10.10.12

Concilio Vaticano II, ¿fugaz primavera?

Mañana, Deo volente, se cumplirán y festejarán los cincuenta años del inicio del Concilio Vaticano II. Hoy, leyendo esta mañana La Vanguardia de Barcelona, no he resistido a la tentación de considerar con calma un largo artículo de opinión de un viejo conocido mío, el P. José Ignacio González Faus, a cuya cristología dediqué hace ya años un serio estudio crítico que fue mi tesis doctoral defendida en la Pontificia Universidad Gregoriana. Ciertamente, el P. González no ha cambiado. Su lema podría ser muy bien “Semper ídem”, paradójicamente para él, abogado de la reforma constante y ahora lamentando la oportunidad perdida, según él, del Concilio. El título del artículo es elocuente: “Réquiem por un concilio”.

Para el P. González, el Concilio ha sido una fugaz primavera que, sin ser perfecto, fue abortado por una curia romana que se negó a reformarse. Sabiendo que la Curia no es otra cosa que el instrumento del Papa para su misión de servicio a la comunión en la fe y la caridad de toda la Iglesia universal ya vemos hacia donde apuntan las acusaciones del viejo jesuita tan identificado con “su cuarto voto”. El tufo de lo que Von Balthasar llamaba “complejo anti-romano” es innegable.

Según González Faus, “el nuevo Código de Derecho Canónico enterró la colegialidad y las reformas conciliares quedaron desleídas en meros retoques de fachada de eficacia dudosa (el sínodo de obispos, por ejemplo). Nada nuevo bajo el sol. Hace cuarenta años que Faus y todos sus adláteres están cantando la misma palinodia. En el fondo se trata de una lectura parcial y sesgada del Concilio desde la decadente hermenéutica del 68.

Es significativo que un autor tan informado como González Faus no haga mención a un tema tan importante como es la “hermenéutica de la continuidad”, evocada por Benedicto XVI y que es la verdadera clave de lectura y comprensión del Concilio. No hace mucho, un autor como Brunero Gherardini, reclamaba una explicación auténtica y hecha con autoridad de las enseñanzas del Concilio. Sinceramente, creo que es innecesario. Cincuenta años de Magisterio posconciliar con textos de capital importancia como el Catecismo de la Iglesia Católica constituyen la mejor hermenéutica de continuidad para la comprensión de un concilio que, en palabras de Benedicto XVI, sigue siendo brújula segura que marca el norte de la Iglesia.

Desde el camino recorrido, a menudo con grandes dificultades, durante estos cincuenta años, tenemos una oportunidad magnífica para releer el Concilio y penetrar en sus enseñanzas. Es hora de releer o leer el Concilio. En un decálogo para vivir el año de la fe elaborado por un obispo de EEUU se propone como un punto firme “leer los textos del Concilio Vaticano“.

Efectivamente, se trata de ir a los textos y no tanto a reflexiones e interpretaciones de los textos y tenemos la mejor guía para comprenderlos en todo el cuerpo de enseñanzas de la Iglesia que han emanado desde la asamblea conciliar hasta llegar a nosotros. Ya el Concilio nos advertía en Dei Verbum que la misión de interpretar auténticamente la divina Revelación sólo ha sido confiada al Magisterio vivo de la Iglesia, al magisterio del Romano Pontífice y de todos los miembros del Colegio Episcopal que, por naturaleza intrínseca, están en comunión con el Sucesor de Pedro.

¿Réquiem por un concilio? No, ciertamente; más bien réquiem por una “hermenéutica de discontinuidad del concilio” que tantos sinsabores ha producido en la vida de la Iglesia estos cinco decenios y que aprovechará la efemérides para dar sus últimos coletazos.

9.09.12

Homílias al servicio de la fe y de la nueva evangelización

HOMILÍAS: AL SERVICIO DE LA FE Y DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

Estos primeros días de septiembre tuve la ocasión de participar en el Congreso Mariológico y Mariano Internacional celebrado en Roma. En varias conferencias se puso en relieve la necesidad de buenas homilías para la formación de la auténtica devoción y piedad marianas de los fieles. Un relator comentó un informe sobre una encuesta hecha en una región italiana sobre el conocimiento que tenían los fieles de las enseñanzas de la Iglesia sobre la Virgen María y los resultados eran desalentadores. La causa: una deficiente acción homilética y catequética por parte de pastores que no profundizaban en su estudio y se limitaban a exponer generalidades sin preocuparse por su propia formación y la de los fieles que les habían sido confiados.

