siempre que pueda. 
 
El afecto filial se puede expresar de muchas maneras: a través de palabras, de gestos, de tiempo dedicado al otro… tanto en el amor humano como también en el amor sobrenatural.
 
El amor se puede expresar también de modo  eficaz y concreto a través de regalos. Un hijo tuyo, Madre, puede obsequiarte flores, o encender una vela en tu honor, o construirte una hermosa gruta o capilla para que seas honrada.
 
Pero el modo más perfecto y eficaz, la manera de expresar amor que incluye a todas las otras es la entrega total, la consagración. Es darte, María, todo lo que uno es, con todas las dimensiones de ese ser. Ese es el regalo más adecuado, el que vos esperás, el que te merecés. Así se entregó el Hijo a Vos, para luego entregarse en cuanto hombre así al Padre.
 
Y aunque seria suficiente decirte: “me entrego todo, soy todo tuyo", necesito hacer explícita la donación de mí mismo, mencionando algunas dimensiones de mi ser sacerdotal. De mi cuerpo y de mi alma, para que ambas sean instrumento y transparencia del Dios a quien quiero servir.
 
Y para comenzar te consagro mis ojos… estos ojos que son un espejo de mi alma y a la vez las ventanas a través de las cuales me abro al conocimiento del mundo. 
 
 
Estos ojos que han podido contemplar la belleza del cosmos y la hermosura del amor humano, que han visto rostros radiantes de paz y se han posado en otras miradas limpias y llenas de esperanza… 
 
Pero que también -me duele decirlo- han sido testigos del pecado, han visto -demasiadas veces- lo que ofende a Dios… han conocido la negrura y la oscuridad de una vida al margen del Amor. 
 
Y estos ojos míos, Madre, han mirado muchas veces con dureza, con cinismo, con burlesca displiscencia, con impaciencia…
 
Madre, estos ojos están llamados a ser luz para quienes no encuentran el rumbo. Están llamados a irradiar bondad y misericordia. Estos ojos quieren ser un destello de la mirada del Padre misericordioso, que con una intensidad similar ve partir al hijo extraviado y lo acoge exultante de júbilo cuando regresa. 
 
Madre, que cada persona que me mire “vea al Padre". Que yo, al igual que Jesús, pueda “mirar con amor” a niños, jóvenes, adultos y ancianos, mostrando al menos por un instante que el Amor perfecto es real.
 
Madre, que a ningún hermano mío lo mire con desprecio, con lástima, con soberbia o altanería. Que mis ojos solo irradien bondad. 
 
Que sean, en fin, una imagen de los Tuyos, de esos ojos misericordiosos que desde niño te he pedido que vuelvas a mí. 
 
De esos ojos que fueron los primeros que vio Jesús en Belén, y los últimos con los cuales se cruzó antes de cerrar los suyos en el Gólgota.
 
En tus ojos virginales, en tu mirada pura, se irá purificando la mía, para dar paz y esperanza.