El Beato Juan XXIII, en su encíclica “Sacerdotii nostri primordia” con ocasión del primer centenario de la muerte del Santo Cura de Ars recordaba, a los sacerdotes en particular, que San Juan María Vianney, siempre dispuesto a responder a las necesidades de las almas, brilló como buen pastor, “procurando abundantemente a sus fieles el alimento primordial de la verdad religiosa” y durante toda su vida fue predicador y catequista.

Juan XXIII en este documento insistía en el trabajo ingente y perseverante que se impuso el Santo Cura de Ars para cumplir su deber de oficio de enseñar al pueblo de Dios, deber que el Concilio de Trento calificaba de “primum et máximum officium”.

Es fácil constatar que la única formación religiosa que reciben la inmensa mayoría de fieles se limita a la homilía dominical. Y no hay duda que una homilía bien preparada, atractiva, breve, clara, concisa y concreta, semana tras semana, año tras año, puede hacer mucho bien en la formación de la fe.

Un buen objetivo para el año de la fe sería, sin duda, trabajar para perfeccionar este magnífico instrumento de formación que es la homilía. Conozco algún párroco que, además de prepararlas con esmero, las publica en una hoja y las cuelga en su Facebook para que esté al alcance de todos sus feligreses y llegue no sólo a los que asisten a la Santa Misa.

Y, finalmente, unas buenas homilías, especialmente en circunstancias particulares donde participan muchas personas que habitualmente no vemos en la Misa dominical (funerales, bautizos, bodas…), pueden servir y mucho a la Nueva Evangelización.

Acabo con una pregunta que puede dar lugar a una interesante “conversación sobre la fe": ¿Qué piensa usted de las homilías que oye habitualmente?

26.04.12

Pro Multis

Veo que se discute mucho sobre el tema, Recupero una respuesta que di en junio de 2010 en mi sección del Consultorio de Cataluña Cristiana

PRO MULTIS

He oído que van a cambiar algunas palabras de la Consagración, sustituyendo la expresión “por todos los hombres” por otra más restrictiva, “por muchos”. ¿Acaso Cristo no murió por todos los hombres?

¡Cuánta tinta ha hecho correr esta discusión! Cuando se consagraba utilizando la lengua latina siempre se decía “pro multis”, es decir, “por la multitud”, que en el sentido bíblico significa por la totalidad. A veces se desconocen estos semitismos latentes en el texto bíblico y esto llega a equívocos. En julio de 2005 la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, escribió a todos los presidentes de las Conferencias Episcopales para preguntar su opinión sobre la traducción a varias de las lenguas vernáculas de la expresión pro multis en la fórmula de la consagración de la Sangre de Cristo. La Congregación recordó posteriormente que es dogma de Fe que Cristo murió en la Cruz por todos los hombres y mujeres y también que hay, sin embargo, muchos argumentos en favor de una traducción más precisa de la fórmula tradicional pro multis. Se ha decidido que se vaya recuperando esta expresión “por muchos”. Y así se va haciendo en nuevas ediciones de los misales. Con todo, la misma carta de la Congregación deja claro que sería completamente posible que los Evangelios hubiesen dicho “por todos” (por ejemplo, cf. Lucas 12,41); pero, la formula de la narración de la institución dice ” por muchos", y estas palabras han sido fielmente traducidas por la mayoría de las versiones bíblicas modernas. “Por muchos” es una traducción fiel de “pro multis” en tanto que “por todos” es más bien una explicación más adecuada a la catequesis.

La expresión “por muchos", mientras permanece abierta a la inclusión de cada uno de los seres humanos, refleja, además el hecho de que esta salvación no es algo mecánico, sin el deseo o la participación voluntaria de cada uno; por el contrario, el creyente es invitado a aceptar por la fe el don que le es ofrecido y a recibir la vida sobrenatural que es dada a los que participan del misterio, viviéndolo en sus vidas de modo tal que sean parte del número de los “muchos” a los que se refiere el texto. Para una mejor comprensión hay que acudir a la distinción que se hace en teología entre la “redención objetiva” y la redención subjetiva". En la redención objetiva se destaca que Cristo hizo todo lo que era necesario para la salvación de los hombres. Su sacrificio nos reconcilió plenamente con Dios. Pero esto no significa automàticamente, como subraya cierta teología protestante, que ya estamos salvados automáticamente. No. La redención ha de ser recibida personalmente por la fe y la conversión. Una mala comprensión del “por todos” podría dar lugar a una comprensión equívoca de la salvación y, de hecho, esta comprensión está bastante extendida, pues son muchos los que piensan que es imposible condenarse. Finalmente la Congregación pedía una catequesis a los fieles para que entendieran estos cambios en su justo sentido. Espero que esta respuesta ayude a hacerlo. Un saludo.

12.04.12

La Cruz sobre el altar. La renovación litúrgica de Benedicto XVI

Constato que en muchos lugares, más en unos que en otros, empieza a verse la Cruz sobre el altar en la celebración de la Santa Misa, al estilo como lo hace habitualmente el Papa Benedicto XVI. No debería sorprender a nadie, pues las Normas Generales del Misal Romano prescriben que sobre el altar o cerca de él se sitúe la cruz. Durante muchos años y en muchas iglesias la cruz desapareció sobre o cerca el altar. No era ajeno a este gesto la pérdida de la concepción sacrificial de la Eucaristía que forma parte de la fe de la Iglesia. Dejando aparte esta cuestión, que no es secundaria precisamente, hoy quisiera reflexionar sobre la cruz como lugar de “orientación” de la oración eucarística. En un artículo magnífico, Eric Peterson ha relacionado la cruz y la costumbre, tal vez de tradición apostólica, de orar hacia oriente. Así podría testimoniarlo el uso de la cruz sobre el altar de la liturgia sirocaldea a mediados del siglo XV. Un buen amigo, ya fallecido, el Dr. Martí Aixalà, que fue presidente del Pontificio Instituto de Arqueología en Roma, analizaba este aspecto en un buen artículo publicado hace unos años. Si en occidente la cruz aparece como insignia litúrgica en las procesiones estacionales del siglo IX, y si, segín los Ordines Romani, en el siglo XII, el subdiacóno tomaba la cruz del altar al inicio y la retornaba al final de recorrido, esto da a entender que la cruz se toma como signo que nos hace caminar con la mirada puesta en Jesús (Heb 12, 2), el signo cósmico y escatológico que mirarán y verán todos los pueblos de la tierra, el signo de la venida del Hijo del Hombre en poder y majestad.

La Misa romana había conservada hasta hace muy poco la orientación de la oración hacia oriente. El sacerdote, nunca ha dicho la Misa “de espaldas al pueblo” (expresión que es una auténtica barbaridad), sino de cara al mismo punto hacia el que el pueblo también miraba, “conversi ad Dominum", girados hacia el Señor, como decía la antigua invocación. También es interesante constatar como la costumbre de orientar la oración hacia un punto geográfico determinado, el de la revelación y la luz divina, continúa siendo una práctica observada por judíos y musulmanes. ¿Por qué perderla los cristianos?

Algunos objetan que la costumbre de celebrar la Eucaristía mirando al pueblo hace imposible esta posibilidad. Cabrían dos soluciones. La primera consistiría en reservar la litúrgia estrictamente eucarística según la antigua costumbre, “conversi ad Dominum", todos, sacerdote y pueblo, orientados hacia el Señor. Otra posibilidad es la que viene utilizando el Papa al colocar en todas sus celebraciones la cruz entre el celebrante y el pueblo. Así todos tendríamos el mismo punto de orientación, miraríamos hacia el Señor y tal vez dejáramos de mirarnos tanto los unos a los otros. Martí Aixalà observaba que auqnue esto supondría una cierta “distracción", ésta sería muy beneficiosa, pues tal vez ayudaría a regular el papel de primer actor omnipresente en que se ha convertido tan a menudo el ministerio de la presidencia con el claro riesgo de clericalizar en exceso la celebración de la Santa Misa.

Estemos atentos. Los gestos celebrativos de Benedicto XVI no son casuales ni anecdóticos. Constituyen un magisterio no escrito de suma importancia para toda la Iglesia. Así lo interpretaba el Cardenal Cañizares cuando, en el prólogo a la conocida obra de Nicola Bux, decía que “las liturgias pntificias son ejemplares para todo el orbe católico".

Silenciosamente, con sabiduría y discreción, Benedicto XVI nos va conduciendo hacia la anhelada “renovación litúrgica", tan querida por el Concilio Vaticano II y, lamentablemente, tan poco lograda en muchas manifestaciones. De esta renovación quisiera ocuparme en un artículo algo más extenso que el presente. ¡Feliz Pascua!

28.12.11

Aborto, ¿el principio del fin?

Hace un par de años, por estas fechas, publiqué en este blog un breve artículo titulado “Aplaudiendo la muerte". Comentaba con tristeza el lamentable aplauso con que una mayoría parlamentaria celebraba la deplorable ley que erigía el aborto en “derecho". Hoy la casi totalidad de los que aplaudían han sido apartados del poder. Sic transit gloria mundi. En mi escrito decía: “Las leyes se hacen y se deshacen. La actual ley del aborto no deja de ser consecuencia de una mentalidad que lentamente ha abierto brecha en la conciencia de gran parte de nuestra sociedad, aunque los últimos sondeos indican que la mentalidad a favor de la maternidad y la vida va avanzando a pasos decididos. Se trata precisamente de esto, de seguir informando, de seguir luchando, ahora más que nunca, a favor de la vida para que llegue el momento en que una nueva mentalidad social dominante llegue a la decisión de abrogar la legislación pro-abortista como la cosa más natural. Y con el convencimiento que la verdad, a la corta o a la larga, acaba imponiéndose".

Creo que han llegado tiempos más propicios. Hoy en España hay una mayoría parlamentaría suficientemente importante y mayoritaria para desandar el camino. Y hay que hacerlo con urgencia, determinación y sin contemplaciones. Abolir estas leyes injustas que bendicen la muerte de los inocentes será uno de los servicios más destacables de esta legislatura. Es el momento. Está en juego el don más preciado: la vida de las personas. Y si no se hiciera sería porque no habría voluntad de hacerlo.

El poder está al servicio de la verdad y del bien que la ley natural y la Revelación expresan como la voluntad de Dios. Creo que es inimaginable para cualquier político sensato de nuestro país desconocer la situación. El capítal más importante de una nación son las personas que la integran y constituyen. La situación de la natalidad en España y en nuestro continente denota una decadencia imparable. Benedicto XVI hablaba de “invierno demográfico". Hoy en España ya pagamos y caras las consecuencias de este invierno. Si no fuera por la inmigración sería catastrófico. Me remito a los análisis muy certeros y realistas de estudiosos como Miró i Ardévol sobre el tema. ¿Podríamos imaginar como sería nuestro país si se hubiera dejado nacer a esta inmensa multitud exterminada en el seno materno? Suena fuerte, pero es así.

En el debate previo a las elecciones en que se confrontaron Mariano Rajoy y Rubalcaba me hubiera gustado más contundencia por parte del actual Presidente ante la invectiva que le lanzó su adversario al decirle si pensaba retirar del Tribunal Constitucional el recurso prsentado a la actual ley de aborto todavía vigente. Rubalcaba presentaba esta ley como “progreso". Si progreso significa “avance", efectivamente la ley supone un decidido progreso hacia el precipicio. Con mucha facilidad se podía demostrar que lo que ha traído esta ley a es todo menos progreso auténtico: estancamiento, decadencia, colapso demográfico y muerte en abundancia.

Confío que nos alegraremos pronto viendo como los actuales gobernantes van desandando este camino. Retirar la ley del aborto es una prioridad no solo moral sino económica. Y una condición de posibilidad para que España se abra de nuevo a los rayos saludables de las bendiciones de Dios. Dios no puede bendecir nunca esta horrible masacre que hemos vivido. Al optar por la cultura de la muerte una sociedad cava su propia tumba. Y de la misma manera que cuando uno evita que le lleguen los rayos saludables del sol encerrándose en una profunda cueva, del mismo modo no dejamos que nos alcancen las bendiciones de Dios cuando rechazamos sus leyes santas y justas al servicio de la persona y la vida.

Junto a la abolición de estas leyes de muerte confíamos ver una decidida apuesta por fomentar y ayudar eficazmente las famílias para la regeneración de la sociedad.

Por nuestra pare debemos seguir en la lucha trabajando por iluminar las mentes y las conciencias y rezando con perseverancia para que Dios toque los corazones de los hombres, especialmente de aquellos que tienen responsabilidades de gobierno en los pueblos.

Escribo esta breve reflexión en el día en que la Iglesia celebra los Santos Inocentes, aquellos niños mártires víctimas de la maldad y locura de Herodes y que hoy vemos reflejados en las inocentes víctimas del aborto.